"Es que no se si fuí yo...o..."
En esas lúgubres oscuridades, impera otro mundo. Aullidos lejanos, que dan la impresión de que tienes a sus autores, muy cerca de ti.
Noches de cuentos y pesadillas.
En donde pululan leyendas no tan urbanas. Pero leyendas al fin.
Los misterios y sombríos relatos, por supuesto que le quitaban el buen dormir a cualquiera que no tuviese las suficientes agallas, como para negarlos. Aunque, la mayoría se ufanaba en no creer en nada de esos “cuentecitos de camino”,  pero lo único cierto, es que casi ninguno se aventuraba a desenmascarar aquel “infame engaño”.
Y sus impulsores, por supuesto que obtenían el buen premio de sus congéneres ya que siempre eran los primeros invitados a todo tipo de reunión. Siempre los “cuentistas” eran los que con su imaginación a prueba de todo calibre, lograban la sumisión total de su auditorio. Quienes se reunían a su entorno, ávidos de ser los primeros oyentes. Muchos de ellos, hasta tenían fama de ser muy “valientes e intrépidos” ya que con frecuencia relataban en primera persona, no haciéndolo así cuando sus protagonistas, huían cobardemente de la escena, abandonando a las hermosas damiselas quienes tenían que sufrir la cruel cobardía de “esos cobardes” que tanto pululan por doquier. Pero al final, se la inventaban para aparecer como los únicos héroes de sus escenas valerosas.
La mayoría de estos  “relatos” casi siempre se hacían de noche, pero que no fuera ni sombría ni oscura. Y que el frio, no fuera tan inclemente.
Generalmente, noche de luna llena.  De día…No. El día es para producir. Trabajar.
 Siendo así, por lo menos en este bello resplandor.  Todos se podían ver sus rostros con alegría. Luego, todos estaban cada uno en sus diarios que labores.
Toda la campiña, se tornaba hermosa y exuberante. Los ruidos y sonidos, son los propios de este pradal.
Cada parcela o eran grandes o son pequeñas. Casi ninguna, estaban delimitadas. Por lo menos no se visualiza, ni cercas, ni alambrados.
Las casas eran desinformes. O bien en una propiedad, se apreciaban hermosas edificaciones. Y todo a su alrededor, presagia la opulencia de sus moradores. Y en las cuales, se encuentran varios carros automotores. O carros de paseo o camionetas o camiones, para transportar pesadas cargas.  Potentes y hermosos tractores. Que con su solo rugir, presagian poder y dominio. Hermosos canes, de raza pura  e imponente alzada. Los cuales se sentían seguros y mimados por sus dueños, quienes los ostentaban con grosera y en ocasiones vulgares “muestras de su poder” por sobre los demás, que tenían que aguantar de buen agrado tan imponentes muestras de su poderío.
Por razones extrañas en este vivir, los que tienen cierto poder, lo ostentan con crueldad e insolencia. Y el resto, los mira hasta con admiración. Ven en ellos, a los prototipos de los “Grandes Señores Feudales” Tolerando con mucho agrado, todo cuanto se les pase por sus banales cabezas. Asumiendo un vasallaje, muy propio de la vida servil y degradante.
- ¡Tú…Tú y todos ustedes…Agarren bien esa carga! – Gritó el mozuelo a un grupo indeterminado de sus vecinos quienes observaban con asombro, la cantidad de carga consistente en los productos de la bendita tierra.
Eran cantidades enormes de papas. Las cuales estaban en centenares de huacales, por doquier.
Los propios trabajadores, parecían no dar abasto a tan enorme carga de tubérculos.
Y el molesto mozuelo, no cejaba en ordenar y ordenar, a estos y a aquéllos. No importándole para nada gritarle a cualquiera de los allí observantes.
Entraban camiones y eran llenados por ingentes huacales de papas. Y rápidamente partían hacia los lugares de almacenaje. Esta cosecha, era muy fructífera, sus frutos eran grandes y bellos.
Y como siempre suele suceder, muchos de los que no eran peones, pululaban por aquí y por allá, en busca de su recompensa sin esfuerzo.
Como también, persistían peones, los cuales no fueron reclutados y se quedaban allí, como esperando recibir de “el amo” la orden para arrancar a trabajar.
Todos ellos, estaban más pendiente del “Mandante” que del resto de la faena. Aunque se notaba la opulencia de esa recogida. Muchos eran los contratados, pero mayor fue la cosecha. Y el tiempo para su entrega a sus compradores, era lo que hacía violento su duro batallar.
Muchos querían entrar a trabajar, pero sabían que si no eran llamados…No le pagarían su jornada.
Y por esta razón, estaban prestos a la primera orden de “Enganche”
El imberbe jefe, se veía a todas luces, que era el hijo del dueño. Del “Gran Señor” y demostraba su poder a gritos e improperios, imponiéndose por la fuerza ya que por su sola presencia no inspiraba ni el más mínimo respeto ni mucho menos consideración.
El hijo del dueño…Será dueño y Señor, más adelante. (Todo, todo será mío. Y ya verán lo poderoso que llegaré a ser. Ya lo verán. Fuerte y poderoso)
Por ahora, es el que mantiene el látigo. Por lo que hay que obedecerlo. Jefe es jefe. Lo demás, es lo de menos.  Y a esos curtidos hombres, estaban ansiosos para llevar a su casa, el dinero necesario para su humilde familia.
- ¡…Ustedes…Los que están allí! – Gritaba con su chillona voz, a un grupito de hombres que estaban obstaculizando el libre transitar de los camiones. (¡Animales escuchen a su Dueño y Señor! Algún día tendrán que inclinarse ante mí)
Casi al instante, todos obedientemente lo miraron con ojos de yo no fui.
- ¡Sí a ustedes…Quítense de allí ya! – Con imperiosos gestos, movía sus brazos. Indicándoles con suma impaciencia que se desplegaran más hacia la derecha. Mucho más de lo que con sus torpes y espantados  movimientos ejecutaban, al tratar de obedecer la fulminante orden.
El jefecito, los escrutaba con fiereza en su rostro. Su paciencia era muy corta e intransigente.
No toleraba nada que no fuese de su total agrado.
Por su parte, los que allí estaban, trataban de agradarlo y al intentarlo se tropezaban unos a otros, ocasionando que algunos de ellos cayeran o fueran empujados por sus compañeros impacientes.
Los que estaban en el lado izquierdo, también les gritaban como queriendo darle más apoyo al jovenzuelo de férrea mirada y de poses autoritarias.
- ¡Obedezcan al joven jefecito!
- ¡Brutos…Apártense de allí! – Voces anónimas. De los mismos. Solo que en sitios distintos.
Al observar el jefe, que su voz de mando era obedecida en el acto. Se complació y se deleitó muy en sus adentros. Exteriorizando una imagen de déspota sin igual. Sus bracitos pululaban de un lado a otro. Como queriendo demostrarles, que estaba muy enojado. Y que no era bueno para ninguno de ellos. Que su orden…Debía ser obedecida en el acto y sin chistar. 
En apariencia, no debía ser mayor de unos quince años. De figura regordeta. Pequeña cabecita, en donde florecía un inmenso sombrerote, el cual era vapuleado sin cesar por los exigentes ventarrones. Una suerte de muñequito que se ladeaba no tan solamente hacia la izquierda como para la derecha, sino que se antojaba de repente, que lo tumbaría hacia atrás como también de repente hacia adelante.
Si estuvieran en otro espacio, seguramente sería el hazmerreir de todos. Pero, aun cuando se posesionó en un espacio alto, algo similar a un pequeño promontorio natural de piedra y arena.
Su pequeña estatura y su mofa presencia, aunado a su faz de infante aún, no lo ayudaban para nada con eso de querer “Ser todo un macho”
Su esfuerzo era notable y de haber estado en otro ámbito, con seguridad, ninguno le hubiese prestado atención alguna.
Es indudable, que tenía que alzar su vocecita de bebecito y tratar de darles gruesas tonalidades de hombre recio y compacto, tal como seguramente se le exigía por su condición de mandamás imperante. Quizás por su desbalanceada posición se veía obligado a exagerar todo lo concerniente a su función de mando.
Y hasta es posible, que su cautivo auditorio, se veían en la obligatoriedad de hacerle caso y obedecer sus órdenes en el acto, ya que temían la represalia de su progenitor. Al cual, si temían y reverenciaban, ya que conocían de su pésimo talante.
- Amito Andrés…Con su permisito… - Uno de los hombres de avanzada edad, peón y pata en el piso, se atrevió a interrumpirlo. En cuanto vieron la reacción del jovencito, todos callaron con ese temor reverencial con que la gente humilde siente cuando se dirige hacia una persona de un rango inalcanzable para ellos.
(¡Escoria, Deshecho…Animales, sucios, hediondos!)
El dominador, no se dignó a mirarlo. En parte, porque estaba más precisado en mantener su sombrero quieto sobre su pequeña  cabecita y porque los manuales del buen mandante que su padre le inculcaba, era que no debía tolerar ser interrumpido en ninguna etapa de su mandante acción.
Y a pesar de la pedante acción. Todos presentían que a la final, aquel chaval, poseía un gran corazón y que seguramente, atendería de buen agrado a su ya anciano interlocutor Medina.
Medina era un hombre que naciendo en esos solares, jamás había salido hacia otros predios. Tercamente aseguraba que ese era su mundo y que nada tendría que ir a buscar afuera. ¿Total?
Todo cuanto ha necesitado…Allí lo había cultivado.
Y como la inmensa mayoría de sus vecinos y amigos, apenas tenía un desvencijado ranchito en el cual vivía con su mujercita y su prole de hijos.
Medina, a sabiendas de algún castigo inmerecido de parte de su jefecito. Osó interrumpirlo, para hacerle una humilde petición. Y ya que nunca se le había podido acercar, ya que la escolta se lo impedía. Aprovechando un instante, reclamó su atención en los términos más humildes y una vez lograda su atención, tan solo se contentó con esperar la atenta respuesta.
El amito Andrés, en un instante se sintió ofendido. E impulsivamente iba a ordenar a sus guardaespaldas, que lo echarán. Pero por alguna razón inexplicable, prefirió aguardar.
¿Aguardar qué?
Quizás en lo más profundo de su ser, apreciaba a aquel vejestorio. Y en sus pensamientos, se remontó a cuando era un niño y el fiel hombrecito, peón de su padre, lo cargaba en sus brazos.
Fue por largo tiempo, su criado personal. Su padre, muy celoso con su seguridad, se lo confió a Medina. Para aquel entonces, su hombre de confianza. Uno de sus más fieles peones.
- …Amito Andrés…Dispénseme mi atrevimiento…
El amo Andrés, seguía mirando hacia la lontananza. Pareció no haberlo escuchado y si lo escuchó entonces olímpicamente lo ignoró.
- ¡Ustedes truhanes! ¡Sí a ustedes les hablo! ¡Sinvergüenzas…! ¿Creen que me van a robar mi dinero…Sin trabajar? – Por los movimientos y sus manoteos, todos volvieron hacia la dirección que éste señalaba. Y se observó a más de dos docenas de obreros, que aprovechando que su capataz estaba ocupado en otros menesteres, quisieron pillarlo,  para sentarse a descansar de ese arduo trabajo de: Sacar los frutos, cargarlos y depositarlos en los huacales. Y una vez llenos, cargarlos a la plataforma de cada camión y depositarlos allí y luego, correr a continuar con su faena.
En efecto en cuestión de segundos, hasta algunos aprovecharon a tirarse sobre la tierra y lograr un escuálido descanso. Pero con lo que no contaron fue con la insistencia de ese joven, el cual los cargaba a mucha presión, agotándolos a tal extremo que ya no podían seguir disimulándolo.
- ¿No van a hacerme caso? – Chilló indignado. Y en el acto y como movidos por resortes ocultos, todos procedieron a seguir en su faena, con mucha rapidez y prontitud.
Andrés se sonrió muy complacido. Se sintió obedecido y temido. Mil puntos, seguramente su padre lo recompensaría y le dejaría ese mando solamente a él.
(Ya me estoy haciendo un Hombre Grande. Tal como es mi padre. Él tiene muchísima razón…Son unos flojos. Haraganes. Y quieren ganarse todo el dinero sin trabajar nada.
Y esto, no se los voy a permitir. Conmigo tienen que estar siempre trabajando. No tolero la flojera.
¡Todos mis peones…A trabajar hasta que les salga sangre en vez de sudor! Para eso nacieron estos flojos y para esto es que nací yo, hijo de mi padre. Su esencia. ¡Qué bien! Todos me temen y me respetan. ¡Qué sabio es mi papá! Por algo es el más rico y poderoso de todos los hacendados,  de todas estas comarcas. Y yo soy su rico heredero. Seré más grande y mucho más poderoso que él mismo. Yo mismo, me lo demostraré. ¡Claro que sí!)
Efectivamente, se reanudaron todas las faenas, que fueron interrumpidas por la presencia de Medina.  Y este sabiéndose el causante de aquella interrupción involuntaria de su parte, tan solo se contentó con seguir en su espera.
Pasaron varios minutos. Andrés ignoraba por completo a Medina. Los guardaespaldas sin orden alguna, se movieron para hacerlo desalojar de allí y cuando ya casi lo tenían sometido, el joven les gritó sin siquiera mirarlos.
- ¡Quietos! – En el instante soltaron al anciano y se volvieron a rodearlo.
Medina, en movimiento inconsciente, se alisaba su roída camisa sucia y desteñida.
- ¿Qué quieres viejo? – Le habló sin mirarlo.
- ¿No me ves que estoy ocupado?
- ...Si amito y hasta me admiro yo mismo de lo autoritario y señorón en que se ha convertido…
Esas palabras, si que fueron muy recibidas. Tremendo halago. Seguramente ese viejo y otros de los peones, le comentarían a su padre, lo bien que estaba actuando. Orgullosamente, infló su pecho.
- ¿Qué quieres? ¿No ves que estoy ocupado?
- Sí mi amito y lamento mucho interrumpirlo.
- ¿Qué quieres de mí? ¡Rápido!
- Amito…Necesito trabajar.
- ¿Para eso me interrumpes?
- …Perdóneme…Necesito llevar comida a mi casa…
- Este es un trabajo muy verraco. ¡Sólo machos pueden trabajar conmigo! ¡Y tú ya estás muy viejo para estos trotes!
- …Pero su merced…Necesito…
- ¡Vete de aquí viejo inútil!
- ¿Y ustedes…Qué están mirando? ¿No tienen oficio qué hacer?
Pronto un inusitado murmullo, se desató. Muchos quedaron en una sola pieza. Conocedores como eran de la fidelidad de Medina. Siempre pendiente de ese muchacho. Complaciéndolo en cuanto antojo se le ocurriera.
(¿Cómo ese Moscoso puede tratar a un anciano así…De esa forma? ¿Hasta cuando los que tienen mancillan al desheredado? El viejo no le está pidiendo dinero. Le está suplicando que lo deje trabajar para poder llevar el pan nuestro de cada día a su esposa, hijos y nietos. Y la verdad, es que me da pena ajena. Pero en lo personal… ¿Qué puedo hacer? Tan sólo soy un capataz, que ni teniendo voz, ni voto, pero al menos…Tengo mi trabajito. ¡Pero cómo te detesto mocoso inmundo!) Quién así pensaba, observaba  impávido. Un cagaito, con cara de baboso. Y que hasta a lo mejor aún se orina en su cama…Trataba así, de esa forma bellaca y baja, a un hombre ya viejo y trabajador, como Medina. ¿Será esto justo?   
- Vengase conmigo Sr. Medina… - Le dijo, como tratando de alejarlo de esa zona de vejámenes y de humillaciones.
El mandante, lo miró como si fuera un águila. Con su mirada fija en su despojo.  Dando la impresión de ese morbo sádico, y de que disfrutaba con su incipiente poder.
Y por supuesto, que como ave de rapiña…No se dejaría quitar de sus garras tremendo manjar. Una víctima a su libre arbitrio  y que jamás le presentaría ningún tipo de resistencia. Y eso de martirizar a su indefensa presa, le daba un aliciente jamás despreciable.
Calibró cada palabra de su capataz Asunción. Y en su óptica…Ese Asunción lo estaba desautorizando…
(…Malo…Malo…Mequetrefe  y atrevido. Jamás nadie, puede desobedecerme y menos delante de toda esa gentuza. Tendré que hacer algo…Y el problema es que este capataz Asunción, es la propia mano derecha del viejo. Debo actuar con mucha cautela. Y en un enfrentamiento…Mi viejo me va a regañar delante de toda esa chusma. No puedo aceptarlo. Debo ir, con mucho cuidado.
Malo esto que mi capataz Asunción, se me voltee. Seguramente que saldré perdiendo…)
- …Asunción…Asunción…Acércate…Por favor…
- ¡Ten mucho cuidado conmigo Andresito…Mucho cuidado!
(¡Hasta me amenaza este estúpido! Me está advirtiendo a mí… ¡A mí! El único heredero de toda esta cuantiosa fortuna. ¡Imbécil! ¡Zopenco y hediondo peón!)
Y mostrando su mejor sonrisa, se le fue acercando como una sinuosa mapanare, tras su rica presa.
(¡Ten mucho cuidado conmigo mocoso! A mí no me gustan estos jueguitos. ¡Y no estés creyendo que porque eres el hijo de tu taita, no te puedo quemar! ¡Yo sí te coso a tiros! Cuídate conmigo…Yo no soy una presa fácil de digerir…)
El capataz Asunción, era un hombre de mediana edad y le servía a su padre desde hacía muchos años. Hombre curtido y de pocas sonrisas.  Alto, doble y sumamente fuerte y veloz. De mirada muy rápida. Portaba en su cintura, un zurriago. Y a su lado…Su arma de fuego. El prototipo de ser, de armas a tomar. Su jefe,  además de ser un hombre de mucho mundo, sabía apreciarlo, valorarlo y además de darle todo su apoyo…Lo respetaba.
Un excelente capataz. En diversas ocasiones, se hacía acompañar de Asunción, además de sus guardaespaldas. Sobre todo, cuando se iba de farra o de negocios.
Don Andrés, el jefe, lo conocía y le tenía en la más alta estima. Y estaba casi seguro, que con éste hombre no podría pelear, porque entre otras verdades…Apenas era un párvulo…Y esta oportunidad de lucirse ante su padre…Ni loco que la perdería.
(No puedo dejar que Asunción me humille. Pero aunque ya lo hizo…Tengo que corregir este entuerto. No puedo darme el lujo de enojarlo. Cuidado, que este tipo me puede inhabilitar ante mi progenitor. Y la poca confianza…Seguramente que la perderé. Y quizás, para cuando la pueda recuperar…Mi viejo es muy arrecho. Y a mí, nunca me va a creer. Seguramente que le hará caso a este inmundo capataz. Debo evitar esto. Tendré que ser muy diplomático)
- Ven acá…Asunción…Por favor…
Asunción volvió a verlo. Y se comprobó así mismo, que ya no era el mandamás. En esta ocasión, era el chiquillo quien lo precisaba. Y por alguna razón, se descubrió a sí mismo, con su mano derecha encima de la empuñadura de su revólver. Ya para ese momento, los guardaespaldas nerviosamente se aprestaban a sacar cada uno su armamento.
- ¡Quietos todos! – Les ordenó Asunción. Y ante la potente  voz de mando emitida. Se quedaron como petrificados. Fueron segundos de inacción. Y como en cámara lenta, obedecieron la orden emitida. Fue tan fugaz esa acción, que el chiquillo ni se inmutó. Y en verdad, no aquilató cuanto aconteció. Pero él también obedeció esa orden.

- ¿Qué está pasando Asunción? – Balbuceó aún sin poder comprender con exactitud lo que ocurrió.
......Este es un nuevo manuscrito. Pronto publicaré un poco mas. Recuerden que todos los días estaré publicando......

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