“Corto en
relatos”
Remembranzas
En mis momentos de
desasosiego, acuden a mí, este tipo de pensamientos.
Y en este aciago
instante, mis recuerdos me llevan a cierta ocasión…
¡Gracias a Dios mi
madre aun vivía!
Y a ella acudí con
premura.
Llegué a mi casa, con mucha depresión.
Ofuscado. Confundido. Imposibilitado.
No encontraba solución a mis muchos problemas, son esos momentos en los que me encuentro en
tinieblas.
En un laberinto al cual no le encuentro fin.
En que al parecer todo se me vuelve en mi contra. Me da cólera. Tengo
ganas de caerme a golpes. En cambiar todo lo que me bordea, a todo lo que me
causa esta aprehensión infinita.
Siento y presiento que me atacaran y que con seguridad me van a vencer, ya
que mi cansancio me ha hecho su presa.
Son estados muy sombríos.
Lúgubres. Nefastos.
En lo que la soledad se apodera de mí ser.
Mi madre estaba en la cocina, y viéndome tal como solo ella lo hacía, me
llamó y me preguntó:
- ¿Estás muy abatido? Algo me dice que necesitas contarme algo… - Me dio
un trapo para que fuera secando lo que ella lavaba.
En silencio obedecí. Pero en realidad lo que ansiaba era llorar.
Aprovechar su presencia y clamar su amor materno. Era un chaval.
Guardé mis sentimientos y comencé a narrarle uno a uno, mis constantes
problemas.
Esos demonios que me aguijoneaban.
Con furia loca, desaté mis temores y miedos.
Ella en silencio me escuchaba y de vez en cuando me abrazaba y me estampaba
un beso, en medio de sus lágrimas al comprobar el nivel de mi desespero.
Así fue transcurriendo ese desborde de pensamientos locos. Y por supuesto
que me atormentaban.
En un momento en que callé. Guardamos unos minutos de silencio.
Mi madre nada me decía.
Y fue cuando sentí que el perrito que era de mi madre, alzó su pata y
comenzó a orinarme en el ruedo de mi pantalón.
¡Y lo sentí por lo caliente!
…Yo me quedé en una sola pieza…
- ¡Mama tu perro me está orinando mi pantalón! – Le dije en medio de mi
asombro.
Ella se rio. Y me hizo señas de que me aguantara.
- Déjalo. A lo mejor te está ayudando. – Y me quedé…Esperando a que ese
canino hiciera su necesidad en mi ropa.
Tardó un minuto mas. Y ya para entonces, solo atiné a pronunciar…
- ¡Estoy tan salado que hasta el perro me ha orinado! – Mi madre se echó a
reír, contagiándome su desenfado.
La mascota, estornudó en dos ocasiones y bajando su pata…Procedió a
alejarse.
Ni me miró. Ni se dio por enterado.
Yo me quedé mirando lo mojado del ruedo de mi pantalón. Y en medio de
risas,
nos mofamos mi madre y yo.
No sé lo que eso significó. Pero algo bueno pasó. Aquellas nefastas
premoniciones…Se diluyeron en el etéreo.
En los días subsiguientes, nada malo me pasó. ¡Aleluya! Gritaba
emocionado.
Hoy en día, en que me encuentro con otro tipo de dramas…Ya no cuento ni
con mi madre, ni con el perruno…Ya se han ido.
…Pero ¡cómo anhelo aquel momento!
Ciertamente: “Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”
Si tan solo contara con ella…Pero ya El Señor
a su Descanso Eterno se la llevó.
Hoy en día…Paso mis desventuras sólo.
© Bernardo Enrique López Baltodano 2016
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