El viejo de la montaña





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Cuando me iba acercando a su casa, me cercioro que son alrededor de las seis de la tarde, y el sol comienza a decaer. La suave brisa anuncia que la reina de la oscuridad está por ejercer sus dominios.
Ya para ese entonces es cuando diviso la choza en donde días anteriores yo mismo había dejado allí al viejo de la montaña.
Voy lentamente, no porque así lo determine yo, es que el camino está sumamente resquebrajado    -asumo que las últimas lluvias, han abiertos sus surcos…Muy profundos, por cierto-     y debo estar muy previsor, ya que si caigo en alguno de sus hondonadas, los cauchos de mi carro se pueden quedar enterrados entre su lodo. Y eso no es de mi agrado.
Ya faltando algo parecido como a sesenta metros, voy divisando en una esquina entre árboles algo frondosos un techo de zinc, que por alguna causa sus reflejos me llegan con cierta intensidad.
Muy regocijado   -ya que al fin llego a su hogar-   voy lentamente acercándome. Noto que es sumamente chico. Y pienso que la vez que lo traje, me había parecido mas grande…Pero bueno.
Finalmente busco un sitio para poder aparcar, lo mas cercano a su rancho.
Me bajo y comienzo a llamarlo…
-         Viejo. Viejo. – Por repuesta escucho el suave pendular de una frondosa rama, de alguna especie…Qué no sé que será, pero en su ruido veo que se mece de lado a lado, con aquella cadencia que  hizo deleitarme en esa monotonía tan extraña pero lujuriosa.
Ya que no vi ningún tipo de vida humana, como tampoco de animales…Cerca.
Sentí una sensación de desasosiego, pues temí haberme equivocado…Y a estas alturas… ¿Por donde debía regresar…?
Mentalmente me sentí desahuciado. Molesto, pues ante tanto esfuerzo; ¡y venir a equivocarme de esta forma! 
Me embargaban sentimientos de frustración.
Fueron segundos e instantes de mucha incomodidad.
Traté de visualizar a algún vecino. A alguien que me informara mejor sobre el paradero del viejo… ¡Pero nada!
Y ya transcurrido esos momentos incómodos…Apareció una persona muy joven   -en apariencia-   que desde la entrada de esa construcción me hacía señas de que me esperara. Que ya pronto me atenderían. Y eso me tranquilizó.
Esperé a un lado de mi vehículo. Pero ya no veía a nadie.
Creí ver a un jovencito. Por un micro instante, pero ya no veía a nadie…
Y cuando me voy a cambiar de posición, se me apareció el viejo de la montaña. Debo reconocer que su presencia me turbó mucho.
¡Pues no lo había visto llegar!
Así tan de repente. No lo sentí, ni siquiera pude escuchar sus pasos.
Y juro que no lo precisé   -y eso que miraba a todos lados-   ¿Y entonces…Cómo aparecía a mi lado…? 
Me dejó anonadado. Perturbado.
-         ¿Cómo estás…? – Me dijo en medio de su rostro muy risueño.
Un enorme tabaco tapaba su boca. Su escaso bigote estaba detrás de ese denso y espeso humo.
Que le brotaba tal como si fuese una chimenea de enormes proporciones.
Me invitó a entrar. Yo no había visto la silla que me ofreció y mucho menos ese sillón tan enorme. (Estaba extrañado pues no lo había visto…) Pero allí estaban.
Ya para cuando me había sentado. Distingo la entrada, pero lo que vi fue una entrada chica. Se me asemejaba mas a la entrada a una gruta, que a una casa, una vivienda. Un sendero muy gracioso, por cierto, con piedras muy vistosas y de tamaños y formas irregular pululan dándole una apariencia muy singular.
De repente diviso a un enorme cunaguaro. ¿Cunaguaro…Tan grande…?
Perezoso se estiraba con la mayor de la placidez.
Ni siquiera se había fijado en mí. Confiado se contorneaba y se estiraba, de una forma muy mimosa. (Parecía inofensivo)
Veo un enorme y descomunal perro negro, echado a un lado. Dormitaba.
Ajeno a todo cuanto pasaba allí.
Un enorme pajarraco oscilaba de repente encaramado entre unas ramas.
(Qué me parecía grotescamente inmenso, en comparación con la endeble rama que lo sostenía.)
Me miraba y parecía informar a algo o a alguien, que no pude divisar.
Algo me dice, que hay muchos ojos pendientes de mí presencia, pero que por mas que intenté…No los pude divisar.
Siento una enorme bocanada que inundó todo mi horizonte.
Me sentí inundado con su pestilente aroma. Tosía y tosía…
Intento no morir ahogado. Asombrado intento respirar, ya que me siento abrumado. Veía penumbras borrosas. Enigmáticas.
Sombras con extrañas figuras rondaban por doquier.
Todo irreal a mí alrededor.
Y veo al viejo cuajado de la risa. (Siento estupor)
Era evidente que disfrutaba de todos mis desconciertos, pues hasta hacía un instante, nada veía.
Viajes sustanciosos e impertérritos se forjaron dentro y fuera de mi campo visual. Los viví…Pero sin conciencia, consciente…en una especie de sopor.
-----
…Cuando vuelvo en mí…De nuevo…Un cúmulo oscuro se fue despejando a mí alrededor. Presentía que momentos preciosos faltaban en mis recuerdos.
Me encontraba en el cuarto de mi hotel. Era de día.
Un nuevo día se dibujaba en mi vida. Salgo ansioso, a trabajar.
Poco a poco se fue iluminando mi entender…Sí,  había ido a visitar al viejo de la montaña…Pero entonces: ¿Cómo amanezco en mi habitación…?
Descansado y presto a laborar. El cómo…No lo sé.
Pero allí estaba yo, y sigo sin entender, ni comprender.
Una caja negra se ha desarrollado en mí ser…Conciencia de esto: No tengo.











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Ya era inútil...




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Juan se encontraba sentado a la orilla de una acera, dentro de un centro comercial muy populoso.
Y lo hizo por varias razones, siendo una de las mas importantes:
Que había una profunda sombra y el sitio como tal, se presentaba despejado. Notó que al igual que él hizo, otros ya lo estaban haciendo; por lo que se ubicó en un sitio despejado.
A los pocos minutos se sentó un señor de edad   -de los que hoy en día se llama: “Tercera Edad”-     el señor canoso, se sentó y en el acto comenzó a detallar los carros que por allí transitan.
Miraba hacia la derecha y luego a la izquierda. Se le notaba un tanto angustiado. Y en cada momento equis, miraba a Juan y sin decir palabra alguna, seguía en su función.
Pero ya pasado mas de diez minutos, interrumpió el largo silencio asomando unas palabras como quien quiere…Y no quiere…
-      Pareciese que hubiese algún problema a la vista… - Y lanzó sus palabras sin mirarlo, pero este supo que con él era la cosa, por lo que le respondió…
-      ¿…Y qué será…? – Lanzó su interrogación sin mirarlo directamente, pero era mas que lógico que iba dirigida al viejo allí presente.
-      No lo sé. No está muy claro que digamos. Es cómo cuando el día se presenta obnubilado. Algo así como pegajoso.
Con esa sensación de querer salir el sol, pero que no sale.
Son cuestiones que se presentan y que muy pocos lo saben aquilatar…
-      ¿…Pero el amigo sabe de lo que me está hablando…? – El viejito se sonrió. Mostró unas encías, en las que con toda seguridad en alguna época hubieron dientes…
-      En ocasiones me distraigo. Aunque por lo general sé muy bien de lo que hablo. O trato.
Pero la vida es una constante… - Dio la impresión de que seguiría charlando…Pero cerró su boca…Un desliz en la obertura de sus ojos presagiaban que disfrutaba con esa forma de hablar.
Juan en un principio se entusiasmó, creyendo que ese hombre de vestir muy mundano, algo de importancia le quería transmitir.
…Y presto a ello, posó su total atención.
Una bandada de escandalosos periquitos inundó ese espacio aéreo. Por instantes ensombrecieron todo el cielo.
Rompieron la armonía de ruidos producidos por los constantes carros que por allí circulaban. Fue toda una agradable emoción.
Unos chillaban de una forma parca, pero la mayoría eran escandalosos. Sus múltiples colores fueron una delicia visual.
Hicieron unas piruetas extrañas, para luego enfilarse hacia una dirección ya establecida, por alguno de los que iban a la cabecera.
Y para cuando ya el último periquito pasaba en esa procesión inusual, el anciano se pasaba la mano por sus canas y arguyó…
-      La verdad es que este tipo de interrupciones, son la sal de esta vida. Porque vivimos agitados. Confundidos.
Y quizás esa sea la razón valedera para que muchos nos encontremos extraviados…
-      …No me siento extraviado… - Repuso Juan casi pisándole la última silaba pronunciada por el canoso.
-      En ocasiones; andamos dormidos. Y aunque abramos muy bien nuestros ojos…No logramos reconocer nada.
…Ni siquiera podemos ver las alertas que el destino nos coloca en nuestro sendero…
-      ¿…Cómo así…? Ahora si me está extraviando el amigo… - Su oyente de muchos años, sonrió al ver el desconcierto que le producía por su verbo…
-      Amigo…No crea todo lo que ve. Ni en todo lo que oiga…
-      ¿Y cómo no voy a darle crédito a lo que mis ojos ven…O lo que mis oídos me indican…? Señor…Usted me confunde…
-      Se equivoca el señor, si piensa que mis palabras lo confunden. Yo mas bien diría…Qué mis palabras son apenas “un alerta” porque escúcheme muy bien el amigo: “No todo lo que se ve; parece que es…” – Y alertándolo muy bien con gestos en cada palabra pronunciada, comenzó a levantarse. Lentamente.
Con cierta dificultad.
-      ¿Y se va ahora…? ¿Porqué…? Si apenas estoy agarrándole el sentido de cada una de sus palabras…
-      Escúcheme bien…Quizás el amigo no me haya reconocido.
Es posible. Pero ya con usted he dialogado en diversas ocasiones. ¡Y qué lástima me da!  …Que por su expresión…De mí ya no recuerde… - Y en ese preciso instante una turba de viento se cuajó en lontananza.
Los cielos se abrieron. Tronó algo muy sólido, seco y rastrero.
Los animales que por allí pululaban, corrieron en búsqueda de cobijo. Los pajarillos callaron.
Un silbido profundo y quejumbroso su eco deslizó…
Dio la impresión de que venía un chubasco de considerable proporción, haciendo que Juan se distrajese por instantes…
Y para cuando volvió su atención a su hablante…Ya nada había que ver. No estaba.
Y ni siquiera sus palabras hicieron el eco necesario.
Pronto todo el panorama volvía a su lacónica expresión.
Juan trató de meditar…Pero ya no deseaba seguir en el mismo sitio, por lo que se levantó y trató de seguirlo…Pero ya era inútil…
















 



















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Persiste...







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Hoy siendo domingo, Jairo fue a la casa de su abuelo: Papapa.
El viejo patriarca de apenas: 95 años. El Poeta. El declamador.
Regularmente lo visita todas las mañanas, desde que su abuela: Mamama falleció; y desde entonces el anciano vive solo.
Nunca permitió que nadie se alojara en su casa. Siempre celoso.
Y como venía diciendo, Jairo  (El nieto) subió hasta el empinado cerro allá por el sector Valle Frio en esta Maracaibo – Venezuela.
No esperó a su padre, pues este estaba desayunando.
Pero su sorpresa fue mayúscula. Al lograr entrar lo llamó.
…Pero no obtuvo respuesta alguna.
Inspeccionó la sala (No estaba allí), fue hacia su habitación y tampoco. Quedaba el patio, y allí se enfiló.
Observó desde la ventana y se dirigió hacia la parte trasera…
Y fue cuando vio un cuerpo inerme. Desolación y el polvo lo cubrían.
Era Papapa. Acudió a él. Lo tocó…
Tenía entre sus manos la vieja escoba…Seguramente estaba limpiando el patio…Se dijo a sí mismo.
Estaba inerme. Su rostro estaba sereno. Parecía dormir aun…
Corrió y llamó a su primo, que vive cerca y entre ambos, cargaron su cuerpo y lo colocaron sobre su cama.
Un halito de inconfundible aroma de dejación se dejaba sentir con suma intensidad.
Nervioso los dos primos, no atinaban a ejecutar nada mas.
Juntos se quedaron sin saber ni atinar a nada por hacer.
Yacían allí 95 años de vivencia. De una vida pletórica de acción y de inacción. El fiel hombre que mantuvo su hogar por tantas centurias.
El abuelo. El bisabuelo. ¡Tantas y tantas vivencias!
¿…Y ahora…? Ambos hombres guardaron  luto en silencio.
Las lágrimas   -aunque presentes-   no inundaron aquel recinto.
Y Jairo de repente despertó y se dijo…
-      Voy a llamar a papa… - Tomó su celular y marcó.
Al instante y por arte de magia, escuchó el primer: ¡Ring!
Y escuchó la voz ronca de su progenitor y sin mas preámbulo le espetó…
-      Papapa está muerto. – Y cerró la llamada.
Jairo en ese preciso instante, estaba por consumir su último bocado de su desayuno. Un frío de muerte le atenazó su garganta.
Hizo que se arqueara, pensó que iría a vomitar todo lo consumido.
Su esposa no dijo nada. Había escuchado la voz inconfundible de su hijo…Su suegro…Era ya un cadáver.
Corrieron todos y se enfilaron hacia la casa paterna.
Y como suele suceder…Ese aroma nefasto que indica: Muerte se ha enseñoreado en esa familia.
Llegaron en silencio. Pronto esa habitación se hizo chica.
Nadie hablaba. Todos son familia. Ni saludos. Ni se hablaban.
La desolación y esa sensación de cruel abandono, los ha ensombrecido. La muerte es fría.
El olor a putrefacción…Hiede. Salpica nuestra conciencia.
Todos sabemos que hacía allá vamos todos.
Solo que nunca nos acostumbramos a ella.
Se escucha gemidos. Lamentos quedos. Todos le presentan al deudo lo único que pueden presentar: Tristeza. Abandono.
Pronto la residencia es inundada por vecinos y amigos de muchísimos años. Personas que los conocieron desde hace mas de cincuenta o sesenta años. Ya ancianos. Hijos. Nietos y hasta bisnietos.
Todos en silencio, solo contemplan. Y quizás en sus pensamientos se introducen, se encajan en ese ya pasado muy comunes entre todos ellos.
…Pero alguien lanza la voz de alerta:
-      …Hay que buscar la forma para enterrar su cuerpo… - Y es el momento en que algunos se sienten alarmados.
Pero su hijo…No reacciona. Tampoco su nieto: Jairo.
Todavía andan en esa especie de nebulosa en la que la acción carece de sentido. Y se siente encerrado en ese marasmo: Los restos fúnebres del padre, del abuelo y del también: Bisabuelo.
-      …Shhhhh…Papapa puede oír… - Asomó alguien y todos a la una se sumieron aun mas.
-      Cierto. Y a él no le gustan estas cosas… - Alegó una anciana vecina mientras se santiguaba por enésima vez.
Todos estaban conscientes de que ya de allí, no se iría a levantar mas…Pero…
Apesadumbrados chequeaban que no se fuera a mover.
Un sentimiento de culpabilidad los apresaba, se sentían atemorizados. El percibir y el contemplarlo…Así…
Por allá escuchan la voz de Mamama…
-      Es ella. ¡Lo sabía! – gritaba alocada otra vecina. De nuevo la incertidumbre. La inacción. Los corazones se aceleran a ritmos muy tenebrosos…Muy delicado esto…
-      Vino por su marido. Pero Papapa aun permanece huido. – Nadie puso atención a quién pertenecía ese pensamiento.
En esa quietud enervante.
Y Mamama insiste: ¡Te estoy esperando! – Ese tono de su voz retumba con intensidad. Hiere los recuerdos.
Apesadumbra su sentimiento.
Todos los allí presentes: Están ausentes.
Siguen empecinados en observar como ese cuerpo ya no tiene movimiento. Ya no reacciona.
¿Qué estarán esperando entonces…?
Si hasta hace poco murió Mamama…Todos presentían que pronto vendría por su esposo.
…Pero aun así: No reaccionan. Mutismo.
Inquietud dentro de esa quietud enervante…
Descanse en paz: Papapa
Entregue Al Creador todo su bagaje.
Insípido. Insustancial. Insulso…Lo que sea. Pero hay que rendir cuentas en estas horas póstumas…Pero nadie asiente en moverse, mudos testigos de algo que nadie puede evitar.
Que existe, que persiste…Que a nosotros vuelve…Cada vez mas y mas…No la queremos. Pero su insistencia es cada vez mas elocuente.
-      ¿…Por quién vendrán después…? – La pregunta tienes muchas inquietudes.











 



















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