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“Corto en relatos”
“Su odio es implacable…”
Su
sangre arde como el magma, y en su paso
dantesco todo lo destruye…
Su
furia es infinita.
Me miraba
con esa mirada suya…Inyectada en sangre. Su bilis ardiente brotaba en medio de sus
vapores incandescentes.
Sus
labios le temblaban de la cólera que sentía en mi contra.
Era de
noche…
- ¡Eres
una basura! ¡No sirves para nada! ¡Maldigo tu nombre y todo lo que te
represente! ¡Te odio! ¡Te odio! – Calló por instantes.
Ya no me
miraba, pues se tapaba sus ojos con sus manos.
- Ojalá
te mueras como un perro sarnoso. – En voz baja, pero muy audible, maldecía y me
lanzaba todo tipo de improperios.
Se notaba
a leguas toda su predisposición en mi contra. (Confieso que en ese preciso
momento me inundó el temor -no por mí-
sino por lo que le pudiera pasar a ella.)
Intenté
responderle, pero sé a ciencia cierta que cuando se enfrasca en sus
monosílabos, ya no escucha.
¡Y yo
ansiaba gritarle! y devolverle uno a uno
todos sus improperios. Pero me callé. Supe que no era mi momento.
Mentalmente lamenté mi estancia en esa su casa. Ya estaba mas que
prevenido. Tenía todas las de perder. Y si se desmayaba o le pasaba algo, por
causa de ese estado desquiciado en que se encontraba…Con toda seguridad su
familia, me echaría la culpa. Comprendí en la enorme desventaja en que me
encontraba. Y lamenté amargamente el que estuviésemos a solas. Hubiera sido
preferible que alguien mas estuviese allí. (Aunque sea de su propia familia, sé
que van a demarcarse por ella. Pero al menos, sería un testigo que en caso
agravante, me podría servir de soporte: En que en ningún momento la toqué. En
que jamás intenté enfrentármele pero en
ese traumático estado en que se
encontraba sumido…No pude hacer nada mas.)
En
silencio tuve que quedarme, aunque a mis adentros ardía en deseos locos de
ripostarle cada una de sus descalificaciones. Me mordí la lengua en todas las ocasiones.
Aunque no era mí pensar. Pero era preciso hacerlo…Y lo hice. Guardé toda la
compostura necesaria.
Hasta me
alejé de su presencia.
…Pero
escuchaba sus resabios…Sus ecos herían mis entrañas.
- ¡Ahora
sé porque le va mal! Y a él, tiene que castigarlo Dios. ¡Dios ¿por qué no le
das su merecido…?! ¿Acaso no ves que quiere matarme…?
¡Él puede
eliminarme! ¡…Y no tengo a nadie que me
defienda!
Por eso
es que le va mal. ¡Porque es un demonio! ¡Maldito, maldito un millón de veces!
¡Nunca va a levantar cabeza! ¡Jamás, pues va a morir como un perro sarnoso!
¡Nadie lo va a querer, por todo lo que me está haciendo! – Intenté salir de su
casa. Pero temí que algo le fuera a ocurrir…Y ya sabía a quién iban a liquidar.
Y fue cuando entonces comencé a rezar. Me encerré en mí mismo. No quise
escucharle ni una mas de sus premoniciones. Hasta intenté tomar mi Biblia
personal y comenzar a leer alguna página ¡cualquiera! Algo que me tranquilizara
y me apartara de ese infierno en que se está convirtiendo mi vida últimamente.
…Cuanta
tristeza me da en el momento y la situación en que me estoy enfrentando. Y lo
peor: ¡Ya ni me recuerdo el porqué de esta discusión!
Hay
momentos en que los matrimonios se convierten en un suplicio.
Que por
cualquier cosa se desatan las mas viles y bajas pasiones.
Debo
aguardar a que pase este vendaval. Mañana, ya veremos.
¿Y lo
peor…? Es que no tengo el dinero suficiente como para pagar una mudanza y
largarme de allí. Me encuentro sin trabajo. Sin dinero.
No tengo
a dónde ir. ¡Cómo me pesan mis cosas! Me gustaría escaparme con lo que tengo
puesto… Muchas cosas tengo, mis libros, mis ropas, mis recuerdos de mis
familiares ya muertos…Cosas y cosas.
¿Por qué
me habré llenado de tantas cosas…? …He
arado en sitio hosco y hoy en día…Siento su ferocidad.
¡Pero me
amenaza que todo me lo tengo que llevar ya, porque si no…Lo quema o lo
regala! …Qué dilema el mío.
Pero debo
procurarlo. Es vital hacerlo. Tampoco me puedo largar sin su conocimiento, pues
puede acusarme de que alguna cosa le he robado.
O le he
sustraído. ¡O qué sé yo que barbaridad pueda achacarme!
Qué
dilema en el que me encuentro sumido. O salgo…O salgo…
¡Debo
salir lo mas pronto que me sea posible!
© Bernardo Enrique López Baltodano 2016
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