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Juan se encontraba sentado a la orilla de una acera, dentro de un centro comercial muy populoso.
Y lo hizo por varias razones, siendo una de las mas importantes:
Que había una profunda sombra y el sitio como tal, se presentaba despejado. Notó que al igual que él hizo, otros ya lo estaban haciendo; por lo que se ubicó en un sitio despejado.
A los pocos minutos se sentó un señor de edad   -de los que hoy en día se llama: “Tercera Edad”-     el señor canoso, se sentó y en el acto comenzó a detallar los carros que por allí transitan.
Miraba hacia la derecha y luego a la izquierda. Se le notaba un tanto angustiado. Y en cada momento equis, miraba a Juan y sin decir palabra alguna, seguía en su función.
Pero ya pasado mas de diez minutos, interrumpió el largo silencio asomando unas palabras como quien quiere…Y no quiere…
-      Pareciese que hubiese algún problema a la vista… - Y lanzó sus palabras sin mirarlo, pero este supo que con él era la cosa, por lo que le respondió…
-      ¿…Y qué será…? – Lanzó su interrogación sin mirarlo directamente, pero era mas que lógico que iba dirigida al viejo allí presente.
-      No lo sé. No está muy claro que digamos. Es cómo cuando el día se presenta obnubilado. Algo así como pegajoso.
Con esa sensación de querer salir el sol, pero que no sale.
Son cuestiones que se presentan y que muy pocos lo saben aquilatar…
-      ¿…Pero el amigo sabe de lo que me está hablando…? – El viejito se sonrió. Mostró unas encías, en las que con toda seguridad en alguna época hubieron dientes…
-      En ocasiones me distraigo. Aunque por lo general sé muy bien de lo que hablo. O trato.
Pero la vida es una constante… - Dio la impresión de que seguiría charlando…Pero cerró su boca…Un desliz en la obertura de sus ojos presagiaban que disfrutaba con esa forma de hablar.
Juan en un principio se entusiasmó, creyendo que ese hombre de vestir muy mundano, algo de importancia le quería transmitir.
…Y presto a ello, posó su total atención.
Una bandada de escandalosos periquitos inundó ese espacio aéreo. Por instantes ensombrecieron todo el cielo.
Rompieron la armonía de ruidos producidos por los constantes carros que por allí circulaban. Fue toda una agradable emoción.
Unos chillaban de una forma parca, pero la mayoría eran escandalosos. Sus múltiples colores fueron una delicia visual.
Hicieron unas piruetas extrañas, para luego enfilarse hacia una dirección ya establecida, por alguno de los que iban a la cabecera.
Y para cuando ya el último periquito pasaba en esa procesión inusual, el anciano se pasaba la mano por sus canas y arguyó…
-      La verdad es que este tipo de interrupciones, son la sal de esta vida. Porque vivimos agitados. Confundidos.
Y quizás esa sea la razón valedera para que muchos nos encontremos extraviados…
-      …No me siento extraviado… - Repuso Juan casi pisándole la última silaba pronunciada por el canoso.
-      En ocasiones; andamos dormidos. Y aunque abramos muy bien nuestros ojos…No logramos reconocer nada.
…Ni siquiera podemos ver las alertas que el destino nos coloca en nuestro sendero…
-      ¿…Cómo así…? Ahora si me está extraviando el amigo… - Su oyente de muchos años, sonrió al ver el desconcierto que le producía por su verbo…
-      Amigo…No crea todo lo que ve. Ni en todo lo que oiga…
-      ¿Y cómo no voy a darle crédito a lo que mis ojos ven…O lo que mis oídos me indican…? Señor…Usted me confunde…
-      Se equivoca el señor, si piensa que mis palabras lo confunden. Yo mas bien diría…Qué mis palabras son apenas “un alerta” porque escúcheme muy bien el amigo: “No todo lo que se ve; parece que es…” – Y alertándolo muy bien con gestos en cada palabra pronunciada, comenzó a levantarse. Lentamente.
Con cierta dificultad.
-      ¿Y se va ahora…? ¿Porqué…? Si apenas estoy agarrándole el sentido de cada una de sus palabras…
-      Escúcheme bien…Quizás el amigo no me haya reconocido.
Es posible. Pero ya con usted he dialogado en diversas ocasiones. ¡Y qué lástima me da!  …Que por su expresión…De mí ya no recuerde… - Y en ese preciso instante una turba de viento se cuajó en lontananza.
Los cielos se abrieron. Tronó algo muy sólido, seco y rastrero.
Los animales que por allí pululaban, corrieron en búsqueda de cobijo. Los pajarillos callaron.
Un silbido profundo y quejumbroso su eco deslizó…
Dio la impresión de que venía un chubasco de considerable proporción, haciendo que Juan se distrajese por instantes…
Y para cuando volvió su atención a su hablante…Ya nada había que ver. No estaba.
Y ni siquiera sus palabras hicieron el eco necesario.
Pronto todo el panorama volvía a su lacónica expresión.
Juan trató de meditar…Pero ya no deseaba seguir en el mismo sitio, por lo que se levantó y trató de seguirlo…Pero ya era inútil…
















 



















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Hoy siendo domingo, Jairo fue a la casa de su abuelo: Papapa.
El viejo patriarca de apenas: 95 años. El Poeta. El declamador.
Regularmente lo visita todas las mañanas, desde que su abuela: Mamama falleció; y desde entonces el anciano vive solo.
Nunca permitió que nadie se alojara en su casa. Siempre celoso.
Y como venía diciendo, Jairo  (El nieto) subió hasta el empinado cerro allá por el sector Valle Frio en esta Maracaibo – Venezuela.
No esperó a su padre, pues este estaba desayunando.
Pero su sorpresa fue mayúscula. Al lograr entrar lo llamó.
…Pero no obtuvo respuesta alguna.
Inspeccionó la sala (No estaba allí), fue hacia su habitación y tampoco. Quedaba el patio, y allí se enfiló.
Observó desde la ventana y se dirigió hacia la parte trasera…
Y fue cuando vio un cuerpo inerme. Desolación y el polvo lo cubrían.
Era Papapa. Acudió a él. Lo tocó…
Tenía entre sus manos la vieja escoba…Seguramente estaba limpiando el patio…Se dijo a sí mismo.
Estaba inerme. Su rostro estaba sereno. Parecía dormir aun…
Corrió y llamó a su primo, que vive cerca y entre ambos, cargaron su cuerpo y lo colocaron sobre su cama.
Un halito de inconfundible aroma de dejación se dejaba sentir con suma intensidad.
Nervioso los dos primos, no atinaban a ejecutar nada mas.
Juntos se quedaron sin saber ni atinar a nada por hacer.
Yacían allí 95 años de vivencia. De una vida pletórica de acción y de inacción. El fiel hombre que mantuvo su hogar por tantas centurias.
El abuelo. El bisabuelo. ¡Tantas y tantas vivencias!
¿…Y ahora…? Ambos hombres guardaron  luto en silencio.
Las lágrimas   -aunque presentes-   no inundaron aquel recinto.
Y Jairo de repente despertó y se dijo…
-      Voy a llamar a papa… - Tomó su celular y marcó.
Al instante y por arte de magia, escuchó el primer: ¡Ring!
Y escuchó la voz ronca de su progenitor y sin mas preámbulo le espetó…
-      Papapa está muerto. – Y cerró la llamada.
Jairo en ese preciso instante, estaba por consumir su último bocado de su desayuno. Un frío de muerte le atenazó su garganta.
Hizo que se arqueara, pensó que iría a vomitar todo lo consumido.
Su esposa no dijo nada. Había escuchado la voz inconfundible de su hijo…Su suegro…Era ya un cadáver.
Corrieron todos y se enfilaron hacia la casa paterna.
Y como suele suceder…Ese aroma nefasto que indica: Muerte se ha enseñoreado en esa familia.
Llegaron en silencio. Pronto esa habitación se hizo chica.
Nadie hablaba. Todos son familia. Ni saludos. Ni se hablaban.
La desolación y esa sensación de cruel abandono, los ha ensombrecido. La muerte es fría.
El olor a putrefacción…Hiede. Salpica nuestra conciencia.
Todos sabemos que hacía allá vamos todos.
Solo que nunca nos acostumbramos a ella.
Se escucha gemidos. Lamentos quedos. Todos le presentan al deudo lo único que pueden presentar: Tristeza. Abandono.
Pronto la residencia es inundada por vecinos y amigos de muchísimos años. Personas que los conocieron desde hace mas de cincuenta o sesenta años. Ya ancianos. Hijos. Nietos y hasta bisnietos.
Todos en silencio, solo contemplan. Y quizás en sus pensamientos se introducen, se encajan en ese ya pasado muy comunes entre todos ellos.
…Pero alguien lanza la voz de alerta:
-      …Hay que buscar la forma para enterrar su cuerpo… - Y es el momento en que algunos se sienten alarmados.
Pero su hijo…No reacciona. Tampoco su nieto: Jairo.
Todavía andan en esa especie de nebulosa en la que la acción carece de sentido. Y se siente encerrado en ese marasmo: Los restos fúnebres del padre, del abuelo y del también: Bisabuelo.
-      …Shhhhh…Papapa puede oír… - Asomó alguien y todos a la una se sumieron aun mas.
-      Cierto. Y a él no le gustan estas cosas… - Alegó una anciana vecina mientras se santiguaba por enésima vez.
Todos estaban conscientes de que ya de allí, no se iría a levantar mas…Pero…
Apesadumbrados chequeaban que no se fuera a mover.
Un sentimiento de culpabilidad los apresaba, se sentían atemorizados. El percibir y el contemplarlo…Así…
Por allá escuchan la voz de Mamama…
-      Es ella. ¡Lo sabía! – gritaba alocada otra vecina. De nuevo la incertidumbre. La inacción. Los corazones se aceleran a ritmos muy tenebrosos…Muy delicado esto…
-      Vino por su marido. Pero Papapa aun permanece huido. – Nadie puso atención a quién pertenecía ese pensamiento.
En esa quietud enervante.
Y Mamama insiste: ¡Te estoy esperando! – Ese tono de su voz retumba con intensidad. Hiere los recuerdos.
Apesadumbra su sentimiento.
Todos los allí presentes: Están ausentes.
Siguen empecinados en observar como ese cuerpo ya no tiene movimiento. Ya no reacciona.
¿Qué estarán esperando entonces…?
Si hasta hace poco murió Mamama…Todos presentían que pronto vendría por su esposo.
…Pero aun así: No reaccionan. Mutismo.
Inquietud dentro de esa quietud enervante…
Descanse en paz: Papapa
Entregue Al Creador todo su bagaje.
Insípido. Insustancial. Insulso…Lo que sea. Pero hay que rendir cuentas en estas horas póstumas…Pero nadie asiente en moverse, mudos testigos de algo que nadie puede evitar.
Que existe, que persiste…Que a nosotros vuelve…Cada vez mas y mas…No la queremos. Pero su insistencia es cada vez mas elocuente.
-      ¿…Por quién vendrán después…? – La pregunta tienes muchas inquietudes.











 



















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...Renació...





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El hombre caminaba solo. Venía atravesando cerros, caminos polvorientos.
Senderos sin delinear. Pisaba sobre piedras. Sobre césped.
Sobre zonas de irregulares formas. No parecían tener un rumbo fijo.
De vez en cuando se detenía y oteaba el horizonte.
Se valía además de su visión, de su olfato.
Chequeaba con minuciosidad cada milímetro recorrido y los que iba a pisar. No parecía tener prisa alguna.
Por allá a lo lejos divisó una figura. Debía ser femenina, por su apariencia.
Lenta e inexorablemente se acercaba a ella.
La figura mantenía su posición sin perturbarse por la suave brisa.
No daba señales de que había escuchado las pisadas de ese viajero ocasional.
Lentamente el viajante se posó en su frente.
Era una jovencita. Su apariencia era angelical. Sumida en sus nobles pensamientos. Lo miró y una tenue sonrisa se le esbozó en su bella carita.
-         Hola. – Dijo el recién llegado. Ella le contestó con un leve movimiento de su cara. Parecía estar interesada en una zona en específico.
Él se acomodó a una distancia prudencial.
La jovencita suspiraba y en uno de sus tantos embelesamientos, le dijo…
-         Yo tenía dos hijos. Andrés de escasos 6 añitos y la niña María, dos años menor que el mayor. – En sus recuerdos se iba y se deleitaba con sumo placer.
-         Acá jugábamos siempre. Yo me hacía la que dormía mientras mis niños jugaban. El mayorcito hacía el papel de un vendedor y la niña, de una señora de casa. Y yo, en ocasiones jugaba con ellos.
Había momentos en que me cansaba y me acostaba.
Entonces ellos, ponían todos sus juguetes sobre mi cuerpo.
…Y yo me quedaba quieta. Mientras dormía, ellos desarrollaban sus juegos sobre mi cuerpo. Y para cuando yo me tenía que levantar entonces llamaba a la señora (mi hijita) y ella me decía: ¡Ya le voy a decir al señor vendedor que se lleve todas sus cosas!   -Me decía mientras comenzaban a quitar todo de encima-  Y para cuando lo hacían, entonces me levantaba… - Una sombra muy triste embargó esa carita celestial. El hombre bajó su cabeza.
Reconocía en ella ese grado de pureza y de inocencia.
La doncella alzó su mirada y miró al cielo.
Una suave y muy tenue brisa fría se dejó sentir.
Su larga cabellera de color azabache, se erguía con una sin igual realeza. Reflejaba unas tonalidades verdosas, que en ocasiones se transformaban en rojizas…Dejando una constelación de colores que se difuminaban por doquier.
Las ramas preñadas de hermosas flores se mecían con un frenesí que denotaba algún arpegio celestial.
Por allá a lo lejos se escuchó el trinar de un pajarillo.
Unas urracas parlanchinas gritaban desaforadas.
Algún búho travieso hizo alguna de sus travesuras pues se veía el correr de ágiles roedores mientras buscaban un sitio para guarecerse y salvarse de sus garras.
Ninguno de ellos dio muestras de haber percibido nada.
Mientras ella se inundaba en su recreación imaginaria, él tosco ser tan solo la miraba.
Poco a poco ella comenzó a despertarse de su letargo.
Abrió sus amplios ojos. Miró de frente a su visitante y luego volvió a sus cosas habituales.
Se sentía el mecer de una manada de monos que jugueteaban por todas partes. Unas hermosas aves de plumas excéntricas alborotaban y despertaban el panorama. Produciendo unos sonidos harto escandalosos.
La doncella comenzó a levantarse. Se asemejaba a toda una reina por su majestuosidad y decoro.
-         He de irme. – Le dijo  a manera de despedida.
Él asintió y comenzó a chequear por el camino que él mismo ya había andado. Y notó que el monte había inundado todas las veredas.
Se encontraba ya muy enmontado.
Y meditó: “¿Y cómo he podido pasar a través de todo eso  que ahora es plena selva…? Y estando en su análisis.
No le prestó atención a la hermosa mujer que ya para ese entonces…Caminaba a una docena de metros de donde originalmente estaba.
Y para cuando se dignó a mirarla…Tan sólo pudo ver: Una silueta ya borrosa. Que se esfumaba como por arte de magia.
Admirado contempló…Un extraño orificio que  se abrió en el espacio…
En ese momento asumió que era como una ventana en el tiempo.
Que se le abría. Mostraba unos paisajes hermosos. Plenos de luz.
Y ella con la mayor naturalidad, caminaba y tras su paso…Una estela luminosa…Que se fue esfumando…
Para luego dejar: Nada.
Un vacío espantoso. Olor semejante a muerte errante.
Una sensación de abandono. De sufrimiento quieto…
Para cuando todo desaparecía…Un torbellino gigantesco se posesionó de todo el espacio.
Los árboles daban la impresión de que los iban a arrancar desde su raíz…Y luego…Silencio. Oscureció de repente.
Sigilosamente recomenzaba la verde vida.
Los minerales hicieron su aparición. El cielo se aclaró.
La vida reverdeció. Renació…
Todo volvió a lo que se conoce como: Normal. Y natural…











 



















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