“Borrascas”
Lloviendo torrencialmente, la visibilidad es en ocasiones nula,
obligando a Felipe a ir a la menor velocidad posible en su carro.
Constantemente secaba su retrovisor y el vidrio de su
parabrisas.
Lo bueno era que apenas eran las once de la mañana.
La circulación por esa vía es muy baja y el poco tránsito que
hay a esa hora, va muy despacio.
Por espacios específicos, se desata una tremenda llovizna.
Y al metro siguiente, no.
Era uno de esos caprichos de la sabia naturaleza.
Sus cortes eran quirúrgicos.
En un lado totalmente húmedo y en el otro, totalmente seco.
Y en los espacios lluviosos, el trozo de la carretera estaba muy
jabonoso, trayendo como peligro todo tipo de colisión y por esta sencilla
razón, era preciso circular a muy baja velocidad.
Así fue recorriendo. Por puro efecto de ese tiempo tan anormal,
le tocaba una torcedura de la autopista, no es del todo peligroso, pero si hay
que tenerle el cuidado necesario.
Para colmo, se le desató un tremendo aguacero, de esos que no es
visible nada a escasos metros.
Cada gota que caía golpeaba con mucha fuerza, dándoles la
impresión de que podrían hacer añicos los vidrios de su coche.
- ¡Estos cambios climatológicos de la naturaleza!
Toda la belleza de toda esta zona. Parecieran un sueño.
¿No te parecen, mi vida? – María su esposa, detalló mejor todo y
le respondió:
- Parecieran que la Madre Naturaleza cambiara de opinión
rápidamente. Caprichosamente.
- Me da la impresión, de que hemos abandonado nuestro andar y
ahora andamos en un mundo de fantasía.
En donde lo inverosímil, se transforma en hechos que parecen ser
ciertos…Pero que son simplemente: ¡Espejismos!
- ¿Eso piensas mi amor? ¡Estás con tu imaginación muy fértil! –
Su marido le sonrió, y posó nuevamente toda su atención en su trayecto.
Conocedor de esa parte de la vía, como lo era, fue disminuyendo,
tanto por el temporal inesperado como por efecto de la semi curva.
Bajó la velocidad a aproximadamente sesenta kilómetros por hora.
Se abrió y la tomó en el ángulo que creyó el más indicado.
Las gotas seguían cayendo con mucha fuerza.
Con una toalla de mano, constantemente limpiaba la humedad.
Se le antojó mirar a su lado izquierdo, admiró la belleza de la
vegetación.
Por ese lado, se contemplaban las montañas que se erguían en toda
su solemnidad y elegancia.
Vientos fríos se desataban por esa dirección.
Contempló todo, mientras recorría esa parte, cuando algo
inesperado le llamó poderosamente su atención.
Y lo que vio, al principio, lo sobresaltó: Un caucho desbocado
envuelto en llama, desprendiendo una inmensa bola de humo negro, la cual se
elevaba a varios metros de altura, y en su centro, la parte metálica ardiendo
al rojo vivo; Y la aparición de un inmenso demonio ígneo, el cual no supo
precisar, si era que iba persiguiendo o arrastrándolo.
Posó toda su atención a este singular fenómeno.
Y de repente, la figura se volvió a verlo y contempló lleno de
pánico, que le sonreía y lo estaba invitando a que lo siguiera.
Un frío espantoso recorrió por toda su columna vertebral.
Pronto sintió un dolor punzante en su cuello, quizás por la
fuerza que ejerció al doblar su cabeza hacia esa misma dirección.
Esa visión, lo capturó.
Y no lo supo descifrar, en ese instante.
Tan sólo lo observaba impávido y anonadado.
Por un micro segundo, tuvo que desviar su atención, ya que su
propio coche comenzó a convulsionar.
Se bamboleaba hacía la izquierda, su descontrol lo aterrorizaba.
Los contorneos violentos, lo obligaron a fijar su atención en el
volante.
Instintivamente quiso pegar los frenos de repente.
Pero algo lo contuvo, prefiriendo maniobrar con su volante,
quitando el pie del acelerador.
Por instantes, tuvo mucha angustia, ya que temió perder el
control de su propia nave y si esto pasaba, con seguridad se volcaría.
Las consecuencias, lo llenaban de pavor.
Así que se aferró fuertemente a su dirección.
De repente, sintió que la carrocería caía al pavimento.
La dirección de empuje lo jalaba literalmente con toda su furia
hacia su izquierda, hacia la dirección de una hondonada en las faldas de las
montañas aledañas.
Comenzó a sentir grandes saltos, que ocasionaba la fricción del
metal contra el pavimento.
Esto era más peligroso, que la fuerza del empuje.
Pero no perdió su calma.
En ese preciso instante, vio que no venían carros en sentido
contrario.
Eso lo estimuló en algo.
Pero su misión primordial, es mantener su dominio en medio de
ese descontrol manifiesto.
Un chirrido horrible se escuchó, cuando la lata de su carrocería
y los metales de su transmisión trasera, rozaban con furia sobre el asfalto.
Temió que se prendiese en fuego.
Ni tiempo le dio de elevar ninguna oración de las tantas que él
mismo sabía.
No tuvo tiempo, para eso.
Finalmente, logró tener el mando nuevamente.
Llevó hacia la derecha, lo que quedaba de su noble carrito.
Ya la lluvia, estaba comenzando a amainar.
Convulsionó con espasmos muy violentos.
Su propio organismo, rechazaba tan abominables experiencias.
Improvisadamente, posó su atención hacia su esposa y sus dos
hijos.
Todo era angustia. Lloraban y gritaban.
- ¿Todos están bien? – Alcanzó a preguntar en medio de jadeos
incontrolables.
- ¿Qué fue eso, qué pasó? – Le preguntó María, su esposa.
Señalaba aterrorizada en medio de un cuadro de crisis nerviosa,
hacia la dirección en donde él creyó ver esa figura humana gigantesca envuelta
en fuego.
- ¿Qué viste? – Alcanzó a preguntarle a su señora.
- ¡Un gigante envuelto en fuego vivo! ¡Yo lo vi!
- ¡Yo también lo vi, papi! – Su hijo mayor estaba también en una
crisis nerviosa.
- ¿Están ustedes seguros? – Les preguntó como tratando de
minimizar todo lo negativo que esa aparición tuviese en el ánimo de los suyos.
- ¡Yo lo vi, al igual que tú! ¡Era horrible, si me lo cuentan,
jamás lo hubiese creído! – Le afirmó su esposa.
Él no pudo dominar el descontrol nervioso en que se encontraba.
Ninguno se atrevía a mirar hacia esa misma dirección.
Se abrazaron y todos juntos comenzaron a llorar y a rezar.
- Posiblemente sea un espejismo. – Les dijo tratando de no
aumentar su angustia.
- ¡Yo lo vi, papi! – Aseguró Esperanza, su hijita.
- ¡Esas son cosas del demonio! ¡Vámonos de aquí, sácanos de este pandemónium! – Gritó
descontrolada María.
Todos continuaron en esa unión muy fuerte, como para darse el
valor necesario que tanto estaban requiriendo en este trance tan duro.
Afuera, aún lloviznaba.
Felipe volvió su cabeza hacia el mismo sitio.
Y lo volvió a ver.
En esta ocasión, el demonio lo saludó y lo invitaba a que él
fuera.
Ya no tenía duda alguna, no fue una “Aparición ni una suposición
fantasmagórica” Allí estaba. Estaba en shock.
Transcurrieron varios minutos.
De repente, alguien les tocó el vidrio, Felipe miró para
ver y vió a un joven, que sonriendo le pedía que bajara su vidrio y saliera
para poder hablar.
Sin pensárselo mucho, así hizo.
Al salir, ya pudo comprobar que había cesado la lluvia.
Todo seguía mojado. Instintivamente observó hacía la
ladera y pudo comprobarse que por el sitio en donde se desplazó su caucho,
apareció todo chamusqueado y con la evidencia cierta de que el fuego lo había
calcinado.
- ¿Están todos bien? – Es un hombre joven.
Por sus vestimentas, claramente denotaba que era oriundo
de esos lares.
- Sí. ¿Quién me lo está preguntando?
- Discúlpeme. Mi nombre es Ángel Pérez y soy de por estos
lados.
Yo venía en mi bicicleta, usted pasó a mi lado y fue
cuando pude ver esa llamarada.
- ¿Llamarada, de qué?
- De su caucho. ¿No se dieron cuenta, verdad? – El joven
lo miraba muy incrédulo.
- No. En ningún momento pude darme cuenta de eso.
- Yo intenté hacerle señas. Temí que fueran a explotar,
usted sabe una chispa y el tanque de la gasolina.
- ¿De verdad? No me percaté de nada, es que nunca lo vi.
- Menos mal, que usted venía despacio y al doblar, el
caucho que venía bamboleante, se terminó
de desprender y salió a toda velocidad. Con la tremenda suerte de que nadie
venía en dirección contraria.
Si no imagínese el desastre que hubiese ocurrido. – Felipe
y su esposa, que ya estaba afuera escucharon todo el relato y estaban pálidos
del susto.
- ¿Y usted presenció todo? – Le preguntó María al
lugareño.
- Todo. – Le respondió viendo a Felipe.
- ¿Todo? – Le volvió a preguntar, insistentemente.
- Ustedes venían despacio y el señor redujo la velocidad y
ya para ese entonces, se desató un fuego en la parte de abajo, cerca del tanque
de gasolina.
Y cuando comenzó a doblar, se les desprendió el caucho
envuelto en llamaradas. Yo fui testigo de esto.
Y después, yo estaba asustado, porque temí que perdiese el
control y se fueran a volcar.
Yo me quedé aterrorizado. ¿Se imaginan una explosión?
¡Todos hubiéramos muertos, hasta yo que estaba cercano a
ustedes!
La familia estaba conmocionada por ese relato, pero más lo
angustiaba era la aparición de esa figura envuelta en llamas y para María, era
la prueba más que fehaciente de que el demonio mismo fue el causante de ese
desastre.
Y si se habían salvado, habrá sido por la intervención
divina.
- ¡Ya les traje la pieza!
¡Estaba al rojo vivo!
¡Casi que me quemo las manos!
- ¿Qué trajo la pieza al rojo vivo?
¿Pero cómo pudo hacer esto? – María estaba más que
traumatizada, no podía asimilar esta situación.
- ¿Cómo pudo hacerlo?
- Casi me quemo las manos, pero aquí está. – Los ojos no
estaban puesto del todo sobre la pieza, si no sobre Ángel. Allí estaba, muy
sonriente.
No se le notaba, ni sudor, ni dolor alguno.
El hierro seguía abrasador.
Su rojo ya no estaba tan llameante, pero era claro y
notorio que seguía en alta temperatura.
Hasta un metro de distancia, estaba calcinante.
Felipe no pudo ni acercársele, intentó ponerle su pie
calzado, pero lo chispeante lo hizo desistir de esta idea.
Asombrado, no supo asimilar, el cómo pudo traerse eso,
cuando aún estaba incandescente.
- Mire si ustedes quieren ya mismo salgo en mi bici para
conseguirles un mecánico… - El chaval los miraba interrogándolos.
- ¿Y hay cerca mecánicos que me auxilien?
- Sí, claro.
- ¿Pero son buenos…? – Quiso aclararle Felipe.
- ¡Muy buenos! Son
como todos nosotros…humildes y trabajadores honestos y muy dados a ayudarnos
entre todos nosotros.
¡Además de que son gente bien preparados!
Ellos hicieron cursos en la capital y ahora trabajan por
esta misma zona.
- Bueno… ¿Podrás traerlos? – Sin esperar respuesta salió a
toda velocidad.
Ellos quedaron con la palabra en la boca, asombrados de la
reacción tan rápida de él.
No les quedó chance de decirle nada más.
Tan solo se quedaron maravillados de tanta eficiencia y
prontitud.
Ágilmente desapareció.
La bici se ondulaba hacia su derecha y a su izquierda,
mientras avanzaba sobre el pavimento negro.
Ellos se quedaron atónitos mientras chequeaban la pieza
envuelta en candela pura.
- ¿Pero: Cómo pudo ese chico traer esto?
¡Todavía está
achicharrante y mira ese caucho!
¿…No ves esa humareda?
¿Quién puede soportar ese humo negro y espeso?
¡No hay ser humano que pueda aguantar sin ahogarse o
quemarse!
¡Esto es literalmente, imposible!
- Es increíble, pero lo hizo. ¿Cómo?
¡No me lo sigas preguntando! – Allí se quedaron
observando.
Según sus cálculos, esa pieza se desplazó a por lo menos
doscientos kilómetros por hora y seguramente llegaría a casi un kilómetro de
distancia.
(Pero…. ¿Cómo lo logró hacer? ¡Imposible para mí, ha
vencido todas las leyes de la Física y de la Química juntas)
Allá se divisaba un pequeño claro, seguramente que era
allí a donde llegaría finalmente esta pieza.
Lo contempló lo mas detenidamente que pudo.
En la propia falda de esa montaña.
Tuvo que atravesar esa hondonada, que tendría muchos
metros de profundidad.
¿A qué velocidad iría…?
¿Cómo pudo sacarla?
Conversando entre ellos, se preguntaban si alguno de ellos
fue consciente de haberlo visto.
Felipe, hizo memoria mientras extasiado insistía en
admirar tan bello follaje.
Todo lindo, verde de todas las tonalidades.
Y ese frío que ya era muy penetrante.
En ningún momento, se recordó el haberlo visto.
María tampoco. ¿De dónde salió?
- Yo no le vi…sus manos quemadas. – Afirmó María
desconcertada.
- Tampoco estaba cansado. – Reconoció Felipe.
- ¿Cómo lo pudo hacer?
- ¡Papi, y tiene una mirada muy fea!
- ¿Pero qué te estuvo mirando, Felipito? – Su madre se
angustió en su temor subyacente, debido a lo precario de la situación en que el
destino les tenía sometido.
- No. No es que me miraba a mí, sino que le vi muy feo en
su forma de mirarnos. – Suspiró de alivio, no era lo que se estaba temiendo. Lo
abrazó tiernamente.
Trataron de recordar, pero nada que lo ubicaron.
¡Y nada que pasan carros por aquí!
Fantasmal todo.
- ¡Pareciera como si hubiésemos entrado a un túnel!
¡A un limbo, a una especie de nada!
¿Será que nos han metido en una tierra de nadie ni de
nada?
¿Quién gobernará en esta comarca? – Miraba aterrorizada
por todos sus contornos (En su mente se imaginaba que ya no estaban en el reino
de los hombres…era mas bien la incertidumbre. El: Nadie sabe qué es lo que nos
deparará el destino…) y luego agregó…
- ¿Serán que son seres de ultratumba…? – Acto seguido se
persignaba una y otra vez, sin descanso y continuó…
- Me tiene horrorizada todos estos “fenómenos” que estamos
presenciando…
¿Andarán danzando todos los demonios por aquí? – La
señora, le hizo señas de que no quería escuchar nada más.
Entonces prefirió guardar silencio.
No entendía nada de todo lo que les estaba aconteciendo.
- Mejor será que entremos al carro. – Aconsejó decidida.
Su esposo, hizo el gesto afirmativo y el hijo: Felipito y la hija Esperanza, se
metieron adentro, en la parte trasera, María les siguió.
El padre de familia, se sintió impotente y en verdad no
supo ni que pensar, como tampoco qué hacer, contempló por varios minutos más la
pieza.
Le pareció que todavía estaba muy humeante.
Miró hacía el sitio en donde tuvo esa extraña visión.
Levantó aún más su mirar y contempló el hermoso paisaje.
- ¡Tanta belleza en tanta paz…!
¿Cuántos misterios atesoras en tus entrañas…?
…Misterios ante los cuales; no estoy interesado en
indagar. Pero la vida es así, y aquí me tienen…
¡Amarrado y con los ojos bien abiertos!
…Quién sabe cuanta maldad se esconde ante tanta
majestuosidad…
¡Qué provoca quedarse solamente para meditar,
reflexionar!
…Pero por lo visto; es mejor que partamos lo mas rápido
que nos sea posible.
¡Zape! ¡Bien lejos de estos montes!
Recordó la invitación del volcánico, su columna y la base
de su cerebro, le dio un violento calambre…le recordaron que estaban en peligro
inminente.
Sintió frío y asumió que seguramente, era del que
descendía de la montaña.
Allá arriba, contempló que estaba envuelto en nubes.
- Allá arriba debe estar muy gélido.
He oído muchas historias del extraño hombre de las nieves,
pero nunca de un hombre envuelto en llamas, en plena montaña…
Y lo peor es que yo mismo lo vi…Nadie me lo ha venido a
contar.
¡Y casi que ni me lo creo! – Se dijo en voz baja y caminó
hacia adentro.
- …Qué de incógnitas…Qué de cosas que te esconde la vida.
¡No somos nada! – Y pensando se dijo…
(¡Ay vida para que duraras! Resulta que de un inocente viaje,
me estoy encontrando en misterios milenarios.
…Monstruos milenarios…Hombre tea…Espíritus burlones…
…Todo un zoo escatológico… Tenebroso…
¿Y a cuántos mas le estará ocurriendo esto…?
…Y me he metido en tremendo berenjenal…
¡Dios quiera que logremos salir bien de todo este rollo!)
Algo en su ser interior, lo jalaba hacía esos confines
inexpugnables y misteriosos.
Pero conscientemente, sentía el peor de todos los
rechazos.
Era mas bien “incertidumbre” lo que lo acosaba y no lo
dejaba en paz.
En ese intervalo, volvió la intensidad acuosa. Nuevamente
el cielo se volvió negro.
Casi sin visibilidad alguna.
Todo estaba casi congelado.
Adentro comenzaban a titiritar.
No traían abrigo, ni jamás pensaron que se desatara esa
helada tan sorpresiva.
Escucharon unos sonidos grotescos.
Parecían urracas, pero con mayor intensidad.
Chequeó por todos lados.
Nada.
Ni aves, ni animales.
Nuevamente la temperatura bajó hasta niveles
inconcebibles.
Hasta llegaron a creerse que seguramente nevaría.
¿Pero caer nieve, en un sitio caluroso?
No se atrevían a salir.
A pesar de todo, consideraban que estaban dándose calor
unos a otros.
Transcurrió otro lapso de tiempo, muy largo por cierto.
Nuevamente, los volvieron a la realidad, unos golpecitos a
la puerta.
Se asomaron y era el mismo joven que los auxilió.
- ¿Qué pasó, conseguiste a la gente?
- No, que va. Y mire que los he buscado por todas partes.
- Ya van a ser las tres de la tarde.
Estoy muy preocupado, ya llevamos casi cuatro horas aquí
mismo accidentado.
¿No habrá una grúa que nos pueda auxiliar por aquí? –
Apostilló Felipe ya angustiado.
- ¡El mecánico que ando buscando, tiene una grúa y él podrá
sacarlos de aquí!
- ¿Pero en dónde está? – Le preguntó María.
- No lo he podido conseguir. Pero ya vengo…
- Pero… - María intentó seguirle hablando.
- ¡Ya vengo! Ya sé en dónde lo podré encontrar. – Y sin decir
nada más, desapareció.
- ¿Y cómo cuándo volverá, amor? – Le preguntó María, al ver que
desapareció de una forma casi instantánea
- Esto está muy helado. Tendremos que salir de aquí.
Entre tanta agua y este frío que me cala en los huesos. – Les
aconsejó ella.
Hicieron calistenia alrededor de su coche.
El silencio era acuciante. Atormentador.
- ¡Papi…Estoy muy asustado! ¡Vamonos de aquí!
- ¡Sí papi! – Salió en su apoyo Esperanza. - ¡Tengo mucho miedo!
- No nos podemos ir, hasta que no arreglemos el problema de ese
caucho.
No podemos hacer más nada. – No estaba del todo convencido el
señor de la familia.
- Tranquilicémonos muchachos, hagámosle caso a papi, vamos
adentro. – Les dijo su mamá, no muy creída aún, pero consciente de que pronto
tendrían que hacer algo y rápido, ya que pronto les caería la tarde y luego la
noche.
Y la pernocta en ese sitio, tan alejado de todos.
Glacial y extremadamente extraño.
No, pronto tendrían que abandonar ese sitio y buscar refugio o
en un hotel o regresar en grúa.
Así que con esta idea en mente, decidieron esperar.
No estaban muy convencidos, pero cuando más se desesperaban, era
cuando caía con intensidad un chubasco, obligándolos a quedarse quietos en la
espera de que acampe y salir a ver, que podían hacer.
- ¡Ustedes no se pueden quedar por aquí! – Escucharon una voz
fuerte, miraron hacia donde creyeron escuchar, pero no encontraron a nadie.
- ¿Oíste lo que yo oí? – Preguntó María a su marido.
- ¡Claro y fuerte! ¿Pero quién sería? – Silencio.
Nadie apareció.
¿Habrá sido un pensamiento?
- ¡Era la voz de un señor! – Gritó Esperanza, con los ojos
desorbitados.
- ¿Y ahora qué? – Se preguntó el hombre de familia.
Miraba por todos lados, se bajó.
Chequeó por todos lados y nada.
Se quedó contemplando nuevamente la montaña, esa majestuosidad
lo obnubilaba.
Se quedó ensimismado, cuando de repente escuchó a los suyos que
le gritaban desaforados:
- ¡Métete papi, allí vienen unos lobos! – Asombrado escuchó una
jauría que venían a atacarlo a escasos metros, corrió y logró meterse a tiempo.
Cerró su puerta y escuchó como varios de esas bestias chocaron
con fuerza, sobre la lata.
- ¿Pero, qué es esto? – No cabía en su asombro.
Una verdadera manada de fieros canes, gigantes y fuertes.
Botaban baba por sus fauces.
Mordían con furia todo.
- ¿De dónde habrán salido? – Se preguntaba la madre.
El ataque duró escasos minutos.
Y así como empezó, desapareció.
Sin dejar huellas.
Sencillamente, ya no estaban.
El silencio por respuesta.
Lógicamente la señora, no le permitía a los suyos a salir de
allí.
De repente, cesó el clima húmedo y en su lugar resplandeció un
sol brillante, fuerte y poderoso. Aún así, ninguno se atrevió a salir de esa
comodidad.
Nuevamente, escucharon:
- ¡Aprovechen ahora y váyanse, que aún están a tiempo! – Miraron
hacia todos lados.
Nada. No consiguieron al autor de esa advertencia.
Y en eso estaban, cuando el hijo logró visualizar al ciclista y
así se los dijo a sus progenitores.
En esta ocasión, el jefe familiar, salió y lo esperó.
- ¿Qué ha pasado amigo?
- ¡Ya, ya los conseguí! Ya vienen en camino.
- ¿Pero quién va a venir?
- El mecánico y su ayudante. – Le respondió muy resueltamente.
- ¿Vienen con la grúa? – Preguntó la señora muy preocupada.
- Así me dijeron. Ya vienen. Mire, les traje esto de comida.
¿Tienen hambre?
Fue en ese momento en que se percataron de que estaban
hambrientos, no habían podido comer nada, con tanto percance.
La doña aceptó el ofrecimiento.
Tomó la bolsa y comenzó a repartir entre sus hijos.
- ¿Tardarán mucho? A propósito: ¿Cuánto te estoy debiendo amigo
mío?
- ¡Nada señor, nada!
- Pero…Es que te has tomado la molestia de atendernos.
¡El único de toda esta comarca, que nos ha dado la mano! Quiero
recompensarte…
- ¡No señor, me ofende usted! Nosotros por aquí ayudamos sin
ninguna intención a todo aquel que lo necesite. ¡Por favor, no faltaba más! – Y
diciendo esto, salió a toda velocidad.
Sin darle ningún chance de que lo detuvieran.
Nuevamente estaban ellos cuatro, solos en esa inmensidad.
- Es extraño. – Le dijo preocupado.
- Seguramente que son así. La verdad, es que ha sido el único
que nos ha ayudado.
¿Te imaginas cómo hubiese sido sin su ayuda?
- ¡Horrible! Ya este sitio, me está dando mala espina. Estoy
desesperado por salir.
Ojala lleguen estos mecánicos con su grúa.
- ¿Nos llevarán hasta la casa?
Estamos muy lejos.
¿Cómo a cuatro horas, verdad?
- Sí, muy lejos. Ya veremos, quiera Dios que hoy podamos dormir
en nuestras camas y salgamos de esta pesadilla.
- Esperemos. Ya no deben tardar en venir. – Aconsejó la madre,
convencida.
- Ya son… ¡Cuatro y cuarenta y cinco minutos de la tarde!
Ya hemos estados desde las once de la mañana. ¿Cierto? – Dijo
como aclarando todo, el señor.
- Ya saldremos pronto de todo esto. – Le ratificaba su señora.
Con la esperanza de que pronto vendrían en su auxilio, se
quedaron más tranquilos.
Ya el clima estaba cálido.
Y de la manera más natural, observaron una enorme culebra,
inmensamente grande y poderosa, de proporciones gigantescas.
Les pasó como a dos metros, atravesó con toda su tranquilidad.
La autopista tiene tres canales por vía, siendo de dos, tendría
seis canales en total.
Y aún así, la extensión de ese reptil era muy superior.
Nada ni nadie, perturbó
al ofidio.
Su cabeza mediría más de medio metro, tanto de ancho como de
altura.
- ¡Tranquilamente se podría tragar a una vaca! – Pensó en voz
alta, el asombrado espectador.
Y así lo dijo, una vez de que se cercioró de que ya se había
ido.
- ¡Virgen Santísima, protégenos!- Alcanzó a exclamar ella,
aferrándose a sus dos hijos.
- ¿Esto qué es, La Dimensión Desconocida? ¡Tan solo nos falta
que aparezcan murciélagos del tamaño de una nube!
O qué comiencen a aparecer,
¡Dragones alados o dinosaurios!
¿En dónde hemos venido a caer?
- ¿Pero no chequearon todo en el taller, antes de venirnos? –
Preguntó fuera de sí, la doña, sin entender qué era lo que estaba fallando.
- Bueno, tú misma fuiste testigo: Este perol, fue revisado de
mecánica, de electricidad, de las luces, de los frenos, de la dirección.
¡De todo!
Una semana entera en ese bendito taller, lo revisaron, lo
chequearon de todo.
¿Y entonces?
¿Cómo diantre se le salió esa rueda?
¿En qué fallaron esos tipos? ¡Jamás me habían fallado!
Me he permitido anexarles todo el recuento de este relato: BORRASCAS mas adelante les seguiré publicando. Y RECUERDEN: ES TODOS LOS DIAS.
¡Saludos"
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