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#CuentosdeBernardo #RelatosdeBernardo #Belbaltodano
@Belbaltodano +Bernardo Enrique López Baltodano
Cuando el niño caminaba
por entre esas dunas, iba muy tranquilo disfrutando de su caminata, pero de
repente las arenas cedieron y con ellas su cuerpo pequeño e indefenso se
deslizó a una velocidad exorbitante.
Extraño, muy inverosímil…Un
deslizamiento se produjo…Y por allí fue a dar.
A profundidades
inesperadas…Las finas arenas volvieron a tapar su falla. Dejando el
paisaje…Cómo si nada hubiese acontecido.
Y tanto fue así, que se
desapareció súbitamente de la faz de la tierra.
Pero alguien vio su
inesperada desaparición forzada, y clamó ante todos, todo cuanto había presenciado.
El pánico se desarrollo
en el acto. Ante la vista incrédula de unos cuantos. ¡No podía ser…Pero fue…!
El testigo de tan macabro
suceso gritaba y chillaba, desesperado ante tan inesperado suceso.
Llamó la atención de
todos cuantos paseaban por esos médanos, y en esta ocasión esto ocurrió en el
parque Nacional de los Médanos de la ciudad de Coro, capital del estado Falcón,
específicamente en Venezuela.
Sus padres al saber la
infausta noticia corrieron a todo lo que le daban sus ágiles piernas.
El suspenso, el temor a
todo lo que se habían enterado, los embargaba y los hicieron temer lo peor. El
padre comenzó a cavar de una forma desenfrenada.
-
¡Hijo mío! Ten fe, que nosotros te vamos a sacar de allí.
Pero ¿donde cayó mi hijo?
– Exasperado y en grado sumo abatido, pero nunca dejó de amilanarse y con sus
propias manos movía ingentes cantidades de fina arena, que se diluían entre sus
dedos temblorosos.
Los demás al verlo así,
procedieron a imitarlo.
Y de repente, ya no eran
solamente sus dos padres y hermanos, ahora eran personas anónimas que al igual
que ellos acudieron a unos momentos de esparcimiento en unión de sus
familiares.
Tres, cuatro, diez y
muchos mas se unieron a la desesperada faena de rescatar a ese niño de apenas
pocos años de vida.
-
¡Dios mío, salva a mi hijo! – Lloraba desesperada su madre,
quién se encontraba fajada, luchando por sacar de las fauces de estas
escurridizas arenas.
– Sálvalo Dios. ¡Ten
piedad de nosotros! – Gritaba fuera de sí, la madre angustiada.
Pero mientras tanto…El
chavalito descendía a una velocidad inaudita…Pero no estaba solo.
Con él ángeles infantiles
lo acompañaban.
Exhortaban Al Altísimo
por su vida.
Por su salud. Por su
integridad física.
Y lo mas importante,
hicieron que este infante nunca se sintiera solo.
De una u otra forma, le
hacían sentir que ellos estaban allí para ayudarlo. Para preservarle su vida,
su integridad y por sobre todo: Protegerlo. Qué nada malo le iba a suceder.
Y el pequeñín…Aceptó como
buena, esta acción.
Y en lo mas profundo de
su corazón, así se los hizo saber.
Muy pronto se sintió
reconfortado.
Centenares de seres se le
acercaban y le garantizaban que él no estaba sólo.
Y que ese Dios tan bueno,
tan condecesciente estaba allí.
Qué no debía sentirse
solo.
Ángeles, Querubines,
Serafines…Así se lo hacían saber.
Y por eso, este pequeño
en edad, se sintió reconfortado. Protegido. Y lejos de temer…Confiaba en ellos.
Ya sabía que El Dios
Todopoderoso acudía en su auxilio y que sus presentes autores, se le
materializaban de una u otra forma. Tangibles. Visibles.
A pesar de estar
totalmente tapiado y de haber caído a unas decenas de metros de profundidad. No
sintió calor.
Tampoco frío. Protegido y
asistido por las Huestes Celestiales.
Pero los que estaban en
la superficie. Temían.
Sospechaban ya lo peor.
Pero ante la insistencia
de ese hombre, que no cesaba en su desesperada faena…Su padre.
Les servía a todos de
acicate y de ejemplo a seguir.
Pero el tiempo era su
peor enemigo. Y a pesar de que cavaban utilizando sus propias manos como
herramientas.
Pasaban angustiosos
minutos. Y ya las horas iban en aumento.
Y ellos era poco lo que
habían avanzado.
En algún momento hicieron
su acto de presencia el cuerpo de bomberos, trayendo herramientas como palas,
picos y otros tipos de implementos.
…Pero nada conseguían.
Insistían con furiosa pasión.
No podían darse la
oportunidad de dejarse abatir.
…Pero ya eran unas horas…
¡Y nada que lo conseguían!
Ya las manos estaban
llenas de llagas.
Sangre asomaba en todos ellos.
Pero ese padre, no se
dejaba amilanar.
Poco a poco, iban
aumentando la distancia.
Cada vez mas profundo. Ya
no eran centímetros.
Ahora eran unos cuantos
metros.
Unos que allí estaban, ya
estaban perdiendo la fe.
Temían que ya ese chico,
no aguantase.
¡Nadie puede dejar de
respirar…Por tantas y tantas horas!
Se cuidaban de que sus
padres no les vieran el desaliento que ya sentían.
Trataban de darles
ánimos, pero en lo mas profundo de sus corazones…Cedían.
Ya no creían que ese
hijito de estos padres….Estuviese ya con vida. ¡Imposible!
Y debían aceptarlo.
Ya solo se afanaban por
conseguir ese cuerpecito…Muerto.
No había poder humano que
lo pudiese salvar.
¿Cómo? Si ya llevaban
horas de estar cavando y cavando…
Y nada…Ya el cráter era
muy profundo.
Pero la tenacidad de ese
hombre, que desesperadamente y haciendo caso omiso…Persistía. No cedía. No
desistía.
Fue apoteósica esa
acción. Digno ejemplo a seguir.
Pero ya la mayoría,
seguía…Con mucho desdén.
Ya no se sentían esa
imperiosidad.
Temían…Creían que lo que
podrían rescatar…Era su cuerpo, sin vida. Y eso, iba a ser un golpe funesto.
Para todos.
Y por esa sola
razón…Insistían. Continuaban allí.
El caso es que, después
de horas de infructuosa operación…
¡Al fin lograron
encontrar al niño…!
…Estaba inconsciente…
Su padre fue el primero
en llegar a su pequeño, los demás guardaron prudente distancia. Siempre
esperando lo peor.
-
¡Está vivo! ¡Mi hijo está vivo! ¡Dios Mío, Gracias! –
Gritaba fuera de sí. Y a pesar de sus manos ya destruidas…Pudo izar a su
retoño, besarlo y abrazarlo.
El infante, daba muestras
de estar bien.
En perfectas condiciones
fue rescatado.
Mientras un júbilo
inaccesible se erguía en medio de todos.
-
¡Milagro! ¡Milagro! – Gritaba una mujer en estado de éxtasis quien en medio de
todos clamaba, imploraba y daba las gracias a ese ser tan bueno y tan presente
que todos conocemos como: ¡Dios!
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