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“Las narraciones de:
Bernardo”
“No
entiendo”
Solo sé
que me encontraba trabajando, en mis labores de mecánica.
Apretando
y aflojando tuercas.
Chequeando
piezas para verificar si servían o no, para proceder a su recambio en caso de
que ya estuvieran obsoletas.
Egdo era de profesión
mecánico. No tenía un sitio fijo en donde laborar y se prestaba a hacerlo en
donde lo llevaran.
Y en esa función estaba
dedicado. Tan solo portaba su caja de herramientas. Y los que lo conocían, lo
buscaban. Era muy bien cotizado. Sus clientes ya lo conocían y sabían que con
él, serían muy bien atendidos.
De carácter, era muy solitario. Huraño.
No aceptaba ayudante
alguno. Siempre solo.
No tenía horario, ni
fecha en el calendario.
En muchas ocasiones lo
buscaban hasta en la noche y lo único que necesitaba era luz artificial para
poder ver todo lo que hacía.
Y por esa condición suya,
se perdía por tiempo indefinido.
En cierta ocasión lo
buscaron para trabajar debajo de un carro y en un sitio inhóspito y lejano.
Para él no le era extraño.
El lugar era un taller.
En medio de una zona
boscosa.
Él se encontraba debajo
de un vehículo enorme, fajado en su función. Sus herramientas las mantenía muy
cerca, a menos de un metro.
De forma tal, que cuando
las requería…Estaban a mano. Estaba concentrado y no se percató de nada cuanto
acontecía cuando entró una banda de forajidos, quiénes sometieron a todos los
que allí laboraron y como hubo resistencia, comenzaron a eliminar físicamente a
todos los que encontraran.
El buen hombre, estaba
ajeno a todo.
Ni se percataba de lo que
estaba aconteciendo a su alrededor.
Uno a uno fueron
masacrando a todos los que fueron encontrando. Y a los pocos que quedaban con
vida, los interrogaban para saber quién mas podría estar allí.
(El único que lo conocía,
ya lo habían liquidado.)
Y en la confusión, pues
nadie reparó en él.
…Pero en algún momento,
el ya citado, algo escuchó que lo hizo caer en cuenta de que las cosas no
estaban funcionando como él lo suponía. Dejó de hacer lo que estaba haciendo y
prestó atención. Logró distinguir esos sonidos tan ensordecedores y los
identificó como: Balazos. ¿Balazos? Se preguntaba así mismo.
Se dio cuenta de que su
vida corría peligro.
Sigiloso, fue juntando
sus escasas pertenencias y se fue agazapando, lo mas que pudo.
No se atrevía ni a
respirar. Se desplazaba con ese sigilo, propio de los cazadores. Y aguardó.
Como pudo, trataba de
identificar a alguien…
Pero a los sujetos que
vio, no reconoció a ninguno. Los vio muy amenazadores, portando armas de fuego
y con indumentaria que a simple vista supo que allí no laboraban. Vio a varios.
Cada uno mas fiero que el
otro. Y temió.
Eran escasos los momentos
que había sentido terror. Y ese, era el primero de ellos.
Su sangre la sentía
helada y estática.
Instintivamente trataba
de permutarse a su medio ambiente.
¡Gracias a Dios! Que él
se encontraba debajo de ese carro. Y que nadie se le había ocurrido agacharse
para verlo.
¡Esa era una
bendición! …Pero era cuestión de tiempo.
Ellos no querían dejar ningún sobreviviente…Y estaba consciente de ello.
Ya había transcurrido un
tiempo en el que no percibía movimiento alguno. Tan solo el aire que se
desplazaba con libertad.
Chequeó muy bien. Y
cuando se percató de que no había nadie cercano…Se deslizó arrastrándose por el
suelo…Hasta que llegó como a unos ocho metros a una zona en donde se erguían
árboles y vegetación espesa.
Una vez que hubo llegado
allí.
Se fue levantando,
mientras seguía en su huida.
Corrió y se internó lo
mas lejos posible.
Encontró un árbol de
mangos y se trepó.
Llegó hasta lo mas alto
que pudo. Y se permutó.
Las hojas y el follaje en
su conjunto, lo permeó.
Desde esa distancia pudo
distinguir mejor todo lo que en ese sitio, seguía ocurriendo.
Y vio que era casi una
docena de tipos.
Buscaban con insistencia
a alguien que quedase con vida, mientras removían todos los cadáveres y
limpiaban el sector.
Sabía con certeza que a
él, específicamente no lo andaban buscando.
Temió por el amigo que lo
había contratado.
Y con terror sabía que si
lo interrogaban, con toda seguridad que lo hubiese vendido.
…Pero cuando pudo
identificarlo…Por la ropa que cargaba puesta…Se dio cuenta que ya lo habían
eliminado y que lo arrastraban para luego arrojarlo en una fosa común.
Lo habían eliminado. Y
con toda seguridad ya nadie podía reconocerlo, por lo que un halito de alegría
se posesionó de él. Pero era consciente de que su vida -como tal- seguía pendiente de mucho peligro. Nadie
podía verlo.
Ni relacionarlo con ese
sitio.
Pasaron las horas y
pronto fue oscureciendo.
Ya habían echado la
última palada de tierra y la tierra aplanada.
No quedaba evidencia de
la masacre.
Todos se habían marchado.
En apariencia. Pero él
desconfiaba.
…Sospechaba que los
asesinos volverían.
Como suele suceder, los
que masacran retornan al lugar de los hechos.
Lo intuía. Su problema
era saber en qué momento preciso. Y por eso no se confió.
Agarró varios mangos y
los guardó.
Fue comiendo uno a uno.
Pasaron varios días. Ya
todo había vuelto a su normalidad. Decidió recoger unos veinte mangos y los guardó. Comenzó a descender lo mas cauto
posible. Llegó al suelo y ya había decidido su ruta de escape. Se dirigió al
oeste.
Lo mas que pudo.
Se guarecía en la
espesura.
Se conformó con comerse
una fruta por día.
Dormía entre las ramas.
Consiguió un rio. Se
bañó. Lavó como pudo su ropa. La tendió y esperó a que se le secara.
Se la puso. No quiso
botar ninguna de las semillas, porque temía dejar evidencia.
Las cargaba encima.
Caminó siempre en el
mayor de los silencios.
Siempre evitando delatar
su presencia.
Y se alejó todo lo que
pudo.
Un día, se decidió a
contar las semillas, sabiendo que si se consumía una por día…Entonces tendría
una precisión mas clara del tiempo transcurrido.
Cargaba encima: Veinte.
Luego serían igual número de días.
Pensó que podría aparecer
en un sitio y enterarse de qué estaría pasando a su alrededor. Y eso hizo.
Con total desconfianza,
se fue aclimatando de nuevo a su medio ambiente.
Pocos habían notado su
ausencia. Nadie lo había relacionado con el suceso -como tal-
es mas hasta llegó a temer, ¡qué nadie se había enterado de esa matanza…?
Pero aun así, él tampoco
se daría por enterado.
Pronto su vida volvió a
ser “normal” y como todos ya lo conocían…Él aparecía y desaparecía sin que
nadie lo notase. ¡Todos lo sabían!
No se preocupó por
justificarse. “Su defecto” era su mejor disfraz. Calló. Se enclaustró mas.
Se ensimismó mas en sí
mismo. Era su vía de escape.
© Bernardo Enrique López Baltodano 2016
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