¡Otro relato que les traigo!











“Hoy…Tengo ganas de hablar…”







- Hoy: Tengo ganas de hablar. De sacar muchos recuerdos que me están carcomiendo.
En principio, debo decirte: Que lo he perdonado.
Y que todo ese daño que me hizo, pues lo  he echado al pipote de la basura…
¡Es mas, le he pedido a mi Dios Santísimo que me saque de mi corazón todo ese daño!
…Hoy tengo ese deseo inicial de hablar sobre este tema…Pero por favor: No me interrumpas.
Ni me pidas nombres. Ni fecha. ¡Nada de eso!
Deja que sea de una forma espontánea que yo  vaya fluyendo de mis propios labios   -que ya están agotados-   de tanta y tantas peleas, reyertas.
– Estas últimas palabras las fue pronunciando con mucha lentitud.
Como si el tiempo, le estuviera deteniendo.
Se contuvo y tomó aire, con parsimonia.
Era una mujer muy hermosa, y en sus ojos se le notaba ira contenida por muchos sucesos que la hacían sentirse engañada y burlada.
Como si todos aquellos sentimientos de ira y cólera, no aceptaran ser develados por ella.
Bajó su cabeza. Parecía estar meditando y sopesando cuanto iría a pronunciar.
Movía su cabeza de un lado a otro.
Su larga cabellera    -de color rojizo-    se movía al son de sus meditaciones.
Alzó sus ojos y los fijó en una imagen de Cristo Redentor.
Dio la impresión de estar rezando en silencio, quizás pidiéndole la venia Al Altísimo, por lo que iba a dilucidar.
Su mirada se fundió en sus pensamientos.
Pasaron varios segundos, que dieron la impresión de ser siglos. Le costaba.
Se veía a leguas, que se libraba una batalla campal en su interior.
- …Ya han pasado muchos años.
Y no es bueno, reprimir esos hechos, los cuales son muy nefastos y sucios para mi, y pienso que sacándolos de lo mas profundo de mi propio ser…Me sentiré  libre.
En fin, debo sacar    -o por lo menos, lo intentaré-   eso debe ser positivo.   
Diciendo esto, miró a su oyente que en ningún momento hizo el menor atisbo siquiera de moverse, como comprendiendo que debía permearse a la voluntad de esa bella mujer.
- En vida de mi madre y de mi padre, pues ellos me acogieron en su seno, después de mi fracaso matrimonial.
Fueron doce años de feliz matrimonio…Hasta que fui testigo de que ese señor me era infiel.
…Lo encontré con la mujer de servicio.
Y yo le dije: ¿Cómo te atreves a hacerlo con la mujer que es nuestra sirvienta?
¿Con la misma que yo después trato como si fuese mi mano derecha…?
¿Y en mi propia casa…?
¿Qué clase de engendro deforme eres…?
¿A quién se le ocurre semejante porquería?  
Guardó silencio.
Sus dos manos cubrieron totalmente su rostro el cual ya se encontraba lleno de sus propias lágrimas.
El ser testigo de esa monstruosidad… ¡Me mató!
Fue un hecho demasiado bestial.
Caí en estados de histerismos. Creí volverme loca.
Vivía en mi propia burbuja de “amor y felicidad” y siempre buscando lo mejor para mi “esposo”
Pero la realidad, destrozó ese mundo hermoso, esa vivencia tan bella y espectacular.
Fueron doce años de engaños. Doce años.
De maniobras que hacía a mis espaldas.
Después me fui enterando de  muchas cosas mas  y toda clase de marramuncias que hacía  ese hombre.
De todas las trampas que estaba acostumbrado a hacerme.
…Y yo inocente…Nunca sospeché nada. En verdad.
De todos sus negocios turbios.
De todo ese bagaje de excremento en que me enlodó. Me ensució.
Destrozó esa personalidad de mujer enamorada y que confiaba ciegamente en todo cuanto él me alegaba.
Todas mis esperanzas cayeron. Mi mundo de “cuentos de hadas” desapareció como por “arte de magia”
Recuerdo en cierta noche, que estábamos durmiendo los dos, en nuestro cuarto y    ¡de repente! 
Cayó sobre nuestra cama cantidades inmensas de arena. ¡De tierra! ¡De lodo!
¡Eso es inaudito! ¡Nunca visto por mí!
Mi cara, mis brazos y todo mi cuerpo se encontraba contagiado con todo eso…
¿Cuándo en mi vida me habían sometido a semejante escarnio?
¡Y no había nadie mas, solo él y yo!
¿Entonces, quién nos tiró esa arena encima…?
Nos asustamos.
Yo estaba temblando.
No entendía nada y era primera vez en mi vida, que eso me pasaba.
Asustado, él corrió y salió de la habitación, para ver quién era. Y por supuesto, no consiguió a nadie.
Y ahora que me recuerdo, esa tierra era hedionda.
Imagínate…Estábamos empapados en esa tierra.
Nos costó desnudar la cama y recoger toda esa porquería. ¿Pero quién nos la había lanzado…?
No lo supe…Y le pregunté…
- ¿Y qué es “eso”? ¡Pues claro que él si sabía que era arena sucia!, pero ¿cómo llegó a nuestra cama?
Y recuerdo que él estaba muy nervioso y me dijo…
- No te preocupes mi amor…A lo mejor es tierra que se soltó de la placa…
- ¿De la placa, o sea de la platabanda…? – Y alcé mi mirada al techo…Nada. Todo se veía normal.
El techo tenía su friso pintado de blanco. Todo se veía normal.
- No creo que sea del techo.
Y la ventana está cerrada, al igual que la puerta.
…Y me dijo, meditando en voz alta…
- …Esto me huele a brujería… - Y yo me le quedé mirando sin comprender…
- ¿Brujería…? ¿Brujería y qué es eso…?
- Seguramente hay “alguien” aquí que no quiere ya nuestra presencia en esta casa…
- ¿…Pero después de tantos años…? – No me respondió.
Buscó la pala y una escoba y comenzó a recoger toda esa porquería.
Había revuelto además de arena…
Mucho excremento y estaba húmeda.
Y su olor era repugnante.
Corrí a bañarme. Me restregué varias veces.
Y ese mal  olor, lo tenía pegado en mi cuerpo.
Menos mal, que gran parte cayó en mi sabana, la cual cubría gran parte de mi cuerpo…Menos mi cara y mis brazos.
Cuando salí me eché perfume y mas perfume, pero ese olor era como de zorrillo.
Demás   está decirte, que esa noche no pudimos dormir.
- …Y si es brujería, tal como me estás diciendo, me pregunto: ¿A qué viene esto ahora, después de tantos años de estar habitando esta casa…? – Y él ni corto ni perezoso me dijo…
- Debe ser que alguien mas se ha “enamorado” de esta casa y nos quieren desalojar…
Porque ¿De qué otra cosa…A qué viene este ataque? – Yo me le quedé mirando y en ese entonces, me pareció razonable.
Y me quedé tranquila.
…Era pendeja y le creía todo cuanto me decía.
Y me dijo con mucha vehemencia…
- Mañana mismo iré a visitar a una bruja.
¡Ella me ha de decir la verdad de todo esto! – Me dijo muy serio. Y yo le creí.
En esa época, yo vivía en una burbuja. ¡Estúpida!
Creía ciegamente en todo lo que él me decía: ¿No era mi esposo? El padre de mis dos hijos.
¿Cómo podía poner en dudas sus palabras?
Al día siguiente, llegó en la tarde de lo mas contento y yo, le pregunté…
- ¿Fuiste a la bruja?
- ¡Ah sí! Y cómo te había dicho…Hay personas malas que nos rodean y nos quieren separar.
No toleran ver que nuestro matrimonio es feliz y que nos amamos con locura.
Y como siempre: ¡Le creí!
El caso es que después de eso se suscitaron muchos episodios oscuros y misteriosos en esa casa.
Y hasta llegué a pensar que en verdad, nos querían separar. ¡Y me aferré con mas fuerza a él!
…Un poco tiempo después…Fue cuando sin querer me levanté para ir al sanitario y noté que él no se encontraba en la cama.
Y eso me extrañó muchísimo.
Pensé: Debe estar en la cocina tomando agua.
O a lo mejor fue a la sala a leer o a ver la televisión, pensé: Seguramente que como no puede dormir, se levantó a hurtadillas para no despertarme.
Así que me desplacé por todas esas partes.
La casa seguía a oscuras. ¡Nada!
No lo podía conseguir.
Me asomé al garaje…Y allí seguía el carro.
- Debe estar cerca… - Y seguí en mi búsqueda.
¡Jamás se me atravesó el cuarto del servicio!
¡Esa muchacha debe estar dormida!
Me decía yo y no voy a despertarla para buscar a mi esposo.
Fui hasta el porche…Con la esperanza de encontrármelo allí. ¡Y nada!
Solamente me quedaba el patio, pero el cuarto de la mucama daba con la parte trasera de la casa…
Y allí me dirigí. Y en la medida en que me acercaba…Escuchaba extraños sonidos, que me indicaban que algo estaba pasando allí.
Apresuré mi paso y abrí la puerta y encendí la luz…
¡Allí estaban los dos!
Mira el corazón me pareció que se me detuvo y se me partió en dos. El mundo se me derrumbó.
¿Encontrar a mi propio esposo, el padre de mis hijos, con “la sirvienta”?
…Yo caí desmayada.
Cuando volví en mi, me encontraba en mi propia cama y él a mi lado, apuradito y angustiado.
Y me repetía una y otra vez, que lo que había visto no era cierto y que eso formaba parte de la brujería que nos habían echado.
Yo no pude responderle. Me encontraba destrozada.
¿Cómo tiene el guáramo suficiente para decirme que eso que vi, no fue cierto?
Me agarraba, me besaba, me abrazaba.
Yo lo rechazaba una y otra vez.
No le dije nada mas.
Pero él entendió que ya todo se había acabado.
Me juró. Lloró. Me prometió.
Me dijo que si yo me iba: ¡Él se mataría de un tiro y que esa sangre caería sobre mi conciencia!
No lo escuché. Tampoco discutí con él.
Juró por su propia madre viva, que eso ya se había acabado.
Hizo como todos los animales, para que yo le hiciese caso.
Pero ya mi decisión estaba tomada.
Llamé a mi padre y a mi madre y les conté vía telefónica.
A pesar de que vivíamos muy lejos.
Al día siguiente llegaron: mi madre, mis hermanos y mi primo.
Ya todo lo tenía recogido. La ropa de mis hijos, sus juguetes y mi ropa. ¡Nada mas!
Mi ex esposo se opuso a que me llevaran y mis hermanos y mi primo, lo amenazaron:
- ¡Si sigues en tu cómica! Nos vas a obligar a utilizar la pistola… ¡Y van a haber muertos!
Mejor te apartas y deja que nos vayamos.
Los abogados se entenderán después.
Y  luego de tantas discusiones, me sacaron a mis hijos y a mi de esa casa.
El viaje duró varias horas. Pero yo me encontraba en shock. Al llegar a casa de mis padres, mi papa me esperaba con un médico y de inmediato comenzaron con el tratamiento médico.
Psicólogos y psiquiatras me trataban.
Me hicieron  cura de sueños.
Mi cerebro, borró varios meses de sufrimiento.
Yo dejé de comer. Me alimentaron vía suero.
No podía dormir. No conseguía paz a mi espíritu.
Para mí, mi vida estaba llegando a su fin.
Pasaron varios años en que me sometieron a todo tipo de tratamiento médico.
Me sostuve por esas dos criaturas, que eran muy niñitos todavía. Por ellos es que me sostuve.
Fueron años en los que mi memoria es muy débil.
Tan solo recuerdo, que yo le pedía al Espíritu Santo,
¡Señor saca de raíz este sufrimiento que me está matando!
…A los años, comenzaron a llegarme a mis oídos todas las vagabunderías que hizo ese hombre.
Y que aquella vez que nos echaron tierra en la cama, era un embrujo de una de esas mujeres con las que él se revolcaba y después llegaba a mi cama a poseerme…Ensuciándome también con esas porquerías.
“Tierra de muertos” me aseguraron, y esa barbaridad me la echaron a mi también, que ninguna culpa tenía, ni tengo tampoco de que él haya hecho lo que hizo…Y que continuó haciendo.
Y tantas…Y tantas cochinadas.
Después ya en proceso de divorcio, envenenaba a mi pobre hijo    -de apenas nueve años-    para que me vigilara y tomara la placa de los amigos que frecuentaban la casa de mis padres.
Eso fue una etapa muy espeluznante y sucia.
Nunca llegué a pensar de la clase de “hombre” que era ese señor.
Pero sin embargo, nunca envenené a mis hijos en contra de su padre.
¿Y qué culpa tienen ellos…?
¿Y qué culpa tuve yo…? – Detuvo su hablar.
Se levantó. En jugó sus lágrimas.
Miró de nuevo el Cristo Redentor y se volvió a fundir en sus pensamientos.
Pasados unos minutos, me dijo…
Mi vida no ha concluido. Después de eso, una nueva etapa de sin sabores, resquemores y desaciertos…Se han estado dando.
Desgracia mas tragedias. Pleitos y desengaños.
Cuestiones familiares. Diferencias entre nosotros.
Pero eso ya tendrá que ser en otro momento.
Mi vida no ha sido fácil.
…Por hoy está mas que suficiente, después con mas calma continuaré… - Y apareció de nuevo la majestuosidad en el sufrimiento de esa mujer, quien decidió callar.
Con seguridad, tenía muchas cosas mas que narrar, pero sus sentimientos no se lo permitieron.
Y por eso calló. Sin botar una sola lágrima.
Se levantó de esa silla en la cual se encontraba sentada y sencillamente se marchó.
Sin decir adiós, ni siquiera un “hasta pronto” y entendí que su dolor era demasiado fuerte, por esa razón preferí quedarme estático.
Ya vendrá un nuevo momento. Una nueva oportunidad y quizás…Me narre eso que prefirió callar.
A veces las mujeres se vuelven muy misteriosas y es cuando es preferible…Quedarse quietecito.  








© Bernardo Enrique López Baltodano 2015



Espero que te guste este nuevo cuento...(Y si te gusta házmelo saber)



















“El fósforo”





“El fosforo” se inclinó en dos, era muy alto, de color blanquísimo, mas bien  “Atomatado” y cuando le pegaba el sol muy fuerte…Su piel se le ponía con un rojo encendido.
Sudaba copiosamente. Y eso lo mantenía muy molesto, ya que lo que mas detestaba era verse sucio y sudoroso.
Se sacó su pañuelo del bolsillo trasero izquierdo con el mayor cuidado para no ensuciarse su ropa, que estaba muy limpia y debidamente almidonado y planchada.
Se secó el sudor que le caía al suelo. Contempló un leve charquito, era su propio sudor.
Su camisa, se le encontraba emparamada. Pegada literalmente al cuerpo.
(Y eso lo irritaba en forma superlativa.)
Trató de quitársela de su pellejo esa tela tan molestosa, ya le estaba incomodando.
Se arqueó para en un esfuerzo poder despegarse la tela de la camisa, se abrió varios botones y comenzó a pasarse ese trapo que le hacía las veces de “pañuelo” pero que ya se encontraba todo descolorido.
Sus acompañantes le susurraron que guardara silencio y que no se estuviera moviendo mucho, ya que podían ser un blanco perfectamente visible.
Suspendió la tarea de secar su cuerpo, se inclinó aún mas en la arena, colocó su rodilla izquierda, en un movimiento rápido e impreciso y lo sacó de inmediato…Algo puntiagudo lo había herido.
- ¡Ayyy mi madre! – Chilló del dolor.
De forma instantánea escuchó dos veces…
- ¡Shhhh! ¡Shhhh! – Eran sus socios.
Ni caso les hizo.
Chequeó bien…Era una tachuela.
- ¡Desgraciado! – Murmuró del dolor, pero sus acompañantes le propinaban empujones para que se mantuviera quieto.
Aguantó el dolor con estoicismo. Pero era que en verdad…Se le había clavado en su rodilla, pronto un hilillo de sangre corrió a todo vapor. Corrió y se colocó el trapo encima de su pantalón de color blanco, intentó en vano, no sentarse    -para no ensuciar “su limpio” de tan bella prenda-    pero el dolor era muy agudo, muy fuerte. Se sentó de forma inmediata.
Y comenzó a tratar de contener el corrido de su propia sangre, la cual le estaba manchando.
Juan   -uno de sus acompañantes-   se volvió a él en forma muy molesta y le increpó…
- ¿No puedes hacer mas ruido, ah…?
¿Quieres que nos descubran y nos maten como unos perros!!!!
- ¡Esa malaya tachuela! – Le gritó lo mas bajo que pudo, cuando de inmediato Freddy, lo golpeó por la espalda, diciéndole…
- ¡Shhhh! ¡Shhhh! – Pronto los tres amigos trataron de camuflarse. Estaban tratando de esconderse detrás de unos ladrillos, mas o menos de 7 u 8 filas de ellos, pero debían mantenerse camuflados, para evitar ser descubiertos.
“El fosforo”, ahogó todos sus lamentos.
Tomó con cólera la tachuela (La miró con desprecio) y la tiro con fuerzas a los ladrillos, como tratando de castigarla por el daño que le había ocasionado.
- ¡Shhhh! ¡Shhhh! – Volvió a oír. Pero ya él no estaba pendiente de mas nada, sino de su propio dolor.  El cual ya se le estaba transformando en un verdadero drama, ya que no podía controlar el flujo sanguíneo.
- ¿No ven que me estoy desangrando, ah? – Les increpó muy molesto.
Sus compañeros, desviaron su atención al objetivo y se dedicaron a auxiliarlo.
Freddy le tomó la rodilla con fuerza, con el ánimo de detenerle esa hemorragia.
Juan dividía su atención en el sangrado  y en la casa que estaban vigilando.
- Mejor nos vamos. – Resolvió una vez que se pudo comprobar a sí mismo, que en el estado en que se encontraba “el atomatado”,  y  no podían continuar así.
El color rojo era ya demasiado visible y contrastaba con lo blanco que aún le quedaba de su ropa.
Con indignación miraba todo. Nunca estuvo en sus planes haberse herido de esa forma tan estúpida. La oportunidad que era muy propicia a sus fines…Se les fue por la borda.
En silencio se tuvieron que retirar. Rápidamente,  para no ser vistos.
Iban peleando con “el fosforo”, quien por haberse pinchado esa miserable tachuela, les había quitado esa oportunidad tan valiosa que obtuvieron, pero que no pudieron tomar.
- ¿A quién se le ocurren meterse una tachuela en la rodilla, ah? ¡Al fosforo! – Murmuraba Juan, el cual ya no escondía su tremendo enojo. Y rumiaba en su cólera.
- ¿Y están creyendo que yo lo hice a propósito, ah? – Les increpó sumamente molesto. Mientras trataba de caminar cojeando y con el intenso dolor pegado.
- ¡Ya los teníamos listos! ¡Nadie nos hubiese descubierto! ¿Y nos viene a pasar esta vaina…? – Les preguntó Freddy, mientras acariciaba su revólver calibre 45, cacha blanca; el cual no lo ocultaba.
- ¡Y todo por culpa tuya! – Le amenazó Juan mientras trataba de servirle de apoyo mientras huían.
- ¿Y qué es la vaina pues…? ¿Acaso me están acusando a mí, de clavarme esa miserable tachuela? – Ya visiblemente molesto, sacó su arma y los apuntó.
Sus compinches lo que vieron fue a un compañero   -ya no blanco, sino rojo en su totalidad-   Freddy y Juan, levantaron sus manos al verse amenazados y tragaron saliva.
El atacante, se fue  rodando al suelo, ya que perdió el control que sus amigos le sostenían.
- ¡Ustedes son unos brutos! – Les acusó mientras se encogía del dolor, instintivamente corrieron en su auxilio y lograron estabilizarlo nuevamente.
Freddy volvió su cabeza y les dijo…
- Aquí no nos podemos quedar. ¡Vayámonos ya!
E inmediatamente echaron una carrera veloz, ocasionándole aún mas dolor, pero era preciso, ya que si eran descubiertos serían aniquilados por la banda enemiga.
Pero el herido no pudo contener todas las maldiciones y gritos destemplados…Pero ya a la postre estaban fuera de peligro.
Sin embargo, recorrieron unas cuadras mas para no sembrar dudas.
La rodilla y el pantalón estaban literalmente inmensos en la sangre que ya había dejado de fluir. Pero la herida seguía abierta.
Lo sentaron encima de una piedra alta y le subieron el ruedo del pantalón.
- Esto está feo. – Auscultó Juan con visible contrariedad- ¡Tan cerca que estuvimos del botín!   y este se viene a arrodillar encima precisamente de  ¡una tachuela!
¡No pudo ponerse encima de una piedra o de un hueco…!
- ¿Vas a seguir? – Le amenazó ya resuelto.
Los dos guardaron prudente silencio.
- Alguien tendrá que curarte. – Asomó Freddy al pasar unos segundos.
- Vamos donde la enfermera… - Propuso Juan.
- Pero a su casa. – Condicionó el herido- No podemos ir al hospital. ¿Están locos? – Los dos se miraron sorprendidos.
- Ciertamente.  El policía que está en Emergencia va a comenzar a hacer muchas preguntas… - Razonó Freddy.
- ¿Y en dónde guardamos el armamento? – Les preguntó con sorna el herido. Sus compinches se rascaron su cabeza, y asintieron.
Por fin decidieron ir a casa de la enfermera…Pero no podían así, como así…
Debían ir primero uno de ellos y preguntar si ella estaba en su casa, y solicitarle el favor de que lo curara.
-Para no levantar sospechas innecesarias-
A la final fue Freddy, mientras Juan se quedaba con el accidentado en espera de que llegara la ayuda necesaria.
- …Ya me comenzaba a ver…En una mansión…
¡Con carro nuevo! – Él lo contempló en medio de su dolor, pero nada le respondió.
Esperaron una media hora. Y ya estaban nerviosos en la espera, cuando se aparecieron la enfermera y el enviado.
En silencio y sin hacer mas preguntas, la profesional de la medicina hizo su curetaje, le
puso gasa y se la cerró. Y después de darle unas recomendaciones, se despidió.
Pasado unos momentos, el ya curado se inclinó y les dijo a sus compinches:
- Hoy la suerte no nos ha acompañado.
Pero en una próxima ocasión, les prometo que no volveremos a fallar.
Pronto daremos el golpe mortal contra nuestros enemigos y nuestra será la victoria.
- ¡Estuvimos a menos de medio metro de la carga! – Explotó Juan.
- ¡Estuviéramos festejando el golpe! – Reforzó Freddy sin mirarlo.
Ya no estaba tan atomatado. Su color de piel ya estaba nuevamente blanca.
Se sacó su peine de carey de uno de sus bolsillos y comenzó a peinarse con total parsimonia.
Sus acompañantes se lamentaban profusamente haber fallado en ese intento.
Y es que estuvieron a menos de un metro de las cajas de cigarrillos importados. Eran como unas veinte. Y todas se las querían robar.
- ¡Ya me veía corriendo con al menos unas diez cajas! – Agregó Freddy.
- ¿Y yo? ¡Ya me estaba viendo festejando!
¡Siendo millonario, con mansión, carro y todo nuevo! – Les agregó Juan visiblemente emocionado.
- Bueno, con lamentarnos no haremos nada mas. – Les recriminó el fosforo. – Ya vendrán tiempos mejores.
Y ya verán que dentro de muy poco tiempo…
¡Reinaré sobre las sombras!
Seré el mas grande traficante de cigarrillos finos importados. Y nosotros   -gracias a mí-   ¡dominaremos todo el mercado!
¡Ya lo verán! – Y diciéndoles esto les indicó que lo siguieran cargando por el hombro hasta su casa, ya que deseaba descansar.
Sumisos, pero rabiosos lo acompañaron.
Mentalmente sentían el olor al dulce aroma de esos cigarrillos tan caros y costosos.
- …En otra ocasión será… - Les repetía una y otra vez, convencido de que así sería.
Por lo pronto, regrésenme el armamento ya.
- ¿Ya? – Le preguntó casi suplicante Juan.
- ¿Y no nos podemos quedar con “esto”?
…Es para nuestra protección…Por favor…
- ¡No! Ustedes son locos y hasta son capaces de volver y batirse a tiros con esos mal vivientes. ¡No, denme mis armas ya! – Con el mayor fastidio posible se despojaron de sus revólveres.
- …En otra ocasión, los llamaré… - Y diciendo esto, se metió sus armas en los bolsillos y entró a su casa.
Sus acompañantes se quedaron en el frente…No sabían que actitud tomar…
La impotencia los desarmaba, unas cuantas lágrimas brotaron, se miraron, se abrazaron y juntos se fueron.








© Bernardo Enrique López Baltodano 2015





¿La verdad...? Uno nunca sabe para quién trabaja...















“La opción que asumió la señora María”





La señora María es una mujer mayor ya, abuela incluso, obesa. De andar muy pesado.
En su rostro refleja muchas arrugas.
De frente angosta.
De cabellera que le llega a sus hombros.
Esta matrona, es madre de una hija y dos varones.
Esposa de un hombre que  es “esclavo”  adicto a su trabajo, al cual se desempeña por mas de doce horas diarias, y quizás por esta misma razón ella haya tenido que asumir las riendas de su propio hogar       -que aunque teniendo hombre a la vista-   quizás él no se haya visto afectado a los problemas cotidianos con las relaciones familiares.
Toda su confianza la depositaba en ella.
Hasta su propio dinero, sus hijos, sus negocios…Todo.
También es posible que él haya asumido su posición intransferible de “ser el único proveedor familiar” y de que ella, se hubo que hacer cargo de todos los conflictos entre sus hijos.
El caso es que, ella hizo eco a las quejas de su hija, la cual    -una vez casada-   exigía que le dieran la parte de su herencia    -que por ser hija-   se creía en  pleno derecho.
El caso es que nunca tomó en cuenta que ya su hija, había tomado su decisión de unirse en matrimonio, pero quizás su hombre, como no poseía riqueza material…Pues recurrió a enguerrillar  a los suyos, en la famosa “herencia familiar”
Su hija alegaba que ella poseía los mismos derechos que sus hermanos y que ella   -su madre-    debía adherirse a ella   -en su condición de mujer-    la madre en cuestión creyó conveniente la pretensión de su hija, ya que esta le aducía que ella también tenía derecho a tener el dinero suficiente como para poder comprar su propia casa.
Tanto peleó, gritó, forcejeó…
Que finalmente la apoyó.
Y comenzó su guerra con su marido.
Lo instaba a que en vida, repartiera de una vez por todas su herencia y que la repartición beneficiara a su hija   -que estaba en minusvalía-   por estar encinta y próxima a ser madre, en pocos días.
Fue tal la guerra a la que sometió al esposo, que al ver que este no reaccionaba a sus peticiones… ¡Lo botó de su casa!
Quedándose con el negocio y poniendo al frente a su yerno, el cual ni corto,  ni perezoso, asumió.
Pronto toda la familia emergió de sus cristales individuales y cada uno asumió su cuota de responsabilidad.
Pero ya el hecho estaba consumado.
¿El viejo? A la calle. Eso si, con su ropa   -entre sucia y limpia-   pero sin nada de dinero.
La señora María aupada por su propia hija, lo echó tal si fuese un perro sarnoso.
¡Se vio a si misma como una ganadora!
Al fin, había puesto en “su puesto” a ese bruto incapaz. ¡Lo echó para siempre! ¡Qué bien!
Los ¡bravos y hurra”! que le endilgaba su hija y su yerno, la envalentonaban.
Sus hijos, se encontraban indecisos.
La paz se encontraba en desbandada.
Ninguno de los varones de esa familia, se sentían seguros allí.
Los que no estaban de acuerdo con ese golpe de estado dado por la madre y su hija…
Debían abandonar también esa casa.
El pobre hombre comenzó a deambular de un sitio a otro.
Como ánima en pena, se le comenzó a ver por esos lares.
A trabajar para poder comer.
No lograba asimilar nada. No quiso pelear, ni salir en defensa de nada.
Accedió a todo. Y callado salió.
Se vio desplazado, no por otro hombre, sino por su propia hija, quien acompañada por su marido lo consideraba un estorbo.
- …Pero: ¿Qué fue lo que pasó en realidad…? – Se preguntaba una y otra vez el defenestrado padre familiar…Pero nunca obtuvo una respuesta diferente de su “aun esposa”
- Nunca quisiste ocuparte de nuestros problemas familiares. ¡Siempre trabajando y trabajando!
¿Y mientras tanto? ¡Tu propia hija pasando calamidades!
- ¿Calamidades…? Si ella junto a su marido viven a mis costillas, él no compra nada. Y comen y beben el producto de mi trabajo.
…Pero: ¿Cuál ha sido mi falla?
Siempre te di todo el dinero, tú te encargaste de todo.
Ella decidió su propia vida, yo no la obligué a que se casara con ese hombre. Ella misma lo eligió. – Pero realmente, ella nunca quiso escucharlo.
- ¡Fallaste como Padre! ¡Nunca te interesó!
Tú única preocupación es: ¡Trabajar, trabajar y seguir trabajando!
¿Y a mí...Qué…? ¡Me dejaste la carga de todo!
Siempre te dije que la aconsejaras… ¡Pero claro: Primero tú negocio! ¿Y ella? – Lo miraba con rabia ya desatada.
Y él…Se sometió a la decisión de su compañera.
Ya no era su amiga, como tampoco su esposa…
Era su ejecutora, la cual lo estaba echando de la casa, que él mismo se mandó a construir, tanto para ellos dos, como para sus hijos.
Pero la ceguera y la vanidad de su hija, poco le importó.
Él lo supo, sus dos hijos se lo venían advirtiendo, pero nunca creyó que eso se materializaría…
- Padre, tu yerno quiere quedarse con todo…
- Tu madre no lo dejará.
- Si lo hará. Tienes que hablar con ella, sino mami cederá a sus pretensiones y de aquí nos sacará a todos.
- Tú madre de eso se encargará. Ella no permitirá que eso suceda. Ten fe, que no nos sacarán de esta casa.
- Si,  mi hermana está luchando para sacarte de allí.
- Tu madre no la dejará. 
- Es necesario que te impongas. No le des mas oportunidad, ella nos va a sacar.
- Tú madre no se lo permitirá. Es ambiciosa, pero ya verás que no se lo permitirá.  Además eso es cuestión de mujeres. No tengo nada que hablar con ella. – Y no habló, ni se impuso.
Permitió que siguiera su curso natural.
En realidad nunca llegó a creer que su propia esposa, su compañera de toda la vida, su única amiga fuera a ceder ante la pretensión de su propia hija…
Pero cedió…
Y no contenta con eso, se quedó con casa, negocio y con todo el dinero también.
La señora María, obtuvo el beneplácito de su propia hija, quien en el acto asumió las riendas del negocio y expulsó a sus hermanos, tomándose todo el dinero en cuestión.
Fueron momentos de mucha tensión, sus hermanos pusieron resistencia, pero ante la ferocidad de la hija, su progenitora la secundó.
…Los hijos uno a uno, se tuvieron que marchar.
Hoy en día, ya han transcurrido varios meses.
La hija progresó en el negocio.
Pero: ¿Progresó en verdad…?
Ante los clientes quienes notaron la ausencia  de su capitán, preguntaban por él y ellas siempre le respondían:
“Él está enfermo. Cuando se cure volverá”
“En pocos días volverá.” Y cosas por el estilo.
Pero los días fueron pasando, las semanas se transformaron en meses…Y nada que aparecía el hombre.
Poco a poco, esa inmensa clientela, acostumbrada a que los atendiera aquel hombre afable y fiel…
La calidad, la atención y los nuevos precios que ellos impusieron…No fueron del agrado de la clientela.
Se fueron distanciando. Al ver que nuevas personas se encargaban de ese negocio.
Y ellas por mas que quisieron e hicieron minimizar esa presencia…No pudieron.
Pronto se vieron solas.
A los pocos días, asistía solamente la hija, quien tenía trabajando a su esposo y a nuevo personal.
Todos la veían, siempre pendiente de su celular.
Riéndose  ruidosamente y sin atender para nada a su clientela.
¿La señora María?
Ya no se ha visto mas en el negocio.
Y viviendo en su propia casa, ha sido relevada por su propia hija, quien le ha quitado su propio dormitorio matrimonial y la “ha dejado” seguir viviendo allí, pero bajo su propia tutela.
Si trabaja come. Y sino…Pues que se vaya.
Ya esa casa cayó en tinieblas.
La hija muy feliz, ocupó los cuartos de sus hermanos introduciendo allí a quienes ella ha querido, y disponiendo de todo como tal.
Nunca se ha querido interesar por la salud de su propio padre, ni de sus hermanos deambulantes.
Ella está satisfecha. Puso a su madre a que le criara a su propia hija, bajo su supervisión.
Hoy en día ella es la que hace y deshace.
…En verdad: Nadie sabe para quién trabaja.











© Bernardo Enrique López Baltodano 2015




Estás durmiendo placidamente y ¡de repente...!


























“¡No sé lo que me pasó…!”



Sofía se despertó gritando y gesticulando, y era tanta su desesperación que pronto su marido la vio levantándose con mucha fuerza.
Él alarmado, la siguió y se le puso a su lado.
No entendía, el por qué al igual que ella, ambos dormían, cuando sin razón aparente lo despierta el escándalo que escuchó…Gritos, chillidos y hasta golpes, cuando se despertó la encontró frenética, corriendo de un sitio a otro en un ataque te locura y era aún oscuro.
No le dio tiempo a reaccionar en nada, atónito contemplaba todo y lo único que hizo fue acudir en su auxilio y abrazarla.
 Seguramente eran las cuatro o cinco de la madrugada.
Apenas se escuchaba el croar de alguna rana o el silbido del viento, que afuera movía las ramas de las matas cercanas a su residencia.
Del resto, todo seguía normal.
Veía que su esposa estaba con su cara toda distorsionada, alarmada. Y eso lo alarmó.
Instintivamente miró a todos los lados pensando que de repente alguien había entrado y la hubiese querido ahorcar, ya que le veía que con desesperación se agarraba su cuello.
Ella le apuntaba con sus manos, que algo le pasaba allí.  
Corrió hacia ella y trataba de indagar todo.
Le observó con detalle, pensando que algún bicho raro la hubiese picado.
- …Pero: ¿Qué te pasó? – Muchas veces le hizo esa misma pregunta, pero ella se encontraba en medio de un ataque de nervios y no podía responderle.
- ¿Te traigo agua? – Le preguntó con angustia. Pero ella seguía quejándose, tosía y se refugiaba en todas partes, era presa de la angustia y la desesperación.
Se encontraba aterrada.
Poco a poco fue logrando su calma, su marido la pudo sujetar y logró que se sentara.
Su conmoción emocional, se lo impedía, pero ante la insistencia, cedió.
Poco a poco fue recuperándose, hasta que a la final comenzó a llorar con desesperación…
Seguía presto a todo, con recelo chequeaba a todos los rincones, temiendo que fuesen atacados de sorpresa…No sabía con exactitud lo que había ocurrido.
Un ligero dolor de cabeza se le estaba agudizando, seguramente por la ingrata impresión de verse rodeado en semejante acción.
- Fue una pesadilla, mi amor…. – Le dijo mientras trataba de calmarla.
- ¡No fue una pesadilla!
¡Fue realidad! ¡Mírame! ¿Me ves las huellas en el cuello? – Él la detalló. En efecto lo tenía muy enrojecido, como si le hubiesen querido ahorcar con un hilo o con algo muy fino, pero quiso minimizarlo para lograr que lograra su
Paz y así poder charlar…
- ¿Lo viste? ¡Yo no estoy loca!
- Si. Si.
- ¿Ah no me crees? ¡Me quisieron ahorcar!
¿Por qué tú no me quieres creer? – Le protestó con mas angustia todavía, sin embargo él se la trajo hacia su propio cuerpo y la abrazó.
Le acariciaba su cabellera, la tranquilizaba, mientras seguía pendiente por si acaso.
- Lo importante es que no lo lograron. Serénate para que me puedas contar. – La esposa guardó silencio, y al transcurrir los minutos se fue comprobando a ella misma que ese peligro ya no existía.
- ¿Quieres tomar agua?
- Si.- Le respondió ella, pero de inmediato se fue tras él.
Abrió la nevera y fue cuando se sorprendió al verla allí, junto a él.
No le quiso decir nada y sacó un vaso y lo llenó de ese líquido que se encontraba bien frío.
- Tómatela con calma. – Le dijo mientras le llevaba él mismo el vaso a su boca, ella ingirió a sorbos, hasta que pudo tomar grandes tragos.
Fueron a la sala y él colocó un casete con música que incitaba a la paz.
Se asomó por la ventana…Todo afuera seguía normal. Su carro seguía en el mismo sitio y no vio a nadie cerca.
Esperó a que surtiera su efecto y fue cuando la abordó.
- ¿Qué fue lo que te pasó? – Ella aspiró profundamente, sabía que debía responderle, pero se llenó de mas valor. Y cuando ya se sintió fuerte, arrancó confesándole…
- ¡No sé lo que me pasó! – Le hizo señas con sus manos de que bajara su voz, ella obvió la sugerencia y continuó…
- ¡Si! ¡Si, es cierto! Yo estaba rendida y de repente siento que con algo puntiagudo   ¡me estaban presionando aquí! – Y le indicaba el mentor en su lado izquierdo.
- Y yo sentí que me lo estaba enterrando.
¡Me querían matar!
- Pero ¿No viste quién era?
- ¡No! Yo estaba dormida y me estaban haciendo mucho daño, y fue cuando me desperté. ¡Te juro que me estaban matando!
Y lo peor es que no vi a nadie. ¡Nadie mas que nosotros dos! Y  ¡te vi, y vi!   que seguías dormido.
¡Y me levanté muy angustiada!
¡Te llamé varias veces…Pero era que no me salía mi voz!
¡Porque me estaban sujetando con mucha fuerza!
¡Ay Virgen Santísima! Yo quería rezarle y pedirle a la virgencita y a Dios mismo que me ayudaran…Pero no podía. ¡Era que no podía! – Y nuevamente comenzó a gemir y a lamentarse. El marido se sintió impotente.
En sus adentros estaba segurísimo que había sido una pesadilla, pero ella no se lo aceptaba.
Pronto se dio cuenta que era mejor seguirle la corriente y eso hizo. La  trataba de calmar, pero era que en verdad, se encontraba en medio de esa conmoción emocional, en esa tragedia que al parecer, no tenía fin.
Logró que ella posara su cabeza sobre sus piernas y él comenzó a arrullarla en medio de la melodía de violines y guitarras  que ya había colocado.
Le acariciaba su cabellera, comprobaba que no sufriera fiebre, una y otra vez, le pasaba suavemente su mano por su cara, por su cuello, mientras le susurraba que todo estaba bien, y que lo que hubiese sido con toda seguridad salió huyendo.
Es indudable….Era muy hermosa esa melodía.
Miró a través de su ventana y vio que aún seguía de noche.
“La luna domina todavía. Esperemos a que salga el sol” – Se decía entre dientes, tratando de que su amada no lo escuchara.
El sueño lo seguía dominando.
Pronto se pudo comprobar que ella ya había caído dormida, intentó moverla para llevarla a la cama, pero se lo pensó mejor y esperó a que saliera el sol.
- ¡Uff gracias a Dios, que ya está dormida! – Se dijo a sí mismo, y continuó cantándole una canción de cuna y esperó…
Ya con la luz del nuevo día…
Todo volvería a renacer. Como todos los días.






                                                              

© Bernardo Enrique López Baltodano 2015


¡Y esto pasa ante nuestros propios ojos!












“En algún lado estaba…”




Recuerdo que presenciaba como una fémina de mediana edad y de porte muy decente, tomaba un helado en compañía de una niñita de escasos cuatro o a lo sumo cinco años.
Sus colitas eran abundantes y adornadas con vistosas prendas.
Su cabello era claro, así como su piel.
Se veían muy compenetradas una con la otra.
La infanta estaba muy eufórica y le pedía de toda clase de dulces y helados, su amiga la complacía en todo.
Pero lo que si me llamó la atención era que la señora le susurraba al oído…
- Nunca le comentes a nadie de que hemos estado comiéndonos estos heladitos…
- ¿Y por qué María…? – Su angelical rostro no lograba captar esa advertencia, a lo que su acompañante le dijo en voz casi inaudible…
- Ellos no nos podrán entender. Hay mucha gente mala en este mundo y es mi deber: Cuidarte. – Con delicadeza recogió una servilleta y le limpió sus labios los cuales se encontraban inmersos en helados de todos los colores, parecía un arco iris.
Pronto se los limpió y le dio un beso en su mejilla, la bebecita se la quedó mirando con cara de extrañeza y le preguntó muy seria…
- Mami no es mala. Así que podría contarle que tú me estás comprando estos heladitos que tanto me gustan. – Y de una forma casi instantánea se engulló otra cucharada mas de helado de chocolate, el cual era el que mas le apetecía.
María la observó con suma ternura y le dijo muy quedo…
- No. Tú mami es muy buena y te ama demasiado. Pero…Es mejor que sea un secretito entre tú y yo… ¿Te parece bien?
- Ok. ¿Pero me vas a dar mas heladitos?
- Claro y ¿de cuál quieres ahora? – La infanta miró la vitrina desde su asiento.
Los colores llamativos, la ilusionaban y la llenaban en sus fantasías infantiles.
- ¡Los quiero todos!
- Esta bien, Todos te los irás a comer…Pero tienes que prometerme que guardaremos el secreto. ¡Nadie debe saber de “nuestras salidas”!  En especial: Mami y papi.
- ¿Y por qué? – Le hizo su inocente pregunta mientras no encontraba decidirse entre comerse el de chocolate o el de fresa. Aunque el de color amarillo le llamaba mucho su atención. Dudó mucho por cual decidirse, y al final, hundió su cuchara en todos los sabores y fue probándolos en grupo.
- ¡Hummm son ricos todos!
- Y todos te los vas a comer. – Le dijo mientras le volvía a limpiar su boca, y ya para ese entonces su vestidito estaba ya manchado de varios colores.
- Mami se va a molestar mucho… - Razonó cuando se percató de que había manchado su propio vestidito.
- No te preocupes. Vamos a ir primero a mi casa y allí lavo tu vestido, mientras vemos alguna película o  ¡comemos mas heladitos!
- ¡Hurra! ¡Si, si eso es lo que quiero! – Festejó la chavalita en forma escandalosa.
- Shhh. Shhh. – Le dijo la señora, mientras ya le estaba pasando varias servilletas por su manchado vestido.
- Ay. Mami se va a enojar conmigo. – Se lamentó ella.
- ¿Y para qué estoy yo…? No te preocupes.
Al salir de aquí…En silencio. Iremos a mi casa.
Y allí, mientras te baño, meto tu ropita en la lavadora, y ella lava tus prendas. Y ya verás que mami,  ¡nunca se va a enterar! Pero nunca se lo podrás contar: ¡Porque es “nuestro secretito”!  – La menorcita cambió su carita de angustia por una de mucha alegría.
La señora le brindó mas helados. Y cuando ya estuvo llena y que no quería comer mas, fue pagó la cuenta y le indicó que se quedara sentadita  mientras ella iba a la caja a pagar todo.
Al finalizar, la tomó de la mano y desaparecieron del sitio.
Los asistentes pudieron ver a una madre que andaba con su hija, pero algo les llamaba la atención…
Siempre andaba nerviosa e indicándole al oído que guardara eso en secreto…
En silencio se la llevó, no a su casa, sino a otro sitio.
Al llegar le quitó toda su ropita y la dejó desnuda. Y le dio unos juguetes para que se entretuviera, mientras ella iba a lavarle la ropa.
- ¿Quieres mas heladitos? – La bebecita se tocó cándidamente la carita con uno de sus deditos y pensándole le dijo…
- ¡Si! ¡Si! – Y comenzó a bailar y a disfrutar en medio de esa sala. Le indicó que fuera a “su cuarto” y la llevó allí, le encendió el televisor y le puso películas infantiles, de reinas y príncipes…Mientras iba en busca de mas heladitos.
- Ya vengo. No te preocupes. – Fue y casi al instante apareció con una bandeja full de helados.
- Aquí los tienes. Puedes comértelos todos, si gustas. Dentro de poco, viene un amigo mío. No temas. Él es muy cariñoso. Sé atenta con él. – La pequeñita no le prestó atención alguna.
- ¿Lo harás…?
- ¡Si! - Su interés eran esos deliciosos helados.
Y no entendió eso de “sé atenta con él” – Salió de la habitación. Afuera estaba un hombre ya de edad.
- ¿Ya está lista? – Le preguntó al instante.
- Espera, que le suministré una droga suave.
Pero tienes que ser muy cuidadoso con ella.
Recuerda que apenas es una niñita.
- Está muy linda.
- Humm – Le respondió la mujer mientras abría la puerta y se cercioraba de que nadie los había seguido. Cerró la cortina a todas las ventanas. Quedaron en penumbras.
- ¿Ya puedo entrar? – Le preguntó azaroso el hombre de edad.
- Espera. No te precipites. Recuerda que ella es apenas una bebecita.
- Es una mujer. – Le dijo convencido mientras caminaba de un sitio a otro.
Se encontraba en medio de un proceso muy nervioso.
Se le notaba a leguas su disposición de entrar lo mas rápido posible…Para hacer sus cosas…
- Espera que yo entre y me cerciore de que la droga que le suministre la deje en somnolencia. – Y diciéndole esto, entre abrió la puerta y comprobó que ella seguía comiendo y viendo la película.
- Ya no aguanto mas. – La conminó ya muy molesto el hombre. Pero ella lo trató de contener.
- Aguanta. No seas tan precipitado. Aún no está  bajo los efectos de somnífero.
- ¡No! Yo te pago el doble, pero déjame entrar. – La mujer lo miró largamente y por respuesta le extendió su mano, en espera de que le pagase.
El hombre nerviosamente se metió la mano en su bolsillo y sacó un fajo de billete, que fue contando uno a uno y pasándosela a la madame.
Fue colocando varios cerros de billetes
Ella lo contaba con mucho celo.
- Falta.
- Es mas de lo que te ofrecí.
- Pero es mas chiquita. Es una joya.
De lo mas linda y estoy segura de que te va a encantar.
– Es muy linda. ¿Y los vale? – Le preguntó mientras desgranaba mas billete sobre la mesa, mientras la mujer contaba con mucha meticulosidad. ¡Hasta que quedó satisfecha!
- Ok. Ahora déjame entrar y si la veo ya bajo los efectos….Te aviso para que entres.
Y recuerda: ¡Trátala con cariño! Recuerda que apenas es una infanta.
¡No se te olvide: Sé cuidadoso y paciente con ella!
¡No así de sopetón…!
Con calma y en la medida que ella lo tolere… ¿Lo harás?
- Por supuesto. Lo prometo. Pero ya te pague ¿Me dejarás entrar ya? – Ella se levantó y volvió a abrir con lentitud la puerta, pero atrás vino el hombre que con furia loca, la echó a un lado y la sacó de la habitación.
Adentro estaba acostada ese angelito, bajo los efectos de la droga suministrada…
La puerta fue cerrada con fuerza y por dentro la cerró con llave.
…Adentro se escuchaba de repente un gemido infantil de mucho dolor…Por sobre la pista de sonido de la película infantil…
Ese sonido se fue escuchando con intensidad. Pronto fue ahogado…Ya casi dejó de escucharse…
En la sala, la mujer seguía contando todo el dinero y metiéndolo en su cartera.
Se levantó, se retocó su cabello en el espejo de la sala.
Se puso mas maquillaje.
Se echó labial rojo intenso…Se limpió los excesos…
Y salió muy contenta.
Su labor había finiquitado.













© Bernardo Enrique López Baltodano 2015