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“¿Y para qué seguir viviendo…?”
Cuando el mucho
vivir, trae este tipo de vicisitudes
y te hace pensar…Meditar
y hasta dudar
Porque; ¿para qué tanto
vivir…?
Si luego te toca
dormir…
Prolongada esa
tarde en la que el bullicio de los transeúntes, aunado al sonido de diversas
bocinas amparadas en esas colas interminables en donde muchos choferes de
carros, autobuses y los diversos automotores; se degradan a bestias
insensibles en procura de sangre a costa
de los pobres peatones que ‘abusan’ al pasar frente a sus potentes máquinas.
¡Qué desfallatez!
Caminaba en medio
de ese caos tan cotidiano que nos hace ver normal, la forma como se abusa del
mas débil -y en este caso son los
ancianos, las mujeres embarazadas y los niños-
que osen atravesar la calle sin el consentimiento y la aprobación de
esos benditos seres que dejan su ‘humanidad’ por la premura.
Veo a una
ancianita que por su edad tan avanzada, se le hacía muy difícil atravesar esa
avenida.
(Y es que en esos
momentos y contemplando lo que veo; es cuando pienso ¿Vale la pena vivir tanto…?)
Ante ella transcurrían
a velocidades exorbitantes.
¡Zúas! ¡Zúas!
Corren como ánima ¡que lleva el diablo!
¿Es que un
segundo es tan importante?
Que son capaces
de llevarse por delante; ¡todo lo que se les atraviese?
Plagando con su
furor un ruido ensordecedor. Contaminando con smog y toda clase de partículas…
La ciudadana en
cuestión, portaba un palo que le servía de bastón, con unos lentes tan enormes
que ¡por allá a lo lejos se les
divisaban sus pupilas! Delgadita.
De apariencia muy
frágil…Si hasta parecería que se iba a doblar en tres o en cuatros…O que el
viento la elevara tal fuese un papagayo; en cualquier momento.
¡Qué angustiosa
fragilidad!
Y casi en el acto
me doy cuenta de una joven que al ver en el dilema en que se debatía esa noble
dama antañona corrió en procura de ayudarla en lo que pudiera.
Y ya cerca,
escucho a la ancianita, cuya voz parece
un suspiro escapado en lontananza…Con esa vocecita que parecía que se le iba a
reventar.
- …Ay hija…Muchas
gracias. No debiste molestarte por venir a ayudar a una vieja que ya nadie
soporta. – Una hondonada de polvo se dispersó obstaculizándome el poder
escucharla mejor. La viejita tosió con mucha premura, mientras la jovencita
trataba de protegerla a toda costa.
(Era que pasó un
camión, cuyo motor al acelerar con fuerza, soltó una llamarada de humo negro
que se mezcló con el polvo del camino…Y su resultado fue: ¡nefasto!)
- No se preocupe
doñita. – Le dijo la buena muchacha.
- ¿Va a atravesar
la avenida…?
- Es que no me
dejan. – Se quejó amargamente.
- Llevo ya rato y
cuando lo intento… ¡Viene un carro a alta velocidad y me pita; para que no lo
moleste!
…Ellos son los
dueños y señores de las carreteras…
¿Y qué puedo
hacer…? – Se refería a que hay muchos conductores que se molestan por verse obligados
a detener sus máquinas, para que pase un anciano.
¡No quieren
perder ni siquiera unos segundos en esto!
- Ya vamos a
intentarlo de nuevo.
- Será para que
me maten. A los viejitos como yo, ¡nos quieren matar esos desgraciados! – Le
aseguró muy segura de lo que le hablaba. La chica volteó a ver si se podía en
ese momento.
Pero estos
pasaban en estampida.
Levantó su mano y
pidió la colaboración; ¡pero los tipos se hacían los ciegos y aceleraban
violentamente!
- ¿Viste? ¡Son
unos asesinos! – Le recriminó molesta. – Ya tengo mucho rato y no me dejan
pasar. – Concluyó con pesimismo.
Pasaron varios
minutos y el flujo vehicular iba en crecimiento.
- Esperemos un
rato mas. – Le aconsejó mientras le tomaba su mano en un vano esfuerzo para que
esta no se le soltara y emprendiera ella misma ese cruce tan mortal.
Aprovechó un
pequeño descenso y en un minúsculo instante se dibujó un espacio claro, que le
indicaba que corriendo ambas quizás podrían transitar sin el mayor peligro;
pero la centenaria señora daba muestras de no poder hacerlo.
¡Tremendo dilema
se le estaba enfrentando!
Quería
ayudarla…Pero ¿Cómo?
Corría el riesgo
de que un conductor loco se las llevara por delante.
A la final, se
unieron varios de los presentes y se ofrecieron a ayudar en tan complicado
plan.
Uno a uno, se
fueron desplegando.
(¡Qué hermoso el
poder presenciar a unos ciudadanos que se unen para un bien común! …No es muy frecuente; ¡pero cuando se
esmeran…! Logran efectos mágicos y efectivos.
–Claro cuando les da “la gana”-)
Lentamente
lograron con el concurso de todos, amansar a esa extraña bestia que clamaba por
sangre.
Algunos se
pararon -no porque quisieran- sino porque se vieron impedidos en poder
avanzar en su recorrido.
¡Hasta que al
fin! Movieron a la ya mortificada ancianita.
Todos siguieron
con impaciencia el transitar tan lento y dificultoso de esa tan antigua señora.
Era muy
gratificante el ser testigo de esto.
Quien creyendo
que lo hacía a gran velocidad…Pero es que le costaba mucho mover cada una de
sus marchitas piernas, mientras su ya desgastado cuerpo sufría los rigores de
tan apresurado andar.
Pasado unos
minutos, los que habían parado el tránsito vehicular, -al ver que ya lo había pasado la viejecilla- retornaron a sus diversas funciones y
despejaron la vía para que los dichosos choferes pudieran reanudar su faena.
- ¡Ay hija Dios
te lo pague! – Le bendijo la vieja tratando de ponerle la mejor de su cara.
De repente se
percató de un hermoso collar que portaba la joven en cuestión y sin perder un
solo instante, le preguntó…
- ¿Y esa joya tan
preciosa…Es tuya…? – Ruborizándose le respondió…
- …Un recuerdito
de mi Santa Madre…
- ¿Y cuánto le
costó…?
- ¡Mucho! Fue un
regalo de su madre; y ella me lo heredó…
- ¡Pero debe
costar una fortuna! – Y diciéndole esto, le arrancó la prenda del cuello de la
chica…Ante la mirada atónita. Quién se llevó sus manos, pero ya no estaba allí.
La anciana la
tenía en sus manos y de repente…
Miró a un lado y
luego a otro y le dijo muy ofendida…
- ¡Me las has
robado! ¡Ladrona! ¡Asesina!
¡Auxilio esta
mujer me quiere robar. ¡Policía!
¿Y por qué me
trajiste por esta calle…? – La buena moza la miró extrañada y le respondió…
- Regréseme mi
collar que para mí vale demasiado. Por favor.
Doñita, lo único
que he hecho es ayudarla a atravesar la avenida…
- ¡No chica, no!
¡Me estás llevando para otra parte! – Y mirando sin reconocer a nadie, ni a
nada…
- ¡Esta me quiere
secuestrar! ¡Auxilio! ¡Socorro!
¡Esta loca me
quiere robar mi collar! – Y comenzó a formar un berrinche ¡de Padre y Señor
Mío! – Ante este cambio súbito yo mismo acudí cerca de la asustada moza.
Estaba anonadado.
No entendía nada.
Pero el caso es
que aquella imagen ‘endeble y frágil’ se transformó en una persona iracunda. Un
demonio en acción.
Que chillaba como
una desaforada. ¡Qué fuerza!
¡Qué resolución!
Con una voz tan
ronca…Que se escuchaba a varias cuadras
Temiendo por la
seguridad de la afligida señorita le sugerí…
- Mejor te vas.
Al parecer se equivocó de calle y te está culpando de todo.
- ¡Qué me
devuelva mi joya, que es un regalo familiar!
Por favor… ¡Pero
si yo lo único que quise fue ayudarla!
¿Por qué me trata
así…? – Pero ya la vieja lanzaba gritos como una loca, llamando la atención de
todos los presentes y no se cansaba de culpar de todos sus males a la ingrata
chica, y esta cayó en un nerviosismo loco…
Y ya muy
asustada, arrancó a correr en dirección contraria, mientras la anciana pegaba
berridos como una recién nacida.
Al instante se
detuvo una patrulla y la vieja poseída por un espíritu quisquilloso nos acusaba
a todos porque pretendíamos secuestrarla…Pero mas se ensañó con la pobrecita
que ya iba como a unos sesenta metros y la señalaba con mucha insistencia. Sus
ojos le brotaban.
Ya no era la
“pobrecita viejecilla, desamparada, sola y triste”
¡Qué metamorfosis
tan extraña! – Pensaba mientras era espectador de ese giro tan extraño que nos
da esta vida.
Los policías
corrieron y la apresaron.
La trataron como
una vulgar maleante.
Como “una roba –
viejita” Y por mas que muchos de los presentes abogamos por la pobre…Se la
llevaron presa.
Y yo me salvé…De
casualidad. Porque pretendían llevar preso a todos los que se opusieran a que
la autoridad, ejerciera sus derechos.
Pronto se fueron.
Se les olvidó llevarse a la causante de toda esa desgracia, la cual quedó a sus
expensas…
Sola en plena
calle. ¡Qué dicotomía tan acentuada!
Y al verse
sola…Se transmutó en indefensa y desvalida ancianita que requería del auxilio
de cualquiera; solo que esta vez…La dejamos sola. A sus expensas.
Mientras
mascullaba sus maldiciones e injurias; cosa que no quise escuchar.
…Cosas de esta
vida…
© Bernardo Enrique López Baltodano 2017
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