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“Borrascas”

Lloviendo torrencialmente, la visibilidad es en ocasiones nula, obligando a Felipe a ir a la menor velocidad posible en su carro.
Constantemente secaba su retrovisor y el vidrio de su parabrisas.
Lo bueno era que apenas eran las once de la mañana.
La circulación por esa vía es muy baja y el poco tránsito que hay a esa hora, va muy despacio.
Por espacios específicos, se desata una tremenda llovizna.
Y al metro siguiente, no.
Era uno de esos caprichos de la sabia naturaleza.
Sus cortes eran quirúrgicos.
En un lado totalmente húmedo y en el otro, totalmente seco.
Y en los espacios lluviosos, el trozo de la carretera estaba muy jabonoso, trayendo como peligro todo tipo de colisión y por esta sencilla razón, era preciso circular a muy baja velocidad.
Así fue recorriendo. Por puro efecto de ese tiempo tan anormal, le tocaba una torcedura de la autopista, no es del todo peligroso, pero si hay que tenerle el cuidado necesario.
Para colmo, se le desató un tremendo aguacero, de esos que no es visible nada a escasos metros.
Cada gota que caía golpeaba con mucha fuerza, dándoles la impresión de que podrían hacer añicos los vidrios de su coche.
- ¡Estos cambios climatológicos de la naturaleza!
Toda la belleza de toda esta zona. Parecieran un sueño.
¿No te parecen, mi vida? – María su esposa, detalló mejor todo y le respondió:
- Parecieran que la Madre Naturaleza cambiara de opinión rápidamente. Caprichosamente.
- Me da la impresión, de que hemos abandonado nuestro andar y ahora andamos en un mundo de fantasía.
En donde lo inverosímil, se transforma en hechos que parecen ser ciertos…Pero que son simplemente: ¡Espejismos!
- ¿Eso piensas mi amor? ¡Estás con tu imaginación muy fértil! – Su marido le sonrió, y posó nuevamente toda su atención en su trayecto.
Conocedor de esa parte de la vía, como lo era, fue disminuyendo, tanto por el temporal inesperado como por efecto de la semi curva.
Bajó la velocidad a aproximadamente sesenta kilómetros por hora.
Se abrió y la tomó en el ángulo que creyó el más indicado.
Las gotas seguían cayendo con mucha fuerza.
Con una toalla de mano, constantemente limpiaba la humedad.
Se le antojó mirar a su lado izquierdo, admiró la belleza de la vegetación.
Por ese lado, se contemplaban las montañas que se erguían en toda su solemnidad y elegancia.
Vientos fríos se desataban por esa dirección.
Contempló todo, mientras recorría esa parte, cuando algo inesperado le llamó poderosamente su atención.
Y lo que vio, al principio, lo sobresaltó: Un caucho desbocado envuelto en llama, desprendiendo una inmensa bola de humo negro, la cual se elevaba a varios metros de altura, y en su centro, la parte metálica ardiendo al rojo vivo; Y la aparición de un inmenso demonio ígneo, el cual no supo precisar, si era que iba persiguiendo o arrastrándolo.
Posó toda su atención a este singular fenómeno.
Y de repente, la figura se volvió a verlo y contempló lleno de pánico, que le sonreía y lo estaba invitando a que lo siguiera.
Un frío espantoso recorrió por toda su columna vertebral.
Pronto sintió un dolor punzante en su cuello, quizás por la fuerza que ejerció al doblar su cabeza hacia esa misma dirección.
Esa visión, lo capturó.
Y no lo supo descifrar, en ese instante.
Tan sólo lo observaba impávido y anonadado.
Por un micro segundo, tuvo que desviar su atención, ya que su propio coche comenzó a convulsionar.
Se bamboleaba hacía la izquierda, su descontrol lo aterrorizaba.
Los contorneos violentos, lo obligaron a fijar su atención en el volante.
Instintivamente quiso pegar los frenos de repente.
Pero algo lo contuvo, prefiriendo maniobrar con su volante, quitando el pie del acelerador.
Por instantes, tuvo mucha angustia, ya que temió perder el control de su propia nave y si esto pasaba, con seguridad se volcaría.
Las consecuencias, lo llenaban de pavor.
Así que se aferró fuertemente a su dirección.
De repente, sintió que la carrocería caía al pavimento.
La dirección de empuje lo jalaba literalmente con toda su furia hacia su izquierda, hacia la dirección de una hondonada en las faldas de las montañas aledañas.
Comenzó a sentir grandes saltos, que ocasionaba la fricción del metal contra el pavimento.
Esto era más peligroso, que la fuerza del empuje.
Pero no perdió su calma.
En ese preciso instante, vio que no venían carros en sentido contrario.
Eso lo estimuló en algo.
Pero su misión primordial, es mantener su dominio en medio de ese descontrol manifiesto.
Un chirrido horrible se escuchó, cuando la lata de su carrocería y los metales de su transmisión trasera, rozaban con furia sobre el asfalto.
Temió que se prendiese en fuego.
Ni tiempo le dio de elevar ninguna oración de las tantas que él mismo sabía.
No tuvo tiempo, para eso.
Finalmente, logró tener el mando nuevamente.
Llevó hacia la derecha, lo que quedaba de su noble carrito.
Ya la lluvia, estaba comenzando a amainar.
Convulsionó con espasmos muy violentos.
Su propio organismo, rechazaba tan abominables experiencias.
Improvisadamente, posó su atención hacia su esposa y sus dos hijos.
Todo era angustia. Lloraban y gritaban.
- ¿Todos están bien? – Alcanzó a preguntar en medio de jadeos incontrolables.
- ¿Qué fue eso, qué pasó? – Le preguntó María, su esposa.
Señalaba aterrorizada en medio de un cuadro de crisis nerviosa, hacia la dirección en donde él creyó ver esa figura humana gigantesca envuelta en fuego.
- ¿Qué viste? – Alcanzó a preguntarle a su señora.
- ¡Un gigante envuelto en fuego vivo! ¡Yo lo vi!
- ¡Yo también lo vi, papi! – Su hijo mayor estaba también en una crisis nerviosa.
- ¿Están ustedes seguros? – Les preguntó como tratando de minimizar todo lo negativo que esa aparición tuviese en el ánimo de los suyos.
- ¡Yo lo vi, al igual que tú! ¡Era horrible, si me lo cuentan, jamás lo hubiese creído! – Le afirmó su esposa.
Él no pudo dominar el descontrol nervioso en que se encontraba.
Ninguno se atrevía a mirar hacia esa misma dirección.
Se abrazaron y todos juntos comenzaron a llorar y a rezar.
- Posiblemente sea un espejismo. – Les dijo tratando de no aumentar su angustia.
- ¡Yo lo vi, papi! – Aseguró Esperanza, su hijita.
- ¡Esas son cosas del demonio! ¡Vámonos  de aquí, sácanos de este pandemónium! – Gritó descontrolada María.
Todos continuaron en esa unión muy fuerte, como para darse el valor necesario que tanto estaban requiriendo en este trance tan duro.
Afuera, aún lloviznaba.
Felipe volvió su cabeza hacia el mismo sitio.
Y lo volvió a ver.
En esta ocasión, el demonio lo saludó y lo invitaba a que él fuera.
Ya no tenía duda alguna, no fue una “Aparición ni una suposición fantasmagórica” Allí estaba. Estaba en shock.
Transcurrieron varios minutos.
De repente, alguien les tocó el vidrio, Felipe miró para ver y vió a un joven, que sonriendo le pedía que bajara su vidrio y saliera para poder hablar.
Sin pensárselo mucho, así hizo.
Al salir, ya pudo comprobar que había cesado la lluvia.
Todo seguía mojado. Instintivamente observó hacía la ladera y pudo comprobarse que por el sitio en donde se desplazó su caucho, apareció todo chamusqueado y con la evidencia cierta de que el fuego lo había calcinado.
- ¿Están todos bien? – Es un hombre joven.
Por sus vestimentas, claramente denotaba que era oriundo de esos lares.
- Sí. ¿Quién me lo está preguntando?
- Discúlpeme. Mi nombre es Ángel Pérez y soy de por estos lados.
Yo venía en mi bicicleta, usted pasó a mi lado y fue cuando pude ver esa llamarada.
- ¿Llamarada, de qué?
- De su caucho. ¿No se dieron cuenta, verdad? – El joven lo miraba muy incrédulo.
- No. En ningún momento pude darme cuenta de eso.
- Yo intenté hacerle señas. Temí que fueran a explotar, usted sabe una chispa y el tanque de la gasolina.
- ¿De verdad? No me percaté de nada, es que nunca lo vi.
- Menos mal, que usted venía despacio y al doblar, el caucho que venía bamboleante,  se terminó de desprender y salió a toda velocidad. Con la tremenda suerte de que nadie venía en dirección contraria.
Si no imagínese el desastre que hubiese ocurrido. – Felipe y su esposa, que ya estaba afuera escucharon todo el relato y estaban pálidos del susto.
- ¿Y usted presenció todo? – Le preguntó María al lugareño.
- Todo. – Le respondió viendo a Felipe.
- ¿Todo? – Le volvió a preguntar, insistentemente.
- Ustedes venían despacio y el señor redujo la velocidad y ya para ese entonces, se desató un fuego en la parte de abajo, cerca del tanque de gasolina.
Y cuando comenzó a doblar, se les desprendió el caucho envuelto en llamaradas. Yo fui testigo de esto.
Y después, yo estaba asustado, porque temí que perdiese el control y se fueran a volcar.
Yo me quedé aterrorizado. ¿Se imaginan una explosión?
¡Todos hubiéramos muertos, hasta yo que estaba cercano a ustedes!
La familia estaba conmocionada por ese relato, pero más lo angustiaba era la aparición de esa figura envuelta en llamas y para María, era la prueba más que fehaciente de que el demonio mismo fue el causante de ese desastre.
Y si se habían salvado, habrá sido por la intervención divina.
- ¡Ya les traje la pieza!
¡Estaba al rojo vivo!
¡Casi que me quemo las manos!
- ¿Qué trajo la pieza al rojo vivo?
¿Pero cómo pudo hacer esto? – María estaba más que traumatizada, no podía asimilar esta situación.
- ¿Cómo pudo hacerlo?
- Casi me quemo las manos, pero aquí está. – Los ojos no estaban puesto del todo sobre la pieza, si no sobre Ángel. Allí estaba, muy sonriente.
No se le notaba, ni sudor, ni dolor alguno.
El hierro seguía abrasador.
Su rojo ya no estaba tan llameante, pero era claro y notorio que seguía en alta temperatura.
Hasta un metro de distancia, estaba calcinante.
Felipe no pudo ni acercársele, intentó ponerle su pie calzado, pero lo chispeante lo hizo desistir de esta idea.
Asombrado, no supo asimilar, el cómo pudo traerse eso, cuando aún estaba incandescente.
- Mire si ustedes quieren ya mismo salgo en mi bici para conseguirles un mecánico… - El chaval los miraba interrogándolos.
- ¿Y hay cerca mecánicos que me auxilien?
- Sí, claro.
- ¿Pero son buenos…? – Quiso aclararle Felipe.
- ¡Muy buenos!  Son como todos nosotros…humildes y trabajadores honestos y muy dados a ayudarnos entre todos nosotros.
¡Además de que son gente bien preparados!
Ellos hicieron cursos en la capital y ahora trabajan por esta misma zona.
- Bueno… ¿Podrás traerlos? – Sin esperar respuesta salió a toda velocidad.
Ellos quedaron con la palabra en la boca, asombrados de la reacción tan rápida de él.
No les quedó chance de decirle nada más.
Tan solo se quedaron maravillados de tanta eficiencia y prontitud.
Ágilmente desapareció.
La bici se ondulaba hacia su derecha y a su izquierda, mientras avanzaba sobre el pavimento negro.
Ellos se quedaron atónitos mientras chequeaban la pieza envuelta en candela pura.
- ¿Pero: Cómo pudo ese chico traer esto?
¡Todavía está  achicharrante y mira ese caucho!
¿…No ves esa humareda?
¿Quién puede soportar ese humo negro y espeso?
¡No hay ser humano que pueda aguantar sin ahogarse o quemarse!
¡Esto es literalmente, imposible!
- Es increíble, pero lo hizo. ¿Cómo?
¡No me lo sigas preguntando! – Allí se quedaron observando.
Según sus cálculos, esa pieza se desplazó a por lo menos doscientos kilómetros por hora y seguramente llegaría a casi un kilómetro de distancia.
(Pero…. ¿Cómo lo logró hacer? ¡Imposible para mí, ha vencido todas las leyes de la Física y de la Química juntas)
Allá se divisaba un pequeño claro, seguramente que era allí a donde llegaría finalmente esta pieza.
Lo contempló lo mas detenidamente que pudo.
En la propia falda de esa montaña.
Tuvo que atravesar esa hondonada, que tendría muchos metros de profundidad.
¿A qué velocidad iría…?
¿Cómo pudo sacarla?
Conversando entre ellos, se preguntaban si alguno de ellos fue consciente de haberlo visto.
Felipe, hizo memoria mientras extasiado insistía en admirar tan bello follaje.
Todo lindo, verde de todas las tonalidades.
Y ese frío que ya era muy penetrante.
En ningún momento, se recordó el haberlo visto.
María tampoco. ¿De dónde salió?
- Yo no le vi…sus manos quemadas. – Afirmó María desconcertada.
- Tampoco estaba cansado. – Reconoció Felipe.
- ¿Cómo lo pudo hacer?
- ¡Papi, y tiene una mirada muy fea!
- ¿Pero qué te estuvo mirando, Felipito? – Su madre se angustió en su temor subyacente, debido a lo precario de la situación en que el destino les tenía sometido.

- No. No es que me miraba a mí, sino que le vi muy feo en su forma de mirarnos. – Suspiró de alivio, no era lo que se estaba temiendo. Lo abrazó tiernamente.

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