Deseo transmitirles el capitulo IV de mi nueva novela: "El Gegüense".
Me gustaría leer de ustedes sus comentarios.
¡Saludos!
IV
El Gue…se extravía.
En la medida que recobraba todo su entorno, su cólera iba
en crecimiento. Solo lo minimizaba esa terrible sensación de perdición, y esto
lo llevaba de la cólera extrema al terror enervante. Sus heridas todavía
sangraban… Asumía que ese olor putrefacto, era de su propio organismo, de su
ser que en lo más íntimo le denunciaba. Percibiéndose como una causa
extraviada, desbocada y en total y completo caos. Sus cimientos estaban
profundamente atormentados. Sus lágrimas estaban a flor de piel y aunque no
emergían, estaban allí prestas a socorrerlo. Pero el querer ser el macho
dominante, nunca se lo permitían… ¡No pueden aparecer nunca más! Me pueden ver
y entonces vociferarán en mí contra.
¡Es el pretexto para reunificarse todos esos malayos y
caerme nuevamente en mí muy adolorida humanidad!
¡Y ya no quería
sufrir más! La tremenda dicotomía en que en todo momento y circunstancia se veía
sometido. Moqueaba con furia. Sometiéndose a golpe limpio. Golpeándose con
denuedo, pero cuidándose de no ocasionar más daño del que ya le infringieron. Pendiente
de que más nadie que él mismo, lo estuviera acechando. Vigilándolo para caerle
en rapiña ante un solo momento de extrema debilidad.
Miraba con sus ojos abiertos de par en par, rugía como
una bestia herida. Casi sin pestañear, escrudiñaba todo. Impotente. Se
encontraba perdido en una existencia extraña, sin sentirse a su gusto. Esperando
a ver, qué actitud poder asumir: Rechazo o aceptación. O lo que consideraba
peor: “Sentirse nuevamente sometido y vejado” en presencia de sus subordinados.
Creía haber oído a sus secuaces, pero cuando se percató,
ya estaba solo. Y al saberse que estaba en su soledad…un frío intenso y
desgarrador, lo perturbó:
(Creí haber oído a mis “colaboradores”.
Pero por lo que estoy visualizando.
¿Me habrán abandonado nuevamente?
¿Serán capaces estos mal nacidos?
¡Si! Y ya me lo han demostrado en múltiples ocasiones.
Debo cuidarme también de ellos. Como también de mis inimaginables
“competidores”.
Parece que me nacen por generación
espontanea. No los buscos…ellos me encuentran. ¡Tengo un imán para atraerlos!
Vaya suerte.
¿A
quién se la podré transferir? Debe existir alguien muy similar a mí…
¡Pero más baboso que yo! El problema será
encontrarlo. ¡El que lo encuentre primero; es de él!
¿A quién? Si por lo menos me dieran una
pista…
¿Acaso no hay un alma más babosa que la
mía? Al parecer, es difícil. ¿Verdad?
Pero si ni siquiera los busco… ¿Cómo pueden
dar conmigo? Será por esta carita que
tengo…
Y ahora mismo, no sé qué actitud debo
asumir. ¿Me hago el bravucón? Ajá y si ¿aparecen mis torturadores? ¡Me
hacen trizas nuevamente! Y otra vez tendré que rogar por mí vida.
No. Mejor me hago el “desentendido”.
O me hago “el turista”.
¿En dónde estarán mis “tarados”? Creí haberlos escuchado. Aunque me hice el
dormido…
¡Como que me quedé rendido! ¿Y ahora, qué?
Pensándomelo así con detenimiento, creo que
si son lo suficientemente incapaces como para dejarme en el desamparo
nuevamente. ¿Pero qué raro, creí haberlos escuchado?
Tengo que jugármela nuevamente. No sé en
qué situación me pondrá nuevamente el destino. A lo mejor vuelvo a caer en manos enemigas. Debo ser muy
precavido.
Me haré el “musiú” nuevamente. Jamás me he caído con esta
estrategia. ¡Ya veremos!)
Aprovechó para asegurarse de que no había enemigos
ocultos, de esos que tantas veces le asaltan ante sus constantes descuidos. No,
no le era licito el seguir dándole oportunidades a tantos depravados e
inescrupulosos que viven al asecho, como para caer en su descuido y ¡zas! Darle
todos los zarpazos a los cuales se ha tenido que ver forzado.
Así que de la forma más tranquila y actuando como si
dominara toda la escena, se mostró más bien parco y confiado.
(Aunque siempre lanzando sus “miraditas” para allá y por
acá, por aquello de por si acaso…)
Pronto se pudo percatar de que estaba realmente
solo. Y por unos instantes se sintió muy tranquilizado. Pero al percatarse de
su soledad, nuevamente se volvió a
sentir solo y desamparado…y esto tampoco le agrada. La realidad imperante en su mundo, lo
desestabilizaba en demasía, ya que como era algo natural aparecían sus enemigos, sus eternos “torturadores”
y éstos lo arrastraban a sus “sub-mundos – aquelarres - aberrantes y desquiciados en dónde él siempre
llevaba la peor parte” en pocas palabras lo degradaban y esto en su
concepto, no debía permitírselo a nadie. Solamente él podía infringirlo, pero
¿qué lo sometan a “eso” a él mismo? ¡No! No era lo que en todo momento y desde
su infancia con todo su fervor, se había delineado que sería su próspera y fructífera
existencia.
¿Pero el por qué le volteaban su tortilla? Innovaba en todo momento. Nuevas aplicaciones.
Nuevas acciones, tratando de cortar su muy consecuente ola de derrotas y
sufrimientos estoicos. Pero ya estaba temiendo que “alguien o algo” confabula
en su contra. Cerrándose en su mundo cuasi-perfecto. Poco contacto con el mundo
de los terráqueos. Sólo. Sus voces lo asesoraban. Aunque reconociéndose ahora
que lo meditaba mejor, que ha obtenido algunas pírricas victorias. Claro está
hay que tomar muy en cuenta varios factores, siendo éstos los siguientes: En
primer lugar se han basado por algún hecho fortuito, lejos de su alcance y
dominio. Y en segundo lugar su duración ha sido muy instantánea, efímera e
insignificante. En resumen…no eran de su
total agrado. No había perfección dentro
de sus parámetros.
¿Por qué en “su mundo perfecto” entraban estos
intrusos? El porqué, nunca lo podía discernir y mucho menos explicárselo de una
manera cónsona con su existencia. En su manera de ver las cosas, no lograba
aceptar, ni mucho menos visualizar cuándo ni el cómo se le “aparecían” destrozándole
todas sus barreras de protección.
¿Cómo lo lograban? Si todos sus cercos y vallas impuestas
para impedirles que penetraran, eran inútiles e ineficaces. Y le costaba
reconocerlo. Pero las evidencias eran millonarias. Y sus resultados: ¡catastróficas!
Fracaso tras fracasos. Ya hasta estaba temiendo que perdería su guerra final, así
como batalla tras batalla lo rebasaban.
Su “mundo ideal” no podía ser eso. Y
como siempre y consecuente consigo
mismo, buscaba su punto de equilibrio, su propio fundo.
Sinceramente se sentía bien, al amparo de sus “hombres”
ya que de esta forma, estaba más que seguro de que nadie se atrevería a caerle
en “cayapa” atacando su físico, su integridad y esto no le era grato.
Buscaba siempre la compañía, pero teniendo en cuenta que
era imprescindible para él, el poder dominar, controlar e indicarle a los que
estaban a su lado, cómo y cuándo se debía ejecutar. Contando en todo momento
con su experta experticia. Siendo así, él podía explayarse y sentirse algo así,
como el “chivo que más mea en el corral”.
Pero mientras su mundo ideal, se tardaba en formar, algo
urgente tendría que hacer. Su vida nuevamente corría “esa sensación peligrosa de
inestabilidad y desasosiego”.
Y de la forma más natural y sencilla, comenzó a mirar y
remirar a todos los rincones. Sin atreverse a moverse ni a dar siquiera la
sensación de que estaba inestable.
Con total parsimonia se desplazaba, cual “Mantis
Religiosa”, ése curioso cazador que
según había leído era un depredador implacable y sumamente tenaz. Y es que cuando se enteró de sus destrezas,
procedió a recabar toda la información posible. Sentía una sensación increíble
por demostrarse a sí mismo, que podía no solamente asemejarse, sino más bien
mejorar todos sus planes de ataques. Y lo presintió, el destino lo colocaba
nuevamente en terreno de nadie. Precisamente retomando lo de la Mantis Religiosa,
se envalentonó. Por lo menos, mentalmente lo ordenaba. Pero por alguna extraña
razón, su mundo no se movía a la misma velocidad y destreza que su cerebro
ordenaba.
¡Pero! ¿El por qué de esta total desarmonía? En los
libros leídos por él, aparecía tan bien detallado. Todo muy bien desmenuzado.
No hay oportunidad de error alguno. Comprendió que en primera instancia debía
mentalizar su mundo perfecto. ¡Y eso es lo que siempre soñó! Pero en algún
sitio había una coyuntura. Un rompimiento. Un quiebre. No lo veía, tampoco lo
sentía… Pero seguramente que por algún lugar estaba, ¡hasta se estaría mofando
de él mismo! ¡Malaya, respétame! No me faltes el respeto…soy de cuidado. ¡Y ya
lo sabes!
Realmente no lo entendía, así como tal, pero algo en él,
le aseguraba que si todo se cumplía fielmente… ¡Nunca perdía ocasión de
ejecutarlo, tal como se lo indicaban! ¡De verdad!
¡Y así lo estaba realizando! Pero…aparece este desdichado
desequilibrio.
Si en su mente se originaban todas sus órdenes, por qué
se suscitaba esta anormalidad. ¿Quién en su sano juicio lo puede entender?
¡Nadie! Y de esto lo aseguraba a todo pulmón: ¡No podía haber un solo humano
que pueda lograr!
¿Y sí él mismo no lo podía…entonces quién lo puede hacer?
No. Nada de esto era bueno.
Y debía tomar pronto medidas urgentes para solventar este
impasse.
Seguramente que tendría que hacerse unos cambios. Pero
urgente. Ya no podía seguir perdiéndose más el tiempo. Reconociendo que el
tiempo es oro. Y las oportunidades también. Y lo peor es que su vida, constantemente
se veía sometida a estos escarnios. Sin raciocinio alguno. Retando en todo
momento al factor: “Suerte”.
En este preciso momento, se percataba que retornaba sin
querer, a una situación similar a la que vivió sometido al escarnio y
latrocinio de sus más acérrimos enemigos y el verse nuevamente ante esta
terrible posibilidad, lo desestabilizaba otra vez. Sinceramente esto lo
mantenía en total desequilibrio y de allí su creciente nerviosismo.
Escuchó o por lo
menos así lo creyó, y esos sonidos le estaban pareciendo conocidos. Alertó aún
más sus oídos, ufanándose en todo momento de lo agudo que era s
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