Acompañantes...






                       Don Carmelo















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Mientras el viento en forma impetuosa recorría todos los espacios, estuviesen vacíos o no, una inmensa polvareda oscurecía todo a su alrededor. Todo un caos…A la vista.
Repentinamente todo se desarrollaba en una forma imprevista.
Y por allá a los lejos se divisaban unas patitas chiquititas, que intentaban atravesar aquellas zonas en donde lo etéreo refrescaba todo el ambiente, esas extremidades pertenecían a una pequeña manada canina, que temerosos buscaban un sitio para  poder  guarecerse.
Unos chiquillos “pata en el piso” corrían de un lado a otro, sin importarles para nada el eventual cambio climático.
Unos andaban descalzos.
Otros apenas se cubrían con ropa toda desecha y sucia.
Sus grandes mocos figuraban ostentosos en medio de unas caritas todas  terrosas…Inocencia a plena vista, en medio de tanta pobreza.
Y por allá a lo lejos, se divisa una figura muy delgada. Oscilaba.
Exenta de algún beneficio físico. Trastabillaba.
Dificultosamente trataba de mantenerse en pie.
Tercamente luchaba infructuosamente para poder avanzar en medio de tanta polvareda.
Con dificultad mantiene un sombrerito en su cabeza.
…Era un anciano, que trataba de atravesar esa porción de espacio en el cual los vientos caprichosamente se habían transformado en salvajes e indómitos…
…Mas cercano, se pudo divisar…Era don Carmelo.
-      Esto parece ser un “castigo Divino” ¿pero por qué…? – Se preguntaba inquieto, mientras miraba de un lado a otro.
Su soledad era manifiesta. Se veía muy frágil.
La tela de su camisa y de su pantalón, huían de su escuálido cuerpo.
Y repentinamente uno de los caninos, que huía de ese infernal ventarrón, se le quedó mirando y  encolerizado fue en pos de sus carnes. 
Sin razón o con ella, embistió al anciano, quién al verse atacado, intentaba con una mano mantener su sombrerito y con la otra tratar de repeler ese ataque bestial y sin sentido…
-      ¡Fuera so penco! Animal de los mil demonios…
¿Por qué me quieres morder…?  ¿A mí…Ah?
¡¿Ves carne acaso…No ves que ya estoy viejo…?!
¿Por qué me elegiste a mí…? Si me muerdes…Te puedes morir: ¡Envenenado! Animal imbécil…
¿Es que no ves que ambos estamos sometidos por este viento huracanado…? – El encolerizado animal, escuchó sus palabras y por un momento impreciso, dio la impresión de quedarse a meditar.
Y luego, mirando hacía donde iban sus congéneres…Tosió una vez, dos…Movió su colita y como si nada hubiese pasado…Se marchó en pos de sus paisanos. Cómo de lo más normal…
El viejito…Respiró profundamente.
-      …Al fin, gané una… - Reflexionó muy aliviado. Pero aun seguía sometido a la fuerza incontrolable de las fuerzas invisibles que dominan a todos los vientos.
-      Bendito Sea El Señor… - Suspiró con beneplácito aquel ser que ronda ya los   noventa años de vida…
Ubicó un poste y allá se dirigió. Pero la furiosa tempestad así se lo impedía…Y como pudo…Logró llegar.
Vio un sitio en donde se podía sentar. Y eso hizo.
El enorme peso de su ancianidad…Era público y notorio…
No bien había terminado de hacerlo, cuando de improviso…Todo volvió a la normalidad. Cero brisa.
Un vaho pegajoso se hizo sentir.
Seguido de un ronco pesar. Unos chillidos penetrantes hicieron eco, en alguna parte se suscitaba ese sonido…
Curiosamente se dibujó en los cielos…Un Arco Iris.
Luminoso y estelar. Aquel fenómeno alegró a todos los presentes.
Duró poco tiempo. Escaso en dimensión. Extenso en esplendor.
-      ¿Qué cosa tan curiosa…Pareciera que los dioses quisieran decirnos algo…? – Sentenció enigmáticamente el noble señor, que con su cabeza al aire   -pues se había quitado su sombrerito-    contemplaba todo, sin encontrarle explicación lógica alguna.
-      ¿Qué cosa será lo que nos quieren decir…?
(Digo: Sí algo nos quieren transmitir…Pienso yo.) 
…Pero no lo dicen con las palabras o con los pensamientos.
Nos la dicen enviándonos señales. Primero esa ventisca.
Y ahora esa franja tan colorida y hermosa…El Arco Iris…
¿Qué nos querrán decir…? – Infructuosamente analizaba y sopesaba cada cambio…Pero aún así, nada le decía.
Sus pensamientos no lograban descubrir aquella  incógnita.
Pesadamente se irguió. Miraba a todos lados.
Y para cuando ya se había dado cuenta…Habían transcurrido mas de media hora. Y ya se le estaba haciendo muy tarde.
…Se lamentó mucho no haber descifrado aquel misterio…Pero de lo que si estaba seguro, era que debía partir a su residencia, pues ya había transcurrido demasiado tiempo…
-      Mi vida nunca ha sido fácil. Todo me ha sido difícil… Y esta calle que está tan impredecible… - Pensaba mientras caminaba penosamente, moviéndose con mucho dolor, pues la artrosis en su rodilla derecha, le hacía muy duro su trajinar.
-      …Solo. Siempre solo… - Se lamentaba mientras el dolor le corría por todos sus huesos.
-      …Aquí me pueden matar…Y nadie se va a dar ni cuenta… -  Una mueca de intenso dolor le rasgó su rostro ya derruido por los años.
Pensaba en sus nueve hijos, pero que casi nunca veía…
Y por esas calles abandonadas…El viejo ser caminaba con su pesado andamiaje esquelético…
Y con su  dolor…
Con una ausencia siempre presente y latente…
Que eran sus únicos acompañantes.












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¡Arrepiéntanse...!



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Salí a comprar comida para mis canes, y para esto me dirigí al mercado mas cercano. Como es mi costumbre.
A pesar de que el sol se encontraba en pleno apogeo, la brisa matinal minimizaba en algo el calor reinante.
Logré encontrar algo y en vista de que no conseguí mas, procedí a dirigirme a la parada de los buses rojos (Servicio  muy importante acá en Maracaibo) y al llegar allí, me encuentro con mas o menos una docena de hombres y mujeres que estaban allí,  cuando me apersoné.
Noté que todos estaban bajo un incipiente techo, que resguardaba en algo, la inclemencia del astro rey.
Y nada mas llegar, escuché lo siguiente:
-      Porque los re-marditos choferes cobran lo que les da la gana y ¡eso no se lo debemos permitir! – Quién así se expresa es un hombrecito de escasa estatura. Flaco y grasiento.
De bigotes incipientes. Y de cabeza prominente.
Con sus gestos de: Impaciente…
(Yo desde mi posición, percibí “un tanto” de pedantería…Pero bueno, lo que está en la calle,  allí  calle queda.)
-      Cuando me subí a su carro, yo le pagué con un billete de: 2.000 bolívares (¡Pues no cargaba mas!) y me quedé esperando el cambio. Y al ver que no reaccionaba 
(Guardó el billete y siguió como si nada!)
¡Yo le reclamé!: ¡Hey, dame mi vuelto! – Y sin dignarse a mirarme, me respondió: “Hoy cuesta: 2.000 bolívares” – Y yo mirándolo con rabia, le espeté:
“¡Mira re-mardito! El pasaje cuesta: 1.200, te voy a regalar: 300, así que ¡regresame los quinientos…Sino queréis que te caiga a golpes…Y el tipo se me quedó mirando…Pero nada.
Le grité: “¡Dame mis quinientos bolos!”
-      ¿Y qué te dijo él…? – Le preguntó angustiada una vieja que casi no tenía dientes…
-      ¿Qué que me dijo…? Hurgó entre sus billetes y me devolvió mi cambio. ¿Y qué te estás creyendo…? ¿Qué me va a robar mis quinientos bolos…? ¡Estáis loca muchacha? – Los allí presentes asintieron con agrado. (Casi estuvieron presto a felicitarlo.)
En el acto, los allí presentes comenzaron a hacerle el coro necesario. Todos estaban de acuerdo. El rumor se volvió viral.
Todos presumían que era un hecho cierto.
De inmediato, escuché coros y murmullos de varios, unos aseguraban y otros negaban.
El caso es que ya habían transcurrido unos quince minutos mas.
-      Ya no aguanto mas. – Vociferaba otro que trataba de sostenerse en un bastón que lo zarandeaba de un lado a otro.
Los demás callaron para escuchar con detenimiento la queja del nuevo usuario, que resultó ser un hombre de mediana edad.
-      ¡Trescientos años ha estado descansando, cuando esos malayos vinieron a turbar la “Paz de su Sepulcro”!
¡Trescientos años…Que no son: Dos días!
¡Porque son unos marditos…Degenerados…Sucios! – Interrumpió su vocería cuando escuchó una sirena de algún carro policial.
Su rostro se le denotaba el susto, al verse descubierto.
Con un dedo, nos indicaba a todos,     -los allí presentes-    para que guardáramos silencio, pues si el gobierno se entera…
“¡Nos llevan presos a todos!” – Alegaba con visible nerviosismo.
El caso es que cuando pasó la dichosa ambulancia y al percatarse de que no era por él…Se envalentonó y comenzó a despotricar de los personeros de este gobierno…
(Pero aprovechando ese intervalo, un hombre en muletas   -ya que le faltaba una pierna-   caminaba oscilante, mientras pregonaba en un ambiente ya cansón:
“¡Arrepiéntanse que el Final de los Tiempos se aproxima…! – He de confesar que ninguno de los presentes, le prestó ni el mas mínimo gesto de atención.”)
-      “¡¿Cómo es posible que se atrevan a violar la Paz de su Sepulcro…?!” – En un momento paseó su mirada inquisidora como para averiguar quién lo escuchaba y quién no.
-      ¡Trescientos años!
Por mí parte, preferí mirar hacia la dirección por donde vendría mi transporte, cuando lo escuché de nuevo…
-      “¡Trescientos años durmiendo en su sepulcro…Y esos malayos vinieron a violarlo!” – En ese instante otro de los presentes, corrió hacia una unidad de bus, de otra línea que se estacionó cerca, y junto a otro mas, se montaron allí.
Presencié cuando uno de ellos se bajó indignado y llegó con el cuento…
-      ¿Ustedes escucharon al jetón ese…? – Yo miré, pero por supuesto que no lo vi, pues ya el bus se había marchado y varios le preguntaron el por qué y fue cuando se explayó en su explicación…
-      ¿Se acuerdan del tipo que dijo que él le había pagado con un billete de dos mil bolívares…? – Y en vista de que varios de los presentes, asistieron, él continuó…
-      ¡Pues le pagó con otro billete de dos mil! – En el acto escuché a varios que corearon consignas negativas hacía el susodicho…
-      ¡Qué barbaridad! – Vociferó una allí, mirando el bus marchar.
-      ¡Uno mas del montón! Y por eso es que estamos como estamos… - Insinuó un hombre de inmensa panza.
-      ¡Por eso es que los matan! Y tanto que despotricó  ¿y para qué? ¡para nada!  Allí fue y les pagó los dos mil que esos choferes vagabundos exigen como pasajes… - Un nuevo zaperoco se filtró.
Ninguno aducía estar de acuerdo con ese tipo de vagabunderías.
Pero uno de los presentes, gritó…
-      ¡Pero la culpa es de nosotros mismos!
-      ¡Y por qué? – Le recriminó una fémina allí presente.
-      ¡Porque nadie debe pagar mas de lo que vale el pasaje!
¿Cuánto vale…Ah? ¿1.200? ¡Pues eso es lo que hay que pagar…!
¡Ni un  céntimo mas…!
Pero somos nosotros mismos los que echamos a perder a ¡esas ratas asquerosas y mal olientes! – Varios aprobaron esta versión.
Y el hombre de las muletas, pasaba y re-pasaba, como hace el tiburón, cuando está al asecho…Y pregonando siempre lo mismo:
“¡Arrepiéntanse, que el Final cada vez está mas cerca…!” – De nuevo, al parecer, nadie escuchó su pregón…Sólo yo.
Transcurrieron otros veinte minutos mas y el sol, seguía su viaje en su imperturbable ciclo.
Al igual el clima marabino…Caliente del bueno…
Y ya fastidiados, escuchando los diferentes sonidos que se suscitan en una ciudad tan calurosa como esta…
¡Y de repente! Una unidad inmensa se detuvo y comenzó a vociferar llamando a todos los clientes, mientras gritaban:
-      “¡Apúrense que los rojos ya no van a venir! El pasaje cuesta: 2.000 bolívares! – A lo que varios le protestaron…
-      ¡El pasaje cuesta: 1. 200! – El colector dio la impresión de pensarlo mejor, lo consultó con el chofer y volvió con una nueva oferta:
-      ¡Para ustedes y aprovechando que estamos en Navidad, los llevamos por: 1. 900 bolívares! – Fue entonces cuando en manada le cayeron casi todos, mientras volviendo a los que no fuimos nos explicaron…
-      ¡ 1.900 es mejor que: 2. 000, y nos están haciendo esa oferta para que nos vayamos…! ¿No es mejor que nos vayamos ya?
¡Yo me voy! – Y corriendo se montaron mas de diez nuevos pasajeros. Perplejo…Miraba como se iban…
Y rondando en nuestra periferia…El hombre de las muletas con su ya fastidioso pregón…
“¡Arrepiéntanse que cada vez quedamos menos!”















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-      Hubo un tiempo en el que conocía cada movimiento que tú hacías. Éramos inseparables. Juntas todo el tiempo.
Época en que dependíamos una de la otra, porque tanto tú como yo misma, no podíamos tolerar vivir separadas…Mas que minutos, si acaso. ¿Te recuerdas…Verdad…?
Pero ya en este “hoy” en el que ambas nos hemos sumergidos en tantas cosas que hemos de aceptar, lo que me cuesta hacerlo…
(¡Ni te imaginas!)  No te preocupes por mí, que me la apaño, me cuesta, pero igual. ¿Qué podemos hacer…?
Debo seguir en este pedregoso camino. Pero para serte sincera, debo confesarte: ¡Qué me preocupas…Y mucho!
…No sé nada de tus pasos. No sé en qué ambiente te estás desenvolviendo. Tampoco tengo forma de verlo… - Juana hablaba lo mas serena posible. Sus ojos aunque vidriosos, no dejaban escapar una sola lágrima. (De esto se cuidaba mucho…)
-      De tus amigas, poco sé. (Mejor dicho: Nada.) Pero entiendo que piensan mucho en ti, y aunque no me acompañen, pues pienso que cada una…Hace lo que puede.
Casualmente vi a Carmela hace pocos días.
Y por su forma de mirarme en cuanto se percató de mí, entendí que piensa mucho en ti…A pesar de que ya no se puedan ver.
(Bueno, mas adelante, podrán verse con mas detenimiento.)
¡Ah sí! Eso si la noté, que se alegró mucho al verme, pero para serte sincera…Noté que la pobre aun le duele tu ausencia…
¡Pero es que ella es así! – Escuchó el trinar de unos inquietos pajarillos, y volteó hacía la dirección en que creía que andaban.
Se deleitó y señaló hacía una dirección en especifico, mientras alegremente expresaba…
-      ¿Oíste…? ¿No es hermoso ese trinar…? Es que cada vez que vengo a visitarte me deleito en tan bellas melodías.
Seguramente que ya debes estar acostumbrada a todas esas hermosísimas melodías. (Y en el acto, se dio cuenta del error cometido, se persignó y trató de cambiar de tema…)  – Movió un poco su mano derecha y colocó mejor el ramo de flor que le llevaba…
-      ¿Viste lo hermosas que son? Las traje surtidas.
Unas son del color rojo, ves la diversidad de tonos… ¡Bellas!
Mira unas son amarillas. ¡Qué divinos colores! Y son frescas.
Todavía se puede oler ese perfume tan atrayente. – Mostraba con satisfacción, mientras las esparcía de un lado a otro.
Cerca de donde se encontraba, escuchó el ruido de motores y un tumulto de personas que venían en procesión.
Vehículos muy lujosos, todos de color negro y en plateado.
Portaban encima muchas flores, detrás venían muchas personas, todas vestidas de negro.
Iban compungidas.
Escuchó lamentos y quejos por doquier.
Se entretuvo contemplando todo.
(En su mente revivió…Recuerdos tan frescos, pero sumamente dolorosos.)
Un dejo de tristeza se posó en ella, pero rápidamente trató de diseminarla…
Unas lágrimas muy furtivas, intentaban escapársele, pero ella hizo todo lo posible para retenerlas.
-      Sí hija, te prometí no volver a llorar. Pero es que me cuesta demasiado. No te preocupes. Ya no lloraré mas.
¡Te lo prometo! – Con su pañuelito, procedió a secarse sus nacientes lágrimas. Mientras trataba de minimizar todo y para que su hijita no la viera llorar mas   -pues sabía que eso la hacía sufrir mas-     como pudo se secó de nuevo su cara.
-      ¿Ves? Ya pasó. Tranquila, que me quedaré un rato mas, para seguir haciéndote compañía. – Los nuevos visitantes pasaban muy cerca de ellas.
La señora prosiguió con su labor de acomodarle mejor las flores que le traía a su hijita del alma.
El jarrón lo vació y le colocó las nuevas flores, bellas y frescas.
Pero aunque no quería, tuvo que presenciar el terrible sufrimiento de aquellas personas. Y nuevamente se le aguaron sus ojos.
En esta ocasión, trató de no hacer ningún ruido. En silencio.
Y aunque no miraba hacía esa dirección, se enteró del sitio mas aproximado a donde irían finalmente.
Pronto llegaron otras personas, a visitar a su familiar, que estaban muy próxima de donde se encontraba la buena señora.
-      Si mi amor. Te estoy escuchando con toda la atención posible.
Tú papi, está mucho mejor. Tiene un poquito de gripe, está moqueando mucho y un poquito de fiebre. Y por esa razón, no me pudo acompañar en esta ocasión. Pero en la próxima ocasión, él me prometió que viene a verte. Si hijita, él también piensa mucho en ti.
¡Cómo también tus hermanitos! Ni te creas que nos hayamos olvidado de ti. ¡No señor! En ningún instante. – Guardó silencio y dio la impresión de estar escuchando a su hija.
Con su suave apariencia, ya un poco marchita, la doña se sumió en sus pensamientos. Recordando cuando todos sus hijos estaban chicos. Cómo gozaban todos ellos. Jugaban. Peleaban entre ellos.
En ese entonces todo era felicidad. Gozo. Alegría y hasta ocurrencia de cada uno de ellos.
Pero en este hoy, ya se encontraban muy separados.
Ellos crecieron. Se enamoraron. Se casaron. Y se fueron.
Hoy en día, sus nietos le alegran su existencia. Pero…
La suave brisa mañanera, acondicionó mucho ese ambiente, muy campestre.
…Pero ya no quiso mirar mas. Intentó concentrarse en el sitio en donde radica su hija. Su mirar ya era ausente.
Y armándose del valor necesario, procedió a acomodarse, pues ya habían transcurrido un rato muy largo y se encontraba anímicamente muy agotada.
-      Bueno chiquita mía. Tengo que irme, tú sabes que tengo que cuidar a papi que se encuentra un tanto malito…Pero no te preocupes mucho. Dentro de poco tiempo, vuelvo. Mejor dicho volvemos, pues vendré    -por lo menos-   con tú papi.
No te preocupes mucho por mí. Yo mas bien, me preocupo mucho y es por ti. Por tus cosas.
Por el sitio en donde te encuentras en este momento.
…En verdad… ¿Te encuentras a gusto allí…?
…Dime…Ya viste a tú abuelita…Y  a tú abuelito…
Te recibieron alegremente. ¡Seguro que sí!
Me alegro pues siento que ya están juntitos todos ustedes…
…Pero quisiera estar contigo. No  me encuentro bien, no de salud.
Me gustaría estar contigo…Bueno. Ya sé, ya lo sé, que tú te preocupas mucho. Ya. Ya. Tranquila, que no voy a llorar.
Puedes estar tranquila. Todo bien. Ya. Ya.
¿Ves que ya me serené? Sí. Sí. Me voy. Me voy.
Dios te Bendiga cada día mas y mas. – Y salió toda llorosa.
Dejando atrás aquella existencia que desde que la tuvo, la amó hasta el delirio…
Pero el destino…
Tiene sus propias directrices…
Y todos estamos sujetos a sus designios…














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