-Ari texto aprobado por su padre-
“Corto en relatos”
“Ari”
Una bebecita con alegría espontanea.
Luz y agradable felicidad.
Un rayito de emoción a toda una familia.
Llegamos a su
casa y ella estaba en su cuarto.
Su padre la llamó y ella salió corriendo, sus
pisadas se escuchaban como un batir de alas, trayendo oleadas de sonrisas
contagiosas.
Sus bucles oscilaban de un lado a otro mientras
musitaba en sus labios y miraba extasiada para ver quiénes la habían ido a
visitar.
Lanzó unos enrevesados sonidos, que saliendo de sus
labios sonaron como una verdadera sucesión de agradables pero desconocidos
sonidos.
Cómo una catarata fulminaba su presencia.
De repente se detuvo y como extrañada volvió a
emitir esos extraños e infantiles bisbiseos que sonaron a un apacible arrullo
como el suave y melodioso paso de las aguas dulces en un rio sereno.
Se sabía que era el centro de atención, y eso no la
amilanó para nada, al contrario y de repente se aceleraba.
- ¡No lo veo! – Me pareció oírle mientras traducía esa vocecita de tan altos decibeles, pero sutiles
cantinelas. Sus ojitos y sus cachetes rosaditos se movían de un sitio a otro.
Corría como el diapasón de alegres arpegios, con esa
cadencia, como el súbito canto mañanero de un turpial o de un sin par y alegre
canario.
Regando con su ingenuidad e impregnando con su
inocencia a todos los mayores que estaban allí cargados de sus propios
problemas y traumas. Encantados sonreíamos con deleite a tan sutil infanta.
De repente abrazó a su “miuma” -su abuela paterna, que en su lenguaje
así la llama- y ésta muy emocionada por el espontaneo y muy efusivo
abrazo de la menor de sus nietecitos, reconfortada se encontraba. Ambas se fundían
en un eterno abrazo, como un efecto de licuación entre ellas.
La armonía y
el sosiego se esparcieron por la mágica presencia de ese angelito celestial, y otro de sus agradables efectos fue que esa
sala se iluminó esparciéndose esa
concordia y esa quietud que solo trajo ese imán de tan escasos años.
Pronto su otra abuela le trajo una Tablet en la que sus padres le grabaron puras
películas infantiles para su deleite.
Su concentración fue tal, que pronto se olvidó de su
visita. Pero escuchaba con atención lo que conversaban alrededor de ella.
De repente su abuelo, le dijo (pero sin mirarla):
- ¿Dónde está la bebe…No la veo…? – Al instante al
sentirse aludida lo miró, y al ver que este señalaba un sitio…Corrió y comenzó
a mirar. Se llevó una manito a su boca y sin decir palabra alguna, lo interrogó
con su mirada, como queriéndole decir…
- Allí no está. – Pero el abuelo señaló a otro
sitio, y hacia allá se dirigió…Repitiendo la misma operación e informando que
allí nadie se encontraba.
Todos los allí presentes, rompían en sus alegres
carcajadas.
La bebecita estaba pendiente de todo.
Y eso lo dejaba traslucir, a pesar de que veía de
reojo sus películas.
¡Qué atareada se encontraba!
Muy importante para ella era seguir viendo su película, pero no tanto así como para
estar pendiente de su visita, y lo
demostraba con hechos. ¡Nada le pasaba desapercibido!
A todos sus atenciones prestaba.
Y cuando a retirarse se decidieron, -su visita- muy solicita reclamaba que no se
fueran, que allí su presencia estaba y que no deseaba que la volvieran a dejar
sola.
Formó su jolgorio mientras aquilataba en su ingenuidad si su deseo era
recompensado.
Y cuando ya se hubo convencido que se irían,
entonces cambió su faz y poniendo carita de tristeza, hizo sus pucheros e
imploraba la atención de su “miuma”…Con el corazón palpitante por la acción de
su retoño, la abrazó en medio de sus lágrimas de emoción.
- ¡Hasta luego mi vida! – Clamaba mientras se
alejaba.
Al retirarse, ella quedó en los brazos de su padre,
pronto se vio que cambiaba su panorama.
Abrazaba a su progenitor, mientras le inundaba con
sus besitos y le estrechaba con sus manitos. Así quedaron los dos…En la
lejanía.
© Bernardo Enrique López Baltodano 2016
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