...Seguimos con: "CACHIRULO"


A diario somos testigos en nuestro sitio de vivencia de personas que ejercen la violencia para poder someter y lograr sus objetivos...Y este joven es apenas una pequeña muestra de lo que no deberíamos aceptar...como sociedad. ¡...De que existen, claro que sí! ¿Usted lo puede negar...?


Recapitulemos nuevamente…
Ya comencé mi cuenta regresiva…
¿Iba por cual número…? ¿Uno, verdad?
Ok. Esperemos unos minutos más. Así, aprovecho para serenarme mejor…
¡…Dos…! ¡Ay…Ustedes no saben con quién se están metiendo! Es mejor que aparezcan ya.
Volvió a rectificarse nuevamente. Y esta vez, en sus propios pensamientos.
…Ya van dos…Y no aparecen…
Y de repente, escuchó el sonido de un ave.
- ¿…Y eso…? ¿Un nuevo enemigo apareciendo? ¿No descansan nunca? ¿No tienen más oficio que el venir a amargarme en mi labor?
Se mimetizó nuevamente. Aguardó. Oteaba a todo a su alrededor y estaba: ¡Normal!
¿Entonces? ¿Ya no existen los dragones, ni los monstruos asustan  trabajadores, entonces qué será? Algo no conocido, seguramente.
Otro sonido, de ave. Pero no en el mismo sitio.
- ¡Son mis hombres! ¡Son mis hombres…Al fin! ¡Qué bueno…Ya están aquí!
De inmediato, les contestó. Y allá arriba, en la cerca y en techo de otra propiedad, fueron apareciendo las cabezas. Y por sus siluetas, los fue reconociendo. Su entusiasmo era grande.
- ¡Ése es El Temblao! Por su forma de caminar, tembloroso. Se asemejaba a un anciano con esa enfermedad tan rara.
…¿Era el mal del sambito? O era el llamado… ¿Parkinson? Aunque era tan joven como él mismo.
Por ese temblequeo…Le puso ese mote: “El Temblao” ¡Ja, ja, ja El Temblao! Por primera vez, se alegraba de verlo. ¡Qué bien! ¡Qué orgullo que ya estén aquí! ¡Me alegran mucho todos ellos!
También distinguió al inconfundible: Gordo. Parecía un globo. Siempre, se preguntaba el por qué lo había aceptado en su banda. ¡Horriblemente gordo y fofo! ¡Pero muy fiel! Siempre obedecía el mandato de su jefe. Gordo, fofo, flojo y cabezón. ¡Mi Gordísimo querido!
¡Pero obediente! Y solamente por eso mismo, lo soportaba.
…Ja, ja, ja…Ése de caminar…Lento…Dudoso. Parecía ser: ¡El avión! Más bien debió haberle puesto el mote de: ¡El Jet!
Ya que su velocidad era proverbial.
¡Ése sí que era el indicado para mandar a buscar a la muerte!
¡Qué barbaridad de lento…Tranquilote…! Pero tenía algo muy bueno… ¡Carecía de interés!
Y eso para él, en su condición de jefe, era algo muy grandioso.
Sabía que le era fiel. ¡Mi avioncillo, mío, mío! – Danzaba de emoción espontánea.
Un ser sin ambición alguna.
¿Igual si le daba un gran parte…Como si le daba poco?
Sí, así era: ¡El avión!
Hoy lo veía hasta con alegría.
Con mucha emoción. ¡Sabía que no me abandonarían jamás!
…Y ése con ese gran narizón… ¡Ése tenía que ser…El Atorao! ¡Inconfundible!
¿Pero, el por qué…Sintió alegría por verlos?
No se lo explicaba…Pero por alguna extraña razón…
¡Se alegraba sencillamente por verlos!
…Así de sencillo, era él. Y muy humano. Y que por sus venas corre sangre y de la buena. De la que nunca se olvida de sus panas. De sus colaboradores. Amigo de sus amigos y de los mejores.
Tenía que reconocer que a pesar de todo…Los quería. ¿Qué podía hacer?
No en balde, eran sus hombres. Sus sirvientes y guerreros a la vez.
Todos eran sus “Hombrecitos” a su servicio.
Y es que en ese extraño mundo, todos eran iguales. Su camaradería era indispensable.
…Pero, también, se recordó de su compañero extinto: El Tuerto.
Una y otra vez  le repetía, que los jefes…Son seres solitarios. Y no tienen afecto.
Los jefes, no podían hacerse iguales de sus hombres. Que es peligroso ser similares de sus subordinados. Y que nunca lo verían con buenos ojos.
Tenían que obligarlos a la obediencia ciega… ¿Pero amigos?
¡Nunca! Un verdadero jefe, siempre debe desconfiar hasta de sus propios hombres.
¡Y más aún…De su propia tribu! Y la soledad es uno de sus atributos.

Y esa verdad  era tan grande, como que existía la luna, por las noches.

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