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“En aquella época”
- En aquellos años,
fueron mi etapa de “nostálgico” y en verdad, no sabría el responder del porqué
de eso que en este instante estoy afirmando. – Clemente finalizaba esta su
reflexión y en un instante detalló su vaso de cerveza, que estaba a medio
andar.
Lo meneó como para que
arribara la espuma que en ese instante él deseaba ver; al instante un gorgojo
de espuma se hizo patente.
La observó con
detenimiento -pero yo creo que en
verdad, no estaba pendiente de ese fenómeno, sino que estaba exprimiendo en su
mente, aquellos recuerdos que en ese momento él le urgía- en silencio siempre, se quedó ensimismado.
Una leve sonrisa acudió a su rostro, suavizando su vivencia.
Yo lo observaba, como
también estaba pendiente de nuestro entorno. Y es que esa ha sido una constante
en mi vida, siempre “alerta”, sobre todo cuando me encuentro en un sitio público
como en el que estábamos en esta reunión.
Era un espacio amplio,
muy bien ventilado, y no porque tuviese aire acondicionado o ventiladores,
lejos de eso, era un local mas bien abierto.
Con amplias puertas
batientes. La poca brisa que entraba era una bendición para los que allí nos encontrábamos
reunidos.
Era un sitio en donde
se expendía licor al por menor.
No existían mesoneras.
Cómo tampoco mesonero alguno. Era algo mas bien folclórico.
Con luces blancas en
todos los rincones.
Una docena y media de
mesas, esparcidas en su centro. Una barra amplia.
Y la clientela
generalmente era de puros hombres que mientras libaban su ración de licor,
colocaban en la rockola siempre: Tangos.
Toda una sucesión de
canciones de vieja data.
Y se escuchaba la voz
ronca y desafinada de muchos que abrazados a su botellita, insistían en estar
berreando -en su creencia de cantaban
bien- pero esa es cosa de borrachitos
impertinentes.
Y en ese entonces, había
un antiquísimo tango de esos que parten el alma y te descuartizan tus viseras.
Contemplé pues, a los
vecinos de mesa, mientras croaban con una desafinación espantosa.
Pero todos lo
disfrutaban. A decir verdad, todos hacían lo mismo. Ellos alegaban que cantaban
al ritmo de esa música tan dramática.
Clemente mi amigo, no
era la excepción, de repente lo vi abriendo su bocota y decía él que melodiaba…
“Volver…Con la frente marchita…”
Yo aproveché para
apurar mi trago que por cierto ya se estaba comenzando a poner caliente.
- ¡Ah qué ricura! – Me sorprendió
el amigo, pues creía que estaba en su berreadera, pero al parecer, en el
momento en que me empinaba mi vaso de espumante licor, él hizo lo mismo y abrazándose
a sí mismo, danzaba imaginariamente con alguna de sus damiselas antañonas.
Se encontraba melancólico
y romanticón, y pienso que ese tipo de canción y en el sitio en que nos encontrábamos
disparaban ese tipo de “emociones” arqueó exageradamente sus cejas y arrancó de
nuevo con su danzón…
“¡Volver con la frente marchita….!”
Se contuvo puesto que
no era ese el tango que estaban pasando. Era otro. Y cómo no se sabía su letra,
pues de allí no pasaba.
Posiblemente era ese
tipo de recuerdo el que lo mantenía en ese anímico estado.
De repente se mandó el
resto de su bebida.
Un hilillo se le colaba
por las comisuras de su labio inferior. Asentó con fuerza el vaso sobre la mesa
de madera, produciendo un sonido seco y alarmante.
Se pasó su mano derecha
por su boca, limpiándose mientras con la izquierda, le hacía señas al señor de
la barra, levantando dos de sus dedos en señal de que deseaba dos cervezas mas…Pero
bien frías.
- ¡La vida es muy
retorcida! – Me dijo de repente.
Y cuando pensé que iba
a continuar con su charla, comenzó a mentalmente danzar con su imaginaria “compañera
de tragos”, movía sus hombros mientras
asemejaba que estaba danzando con la dulcinea de sus pensamientos.
Un eructo de grandes
proporciones le brotó involuntariamente…
- ¡Perdón! – Exclamó mientras
trataba de serenarse.
- Mira, me gustaría
contarte de varios de mis episodios antiguos. ¿Tú sabes que estuve en la
Argentina…? ¡Pues sí que estuve!
Y me enredé con una “piba”
¡Qué hermosa mujer!
Ella se llamaba:
Flavia.
¡Digo que se llamaba,
porque no sé si aún sigue viva o…! Uno
nunca sabe. Pero lo que sí sé, es que viví con esa loca ¡una vida desenfrenada!
– Y en ese preciso momento veo al señor de la barra, que levanta una parte de
la barra de madera y sale por allí, se devuelve y toma dos vasos de espumeante
líquido y se dirige hacia donde nos encontramos nosotros. Recoge los dos vasos
ya vacíos, pasa un trapo húmedo y seca la mesa, colocándonos nuestra “ración
calórica” y mirando fijamente a mi amigo, le dice…
- Mira que ya se te están
comenzando a “virar” tus ojos… - Y afirmando esto, comenzó a reírse de una
forma grotesca. El aludido le lanzó un golpe, pero sin intención de pegarle,
como una señal de protesta.
Hábilmente, a pesar de
su prominente panza, el dependiente lo esquiva mientras comenzaba a atender a
otros de sus clientes, quienes comenzaron a llamarlo y a invitarle a que se
sentara con ellos, para brindarle licor.
- Los borrachitos son
siempre iguales. – Le oí decir mientras observaba todas esas escenas que
estaban produciéndose en ese preciso instante.
- ¿Te estaba hablando
de “mi dulce Flavia”?
- Ajá. – Le respondí
mientras volvía mi atención al vaso y aprovechaba para tomarme un sorbo.
“¡Yo adivino el parpadeo de las luces que a los lejos…!”
Entre esa antañona musiquita
y el humo tan galopante que se desataba siempre…Me mantenían con mis ojos
enmohecido.
Me daba risa el ver a
tanto hombre, que con gran dramatismo se agarraban a sí mismo, mientras
emulaban estar “con su musa ardiente” yo contemplaba con cierta admiración
todos esos espontáneos espectáculos.
Y hasta llegué a
pensar: “Estos tipos se convencen a sí mismos de ser unos grandes amantes…Pero
de sus propios recuerdos y evocaciones…”
- ¡La vida es así,
amigo mío! – Le escuché decir a uno que estaba distante de mí a escasos cinco
metros, el cual -sin saberlo- me contemplaba en medio de una fila de humo,
que le ocultaba su rostro.
Yo me volví para ver si
era conmigo la cosa, pero me di cuenta… ¡Que era un suspiro espontaneo!
- Mira compañero. –
Reclamaba mi atención mi acompañante…El novio de la Flavia, la piba.
Un sendero impetuoso de
humo blanco emergió de su boca, mientras con una de sus manos apartaba su
chicote de su boca y con la otra trataba de esparcir esa abundante aglomeración
humeante, ya que por instantes nos perdimos en medio de esa bruma.
Para mas lamento, no se
filtraba ninguna ráfaga de viento, por lo que por varios segundos tuvimos que
espantar esa enorme bocanada. Pero ese mismo espectáculo se repetía con abundante
repetición en todo ese negocio.
Siempre se escuchaba en
medio de esa noche tanguera, abundante tos, acompañada de esas voces tan
desafinadas y roncas de tantos y tantos, que se creían cantantes de ese género
musical.
- ¡Te voy a ser
sincero! – Me afirmó mientras le daba otro sonoro golpe a la mesa, pero en esta
ocasión con una de sus manos. En el acto, acaparó mi atención. Pero lo volví a
ver, con su mirada perdida. En medio de ese cigarrillo humeante, con el vaso empinándose
con mas intensidad, con ese vacío impecable que siempre me demostraba, pues
siempre creía que me iría a charlar algo importante, cuando de repente se
ahogaba nuevamente en sus apremiantes sofismas mudos.
Acompañándolo con sus hipos
constantes.
- Ajá… ¿Qué me vas a
contar ahora…? – Le pregunté en medio de su atropellante acción.
El aparato de sonido,
hizo un ruido ya característico en él, y era cuando seleccionaba una nueva
melodía.
“¡Cuesta abajo en mí rodada!”
Gritó otro por allá,
distante de nosotros en una de sus esquinas. Era otro que se aferraba inútilmente
a su botella de licor.
El señor de la barra,
se detuvo unos instante en su inspección ocular en ese personaje, pero después
ya careció de importancia, retornando a sus labores de seguir atendiendo a esa
constante clientela que siempre le pedía lo mismo: Mas cerveza.
- ¡Yo necesito estar
deprimido! – Me aflojó de repente, mientras agitaba de nuevo su vaso ya vacío y
reclamaba por mas.
- ¿Y para qué? – Le pregunté,
mientras este trataba de observarme mejor, enarcando sus parpados y haciendo
movimientos incesantes de hastío.
- Porque cuando estoy
deprimido…Triste, es cuando viene a mí ¡toda la inspiración del mundo!
…Y puedo pintar. ¡Y
pinto de todo!
A mi mente acuden
tantas y tantas evocaciones y es cuando me fajo a pintar.
¡Lanzo brochazos a lo
loco, sobre mi virginal lienzo!
…Pero tengo tiempo que
no logro eso.
Estoy ¡”tapado”!
No sé qué me está
pasando. Pareciera que me han embrujado. ¡No logro concentrarme!
…Y eso no me trae
dividendo alguno.
Por qué… ¿Entonces cómo
podré exponer…Sino pinto nada…? - En
medio de su lógica, calló el tiempo necesario para esperar que el hombre de la
barra volviera a ejecutar la misma acción: Recoger los dos vasos, secar la mesa
y depositar los nuevos vasos e irse, después de anotar en una de las esquinas
de la mesa y con una tiza, la cantidad de botellas que ya habíamos consumido.
Puse atención y vi
cuando colocó la cifra: 14
Pensé…Llevo ya siete.
Con razón ya me está empezando el hipo.
Recordé que cuando yo
entré, ya Clemente me estaba esperando…Luego pensé…
¿Cuántas llevará…?
Porque era un hecho
cierto, que él ya había pagado las que se había consumido solo. Ya me estaba
empezando a sentirme incómodo.
Chequee mi reloj de
pulsera y pude ver que ya era media noche.
Y en medio de ese
ambiente, comencé a meditar lo lejos que quedaba la parada de los carros que
cubrían la ruta a donde yo vivía, en ese entonces.
Comprendí que ya era
tiempo, de que le anunciara de que ya me tenía que ir, que mañana debía acudir
a mi trabajo y que se me estaba haciendo muy tarde.
Y así lo hice. Sólo que
Clemente al parecer, no me escuchó. Seguía con insistencia una melodía
mentalmente, y por lo que le oía…Era otra la pieza que el aparato reproducía.
Yo no le dije nada, tan
solo lo contemplaba.
El caso es que en uno
de sus arranques tangueros, aproveché para deslizarme de mi silla y de partir
de la manera mas natural.
Lo contemplé ya en la
puerta, afuera, en la calle y me di cuenta que seguía hablando con alguien, que
no era yo. Asumí que en medio de su borrachera, insistía en seguir en sus
recuerdos -tal como la máquina que
colocaba los discos de tangos- pero en
este caso, eran de sus vivencias ya pasadas.
Ya afuera, sentí esa
brisa nocturnal, que me hizo temblar momentáneamente, y es que no me había dado
cuenta de que ¡estaba sudando!
…Es caliente allá
adentro. Pero acá afuera, el ambiente cambia. Todo es fresco. Y a pesar de que
ese aparato estaba a todo volumen, poco a poco, y en la medida que me alejaba…
Esa música se iba
diluyendo en medio de los ruidos propios de esa noche con un cielo estrellado.
Apuré mi paso, aunque a
decir verdad, el grado alcohólico ya estaba haciendo mella en mí.
- Qué bueno que me fui.
– Me felicité a mí mismo.
Ya me encontraba distante
unas cuantas cuadras.
La noche en su pujanza,
renovó otros bríos en mí.
Pero debía aligerar mis
pasos, era de ya de media noche y como quiera que sea…Es un peligro danzar solo
por esas calles de Dios…
©
Bernardo Enrique López Baltodano 2016
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