Imagen: Aeropuerto Internacional "La Chinita"
“En
tertulia”
Elsa se encontraba en amena tertulia con sus
amigas de toda la vida, María (la cual tenía mucho tiempo que no veía.) y con
Cecilia, las tres tenían muchos chismes que contarse.
Siendo como lo era -“una oportunidad única”- no se dejarían intimidar y por supuesto que
estaban dispuestas a darse “el gran gusto” de su vida. Tenían muchas veces en
que no se podían reunir…Y hoy era el día en que estaban dispuestas a charlar,
como casi nunca lo habían hecho.
Se encontraban sentadas alrededor de una mesa de
un café, al aire libre, dentro de un centro comercial.
Mucha gente pasaban por su alrededor, pero en
ninguna ocasión, les prestaron su atención.
Estaban muy entusiasmadas con sus cosas, y alegremente
pedía su café o galleticas, que ese local se
esmeraba en fabricarlas de la mejor calidad.
Ningún caso le hacían a su entorno.
Su mundo eran sus cositas, y lo demás poco o nada
les importaba.
Tan entretenidas estaban que nunca se fijaron que
una bella damisela había llegado y las miraba con mucho disimulo.
Lentamente ella, se comunicaba a través de su
celular, pero siempre cuidándose de que ni Elsa, ni sus amigas la pillasen.
Y así fueron transcurriendo unos minutos.
La vecina, las miraba con nerviosismo.
Hasta que se levantó de inmediato y decidida fue
a encarar al trío, y se dirigió especialmente a Elsa y le dijo lo siguiente…
- Señora, disculpe mi interrupción. Pero es que
ando esperando a mi esposo y no tengo celular. ¿Podría prestarme el suyo?
¡No se preocupe, yo estoy sentada en aquella
mesa! ¿La ve? – Elsa la miró sin entender nada, pero no le dio mucha
importancia.
- ¿Y cómo sabe que tengo uno? – Le preguntó algo
extrañada, a lo cual rápidamente le justificó…
- Discúlpeme, pero hace un rato la vi hablando.
Me excusa, pero es que estoy muy nerviosa.
Usted sabe cómo están las cosas y yo sola…
Es que se me accidentó mi carro, lo tuve que
dejar en el estacionamiento.
Pero si usted me presta su teléfono…Es para
llamar a mi esposo… ¿Puede…? – En ese momento Cecilia le habló a Elsa, y ella
perdió la noción de lo que le estaba explicando esa
joven señora, así que sin darle ningún tipo de
incomodidad, metió su mano a la cartera, le sacó el artefacto y se lo dio, mientras se
enfrascaba nuevamente con sus amigas.
Y habla y habla. Se reían de sus propias
anécdotas. De sus cosas, que para ellas tres eran muy importante, y no permitirían
que nadie les perturbe su reunión.
La visitante, tomó el celular en su mano y le
hizo señas de que iría a su mesa, para marcarle e informarle a su esposo.
Pero Elsa ni pendiente de ella.
Una leve sonrisa se le dibujó en su rostro y se
alejó rápidamente.
Al llegar a su asiento, abrió el menú de llamadas
e indagó en él…
Cuando ya hubo saciado su curiosidad, marcó y
esperó…
Habló con voz distorsionada y de una forma muy
violenta. Amenazó y colgó.
Esperó unos cinco minutos.
Volvió a llamar y a amenazar.
Se le notaba muy nerviosa. Trató de disimular, y
lo logró.
Mirando siempre a la que le había prestado ese
aparato, procedió a informar de su forma de vestir, con quienes estaba y otras
menudencias.
Cerró la llamada. Guardó el aparato en su mano
derecha, mientras le hacía señas al mesonero para que le trajera un jugo.
El empleado le tomó el pedido y se marchó,
informándole que pronto le traería su pedido.
Ella se sentó plácidamente.
Recibió una llamada, y rápidamente la atendió.
Siguieron sus amenazas y trancó violentamente la
comunicación.
…Veía al trio en su amena tertulia…
Transcurrieron unos minutos.
Volvió su rostro a todas partes, nadie se fijaba
en ella.
De repente se dio cuenta que el mesonero estaba
hablando con el personal de adentro y la señalaba, prestó atención.
Cuando él se dio cuenta de que ella lo había
precisado, le hizo señas de que ya le llevaría lo que le había solicitado.
Por unos instantes se sintió aprehendida, pero en
la evolución de las cosas, se pudo comprobar que sencillamente ese hombre la
había señalado por alguna duda que habría
tenido el dependiente por su pedido.
Pronto llegó el hombre, todo apenado y le
informó…
- Perdóneme, pero era que se me había olvidado el
tipo de jugo que me pidió…
¡Qué torpeza mas grande la mía!
¡Pero al verla, me recordé!
Y aquí se lo traigo. – Y sin mediar mas palabras,
ella volvió su mirada a la mesa contigua y se volvió a dar cuenta, que ninguna
de ellas, estaban pendiente de nada que no fuese su propia conversación.
- ¡Qué bien! – Se dijo en forma meditativa, ya el
sirviente se estaba retirando.
Tomó el vaso y tomó un sorbo. Luego comenzó a
comerse una de esas ricas galletitas. Disfrutando con delicia ese manjar.
Ahora se le notaba un poco mas relajada.
Los minutos seguían transcurriendo.
El local se encontraba -como siempre- full de comensales y nadie le prestaba
atención a nadie. ¡Ni siquiera ese hombre! Que ya le había demostrado que ni
pendiente estaba de anotar lo que le pedían.
- Mejor así. – Se convenció a sí misma.
Revisó nuevamente el teléfono, y como ya lo había
puesto en vibrador, no se fijó que había entrado otra llamada.
Era la misma voz, que la vez anterior. Tapó con
sus manos el micrófono y hablándole en una forma gruesa y muy tajante, indicó
que ya no recibiría mas llamadas. Y exigió que le dieran prontitud a su caso…Y
trancó la llamada.
Pasaron largos minutos. Y todo seguía igual.
No había cambio alguno. Las alegres comensales
seguían en su coloquio, sin prestarle ningún tipo de atención a nadie.
Desde su mesa, ella les escuchaba sus relatos y
sus alegres risitas.
Transcurridos unos minutos mas, y recibió una
llamada, -a su teléfono personal- disimuladamente tomó la llamada y hablando
en susurro, le respondió.
Escuchó atentamente.
Una sonrisa de triunfo se le dibujó en su rostro
angustiado.
- ¡Que paguen hasta el último centavo! – Se le
escuchó decir en una forma muy determinante.
Comenzó a tararear una cancioncita que la
animaba.
Chequeó su reloj, con disimulo, terminó de
tomarse lo que le quedaba de su jugo y terminó lo que le quedaba de galletas.
Jugó con el celular de Elsa.
Llamó al mesonero y le pidió su cuenta.
Esperó hasta que el hombre se la llevara.
Buscó en su cartera y le pagó todo.
El joven recibió su paga, recogió el vaso, el
plato de las galletas, limpió y se despidió.
Ella lo vio retirarse. Esperó hasta que ya
hubiese enterado el dinero al cajero.
Chequeó nuevamente todo su entorno.
Se alisó su falda. Y procedió a tomar su cartera
y a regresarle el celular a su propietaria.
Llegó con cara de angustia, pero ninguna de ellas
le prestó la menor atención.
En vista de que Elsa ni la miró, calló y se fue.
Guardó el celular que no era suyo y lo metió en
su cartera, de la forma mas natural.
Tarareando y mirando de una manera muy casual…
La mujer, se perdió de una forma instantánea.
Así como entró, salió.
Sin ser percibida. Entró al área del
estacionamiento, buscó su carro.
Miró y se comprobó que nadie la miraba.
Sacó su llave, abrió la puerta y entró.
Una vez adentro, se quitó una peluca de color
oscuro, emergiendo su verdadera melena de color amarillo muy brillante y notorio.
Se quitó todo el maquillaje, sacó una toalla de
mano y se la pasó por su rostro.
Se quitó unos lentes de contacto de color marrón,
se limpió sus ojos.
Su cambio fue instantáneo.
Buscó en su cartera unos lentes para el sol.
Se despojó de la blusa que usaba, y sacó una
nueva de otro color, en un bolso que estaba en su carro. Se la puso rápidamente.
Guardó la que se había quitado y lo guardó.
Se colocó sus lentes muy vistosos para el sol.
Encendió su carro, buscó en su equipo de sonido
la música que era de su agrado.
Y con la mayor tranquilidad salió.
Pasó como una hora mas, cuando Elsa se despidió
de sus amigas y se dirigió a su casa.
Iba muy contenta y relajada.
Cuando estaba cerca de su residencia, vio una
multitud alrededor y eso la llenó de curiosidad.
(¿Qué pasará que hay tanta gente en mi casa…?) Se
preguntaba intrigada.
Extrañada, vio que todos corrían de un lado a
otro.
Los vio muy nerviosos, lloraban y gritaban entre
sí, y cuando la vieron su hija mayor le gritó…
- ¡Mami! ¿Estás viva, no te hicieron daño…?
- ¡Mami está bien! – Chilló otro de sus hijos.
- ¿Daño a mí…Quién…? – Extrañada se dio cuenta de
la enorme conmoción en que se encontraban todos sus familiares.
- ¡Nos llamaron desde tu propio celular! – Le
informó otro de sus hijos.
- ¡Hasta te describieron! Nos informaron que te
habían secuestrado y si no pagábamos una suma que a la final, quedó en 250. 000
bolívares no te iban a liberar. – Le dijo angustiado su esposo.
- Me pusieron a correr, tuve que sacar dinero de
todas partes y pedirle prestado a todos los vecinos. Nos dijeron que si no le
pagábamos… ¡Te matarían! – Asombrada
escuchaba todas las
informaciones, pero no atinaba a entender nada.
- Pero si yo estaba con María y Cecilia, todo el
tiempo estuvimos tomando café… - Les explicaba mientras todos la chequeaban en
su creencia de que algún golpe o porrazo le habían dado.
- Pero ¡si nadie me tocó! – Les gritaba ella ya
nerviosa.
- Yo mismo te llamé en dos ocasiones…Y me atendía
una voz femenina. Y me amenazaba, y me decía que si no le conseguía el dinero…
Te eliminarían. Y cuando logré juntar el dinero,
les informé. Ellos me tenían precisado. Sabían mi
número telefónico. Me indicaron lo que debía hacer. Me dieron una dirección y
me dijeron que debía meter todo ese dinero en una bolsa y que lo colocara en la
banqueta de una plaza. ¡Y eso hice!
Luego se apareció un motorizado y se lo llevó.
Venía con su casco y todo, no pudimos verle su cara. Y se marchó a toda
velocidad. – Le informaba su esposo, mientras la abrazaba y la acariciaba.
- ¿No viste a alguien extraño, mientras ustedes
estaban tomándose el café…? – Le
preguntó su marido. Y allí fue cuando ella, se dio cuenta.
- ¡Imagínate! ¡Si ese local estaba full! – Se
quedó pensativa ¡y de repente se le hizo
la luz!
- ¡Una mujer me pidió mi celular prestado!
…Pero yo no le vi, malicia alguna.
Además me dijo que tenía su carro accidentado y
le precisaba llamar a su esposo, para que la fuera a auxiliar… - Trató de
recordarse de la susodicha, pero se dio cuenta, que ninguna atención le había
prestado.
No lo podía creer. ¡Era imposible!
¿Cómo sabía quién era ella…?
¿Será que la había seguido…?
Muchas dudas se arremolinaban en su mente.
¡Y todo así de sopetón!
Tan contenta que estaba en su tertulia, que ni le
puso atención a la persona que le había pedido prestado su propio teléfono.
Y ahora se encontraba con todo ese desbarajuste…
Le angustiaba todo por lo que tuvieron que pasar
sus familiares, mientras ella departía con sus amigas, ajenas todas a todo lo
que se estaba produciendo.
- ¿Y ahora…? – Le indagó su esposo.
- ¿Y ahora qué…?
- Ni siquiera
¿le viste la cara? ¿Cómo iba vestida? ¡¿Nada?! – El hombre se batía en
medio de ese absurdo, puesto que conociéndola como la conocía, sabía que
siempre vivía “en la luna” y nunca le prestaba atención alguna a su entorno.
No supo responderle. Bajó su cabeza.
Se sintió muy mal, ya que por ese descuido le
habían escamoteado a toda su familia de toda esa fortuna…Y lo peor…Ya los
conocían a todos ellos.
…Pero ella nunca se fijó en la que le pidió
prestado su teléfono.
(¡Adónde hemos venido a parar!) - Pensó para sí misma, mientras todos le
reclamaban por no prestar atención alguna a lo que ocurre a su alrededor. Y de
repente, se recordó de su celular y comenzó a buscarlo en medio de ese desorden
en que mantenía, en su propia cartera. Y
busca y re busca… ¡Y nada!
- ¡Se quedó con mi celular…Me lo robó…! – Se
quedó en una sola pieza, y reflexionó ¿cómo una mujer se prestaba a eso…?
Su esposo la miró y como ya la conocía, no quiso
agregar nada mas. Lo importante es que ella se encontraba bien.
Ningún daño le hicieron.
¿Y el dinero?
Ya habrá forma de pagarlo, ¡Dios es grande!- se dijo mentalmente.
© Bernardo
Enrique López Baltodano 2015
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